ABC (Córdoba)

Artista más allá del marco

Invitaba, con su arte sutil, a tocar con la mirada lo enigmático de la corporalid­ad

- FERNANDO CASTRO FLÓREZ

El filósofo Emmanuel Levinas formuló una ética del rostro como límite de la violencia y acaso la obra de Helena Almeida pueda entenderse como suerte de «coreografí­a corporal» que mostraba, al mismo tiempo, la vulnerabil­idad y la entereza de la vivencia femenina. Era, sin ningún género de dudas, una de las artistas portuguesa­s más intensas, entregada a un trabajo conceptual que combinaba el soporte fotográfic­o con la voluntad pictórica. Aunque tuvo, desde hace años, el reconocimi­ento crítico, ha sido en el siglo XXI cuando se subrayó su condición de «pionera». Tal vez fuera su participac­ión en la Bienal de Venecia en 2005 el punto culminante de esta creadora que mantuvo siempre una coherencia estética.

En sus fotografía­s que tenían algo de «sedimentac­ión especular» aparecía su cuerpo en posiciones que tenían algo de danza sutil, «punctualiz­ada» por el color que venía a dinamizar el blanco y negro de la imagen. Habitó la pintura (por jugar con el título de la exposición «Pintura habitada» que hizo a mediados de los setenta) de una forma obstinada y, al mismo tiempo, ascética. Desde 1967, tomó la decisión de cuestionar los límites del arte, desmarcánd­ose del concepto tradiciona­l del cuadro. Decidió convertirs­e a sí misma en «modelo» o, para ser más preciso, inició un fascinante «performati­vidad del yo».

Las «pinceladas» azules tienen en Helena Almeida algo de alegoría de la esperanza. Ella se hacía fotografia­r en escorzos, materializ­ando precarios equilibrio­s, encarnando los azares de la vida. En una entrevista señaló que cuando era joven le marcó la obra de Lucio Fontana, «el lado oscuro más allá del cuadro». Ella no se dedicó a desgarrar la superficie monocromát­ica sino que desplegó una inquietant­e estética de lo que calificarí­a como «función del velo».

En una serie reciente podía verse la pierna de Helena atada a la de un hombre que, obviamente es Artur Rosa, «el hombre que hace clic», esto es, la mirada del otro. En cierto sentido, puede entenderse gran parte de la obra de Almeida como una historia de amor y, también, como un juego de seducción. Precisamen­te en el 2002 creó una serie bajo el título de «Seducción» que no tenía, en su caso, nada que ver con lo artificios­o sino con los placeres más simples como los que pueden surgir de experiment­ar distintas posturas de las manos. Helena Almeida nos invitaba, con su arte sutil, a tocar con la mirada lo enigmático de la corporalid­ad, a comprender que necesitamo­s dibujar, aunque sea con una línea temblorosa, nuestra vida. Durante casi medio siglo, esta gran artista se hizo fotografia­r en el mismo sitio, en ese estudio en el que nada tenía que ser casual: «Todo lo que está es como yo quiero que esté», dijo esta mujer que, al mismo tiempo, nos daba la espalda y nos invitaba a convertir nuestro rostro en algo pintado con el color de la esperanza. Nos deja una mujer que impuso un modo poético de mirar.

 ?? GONZALO CRUZ ?? Maria Helena de Castro Neves deAlmeida nació en 1934 en Lisboa, donde ha muerto el 25 de septiembre de 2018. Fue una artista plástica que sintonizab­a con las prácticas más avanzadas de su tiempo. Acabó centrándos­e en un ámbito en el que su propio cuerpo era el elemento de referencia de su obra.
GONZALO CRUZ Maria Helena de Castro Neves deAlmeida nació en 1934 en Lisboa, donde ha muerto el 25 de septiembre de 2018. Fue una artista plástica que sintonizab­a con las prácticas más avanzadas de su tiempo. Acabó centrándos­e en un ámbito en el que su propio cuerpo era el elemento de referencia de su obra.

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