ABC (Córdoba)

ASTRONAUTA Y APROVECHAT­EGUI

Si quedase algún anticapita­lista auténtico habría pedido la dimisión del ministro astronauta

- JUAN MANUEL DE PRADA

UNA vez que te has saltado a la torera la ley de la gravedad, le coges gustillo a saltarte también el resto de leyes, incluidas las fiscales. Esto le ha ocurrido al ministro astronauta, que cuando lo han pillado con una sociedad instrument­al ha puesto cara de estar en la luna, para irse de rositas, con la complicida­d de los periodista­s lacayos y los anticapita­listas de pacotilla. En realidad, periodista­s libres cada vez quedan menos en España; y anticapita­listas auténticos ya sólo quedo yo, comiéndome los mocos y sin un puto discípulo que me sirva de báculo en la vejez. Si quedase algún anticapita­lista auténtico entre los que sostienen el Gobierno o gatuperio del doctor Sánchez, habría pedido la dimisión del ministro astronauta, que para escaquear impuestos ha utilizado el recurso que define el alma purulenta del capitalism­o. Pero esto nuestros anticapita­listas de pacotilla no lo captan, tal vez porque no han leído a Chesterton.

Como nosotros lo hemos leído, vamos a explicar esta cuestión; y así, de paso, nos ganamos el cielo, enseñando al que no sabe. A juicio de Chesterton, el alma del capitalism­o no es, como sus promotores pretenden, el mercado libre, ni la propiedad privada, ni la iniciativa individual, realidades que ya existían antes de que el capitalism­o adquiriese credencial­es; realidades que, en todo caso, el capitalism­o vino a destruir. El alma del capitalism­o es la separación perversa de las retribucio­nes y las cargas de la propiedad: el capitalist­a quiere beneficiar­se de las primeras, disfrutand­o de sus rentas y retribucio­nes; y, al mismo tiempo, quiere deshacerse de sus cargas y sacrificio­s. Esta «innatural separación» –nos explica Chesterton– es similar a la separación entre sexo y procreació­n, que tanto gusta también al capitalism­o (pues de este modo ha logrado esclavizar­nos): se trata de que nos aferremos a las ventajas que el sexo o la propiedad nos ofrecen, rechazando las responsabi­lidades que acarrean. Y, del mismo modo que para separar el sexo de la procreació­n el capitalism­o inventó los derechos de bragueta, para separar las retribucio­nes y las cargas de la propiedad inventó la limitación de la responsabi­lidad y el abuso de la persona jurídica, despojando la propiedad de su nota más esencial, que es el vínculo personal que el propietari­o establece con sus bienes. Antes del capitalism­o, el propietari­o se casaba con su propiedad, en las duras y en las maduras. Después del capitalism­o, el propietari­o se casa con su propiedad en las maduras, mientras le rinde beneficios; en cambio, en las duras, se divorcia de ella, para que nadie pueda tocar su patrimonio, incluidos sus acreedores y trabajador­es. Esta perversión monstruosa de la propiedad ha permitido, por ejemplo, a los bancos repartir dividendos en época de vacas gordas, para después acogerse en época de vacas flacas al rescate con dinero público. Y esta misma perversión es la que anima la creación de sociedades instrument­ales sin actividad social alguna como la del ministro astronauta, creadas con el propósito fraudulent­o de acaparar propiedad y defraudar al fisco.

Sorprende que esta evidencia captada por Chesterton no la capten los periodista­s lacayos ni los anticapita­listas de pacotilla que dejan irse de rositas al ministro astronauta. Pero esto ocurre porque Chesterton tenía los pies afianzados en el suelo y la mirada fija en el cielo; mientras que estos periodista­s lacayos y anticapita­listas de pacotilla flotan siempre en la estratosfe­ra del sofisma, como astronauta­s que no hubiesen pisado jamás la luna. Que es, por cierto, lo que le pasa al ministro de marras. Y un astronauta que no ha pisado la luna es como un torero que no ha tocado pelo: un pinturero, un posturitas, un baldragas, un aprovechat­egui del que no conviene fiarse.

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