ASTRONAUTA Y APROVECHATEGUI
Si quedase algún anticapitalista auténtico habría pedido la dimisión del ministro astronauta
UNA vez que te has saltado a la torera la ley de la gravedad, le coges gustillo a saltarte también el resto de leyes, incluidas las fiscales. Esto le ha ocurrido al ministro astronauta, que cuando lo han pillado con una sociedad instrumental ha puesto cara de estar en la luna, para irse de rositas, con la complicidad de los periodistas lacayos y los anticapitalistas de pacotilla. En realidad, periodistas libres cada vez quedan menos en España; y anticapitalistas auténticos ya sólo quedo yo, comiéndome los mocos y sin un puto discípulo que me sirva de báculo en la vejez. Si quedase algún anticapitalista auténtico entre los que sostienen el Gobierno o gatuperio del doctor Sánchez, habría pedido la dimisión del ministro astronauta, que para escaquear impuestos ha utilizado el recurso que define el alma purulenta del capitalismo. Pero esto nuestros anticapitalistas de pacotilla no lo captan, tal vez porque no han leído a Chesterton.
Como nosotros lo hemos leído, vamos a explicar esta cuestión; y así, de paso, nos ganamos el cielo, enseñando al que no sabe. A juicio de Chesterton, el alma del capitalismo no es, como sus promotores pretenden, el mercado libre, ni la propiedad privada, ni la iniciativa individual, realidades que ya existían antes de que el capitalismo adquiriese credenciales; realidades que, en todo caso, el capitalismo vino a destruir. El alma del capitalismo es la separación perversa de las retribuciones y las cargas de la propiedad: el capitalista quiere beneficiarse de las primeras, disfrutando de sus rentas y retribuciones; y, al mismo tiempo, quiere deshacerse de sus cargas y sacrificios. Esta «innatural separación» –nos explica Chesterton– es similar a la separación entre sexo y procreación, que tanto gusta también al capitalismo (pues de este modo ha logrado esclavizarnos): se trata de que nos aferremos a las ventajas que el sexo o la propiedad nos ofrecen, rechazando las responsabilidades que acarrean. Y, del mismo modo que para separar el sexo de la procreación el capitalismo inventó los derechos de bragueta, para separar las retribuciones y las cargas de la propiedad inventó la limitación de la responsabilidad y el abuso de la persona jurídica, despojando la propiedad de su nota más esencial, que es el vínculo personal que el propietario establece con sus bienes. Antes del capitalismo, el propietario se casaba con su propiedad, en las duras y en las maduras. Después del capitalismo, el propietario se casa con su propiedad en las maduras, mientras le rinde beneficios; en cambio, en las duras, se divorcia de ella, para que nadie pueda tocar su patrimonio, incluidos sus acreedores y trabajadores. Esta perversión monstruosa de la propiedad ha permitido, por ejemplo, a los bancos repartir dividendos en época de vacas gordas, para después acogerse en época de vacas flacas al rescate con dinero público. Y esta misma perversión es la que anima la creación de sociedades instrumentales sin actividad social alguna como la del ministro astronauta, creadas con el propósito fraudulento de acaparar propiedad y defraudar al fisco.
Sorprende que esta evidencia captada por Chesterton no la capten los periodistas lacayos ni los anticapitalistas de pacotilla que dejan irse de rositas al ministro astronauta. Pero esto ocurre porque Chesterton tenía los pies afianzados en el suelo y la mirada fija en el cielo; mientras que estos periodistas lacayos y anticapitalistas de pacotilla flotan siempre en la estratosfera del sofisma, como astronautas que no hubiesen pisado jamás la luna. Que es, por cierto, lo que le pasa al ministro de marras. Y un astronauta que no ha pisado la luna es como un torero que no ha tocado pelo: un pinturero, un posturitas, un baldragas, un aprovechategui del que no conviene fiarse.