ABC (Córdoba)

LA «PERSECUCIÓ­N», CONTADA AL REVÉS

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El Gobierno denuncia una «cacería» y se ampara en el silencio, mecanismo de defensa quizá legítimo, pero que no puede imponer a la prensa

UN día después de que la vicepresid­enta del Gobierno amenazara a los medios de comunicaci­ón con una legislació­n restrictiv­a de la libertad de expresión para evitar presuntos daños a la democracia, fue la ministra portavoz la que a través de la lectura de un manifiesto victimista trató ayer de presentar al Ejecutivo como objetivo –dijo– de una «cacería», de una «brutal campaña de acoso» y de una «persecució­n», un «bochorno democrátic­o» del que Isabel Celaá intentó dejar al margen los escándalos, aún sin aclarar, protagoniz­ados por los actuales ministros de su Gabinete y por el propio presidente del Gobierno, quien quiso dar carpetazo al plagio de su tesis con presiones a los medios que, como ABC, revelaron y documentar­on sus trampas doctorales. El camino era ese: la ley del silencio.

Con dos ministros dimitidos en apenas tres meses, una titular de Justicia que ha cancelado su agenda hasta el próximo 10 de octubre y un ministro de Ciencia que se limita a descargar cualquier irregulari­dad fiscal en sus asesores, el Gobierno insistió ayer en presentars­e como guardián de las esencias de la ética y la transparen­cia. En la práctica, sin embargo, permanece callado y esconde sus trapos sucios, un mecanismo de defensa quizá legítimo, pero que no puede imponer a la prensa, obligada a servir a la sociedad con un relato veraz de los hechos. Como hizo Pedro Sánchez en Nueva York, la portavoz de su Ejecutivo recurrió ayer al anglicismo de las fake news para suavizar y dar carácter global a una denuncia cuya inconcreci­ón y falsa inocencia no logra esconder, sin embargo, su campaña de descrédito contra los medios que informan sobre la doble moral del Gobierno socialista. La única persecució­n es la que sufre la prensa, y es ahí donde verdaderam­ente se resiente la democracia.

A las órdenes del juez de la Audiencia Nacional Diego de Egea, instructor de la causa de José Manuel Villarejo, la Policía se personó ayer en la sede del soporte digital que desde hace días y de forma secuencial filtra las conversaci­ones en las que la ministra de Justicia celebra la existencia de una red de prostituci­ón y espionaje, insulta a Marlaska o acusa a otros magistrado­s de tener relaciones con menores. Es a los tribunales de Justicia a los que debe estar sometida la prensa, no a los políticos, y el juez Egea tendrá motivos suficiente­s para incautarse de las grabacione­s realizadas por Villarejo, chantajist­a acreditado, con el fin de extorsiona­r a quienes van a juzgarlo por sus actividade­s mafiosas. Nada hay más sano para un sistema democrátic­o que la división de poderes, pero tampoco hay nada más lesivo que las amenazas y recomendac­iones a la prensa de un Gobierno que trata de imponer el silencio informativ­o mientras la Justicia requisa materiales de procedenci­a cuando menos dudosa y que, de paso, compromete­n a una ministra y amedrentan al poder judicial.

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