El técnico peronista
Sampaoli, criticado por parte de la afición albiceleste y azotado por todo tipo de rumores, afronta el reto de hacer campeona a Argentina
En un apéndice de «Mis Latidos», la reciente autobiografía de Sampaoli, su jefe de prensa cuenta una anécdota definitiva: «Estábamos en Rusia y él, que en las giras no sale a pasear, había decidido ir a la Plaza Roja para los 100 años de la Revolución Rusa. Mirábamos el Kremlin, cuando hicimos un silencio consumido por el frío. De pronto, él lanzó: "Para vos, ¿el fútbol se aprende o se comprende?"».
A Jorge Sampaoli, que afronta en Rusia el reto de su vida, no le abandona la impronta filosófica de quien se ha fabricado su destino.
Criticado por su convocatoria (no está Icardi), por la polémica del amistoso en Israel, y hasta por un tuit publicitario, Sampaoli ha sido víctima de unos rumores sin sustanciar en denuncia por un posible abuso a una trabajadora del centro de entrenamiento. Aunque el gran contratiempo ha sido la lesión de Lanzini; su lugar, definido ya el once inicial, será para Maxi Meza, a quien Messi «busca» futbolísticamente.
De origen humilde y futbolista sin fortuna (aunque con pelo), Sampaoli llegó a la élite diseñando un camino personal. En su pueblo natal, Casilda, «loco» no era necesariamente el loco, sino el que sobresalía, el distinto.
Entrenando con Lillo, un día les dio por pensar cómo podía encontrarse siempre al jugador libre en el campo. «Constantemente nos fuimos preguntando ¿por qué? Y llegamos a la conclusión de que jugar sin camisetas era lo mejor para que los jugadores aguzaran sus sentidos». Al principio de su carrera no le importó subirse a un árbol en un entrenamiento.
Método de liderazgo
Sampaoli es ecléctico. Lo mismo lee al filósofo Byung-Chul Han, que emula ante el espejo los tonos y las pausas de Ricardo Darín, y la inspiración para llevar el grupo no la busca en los gurús futbolísticos al uso, sino en Perón. «El conductor político es un hombre que por reflejo baja lo que el pueblo quiere, recibe la inspiración del pueblo y así tiene la seguridad de que está haciendo lo correcto. En el fútbol es lo mismo». Ese método del liderazgo populista Sampaoli lo quiere aplicar a su vestuario. Que el jugador obedezca pensando que no lo hace. Cuando empezó a entrenar, salía con su coche de patrulla por la noche para recoger a sus futbolistas.
Sampaoli tiene el cuerpo tatuado de un mafioso ruso. Cuando le nombraron seleccionador se grabó la bandera argentina y sigue tatuándose las letras de canciones que le marcan. Así las lleva consigo. En sus primeras épocas ponía rock en el vestuario, pero los jugadores lo quitaban para poner cumbia y tuvo que resignarse.
Odia cordialmente el fútbol contemporáneo y para disfrutar se pone partidos de los años 70; sostiene que todo está en el ojo, que ve muchos partidos pero poco fútbol y que para conocer un equipo basta mirar a sus centrocampistas. Su Argentina jugará con dos cincos: Mascherano y Biglia. En su opinión, el mejor de todos es Busquets, pero su ideal no es el Barça, sino la tradición argentina de los años 30, los Pedernera o Peucelle. En su despacho en Sevilla tenía una foto de «La Máquina» de River y aspira a rescatar la filosofía del juego argentino, del pase corto, del «gambeteo como metáfora de la vida». Habla de ese estilo argentino como el renovador de un nacionalismo balompédico anterior a Maradona. Pretende «hacer estallar las bases convencionales para que emerja con nuevo aliento el juego pasional que se gestó en el Río de la Plata». La Argentina de Messi perdió en América contra su Chile y en el Mundial contra Alemania, no por fútbol, considera, sino por frialdad. «Ya no gana el que mejor juega, sino el que tiene menos miedo». Y ese es su plan para la albiceleste: liberarla del miedo.