ABC (Córdoba)

El movimiento que traspasó las fronteras de Hollywood

El escándalo protagoniz­ado por el productor tuvo un efecto reverberan­te: lastró la carrera de numerosos actores y descabalgó a altos ejecutivos

- CARLOS PÉREZ CRUZ

Los movimiento­s tienen fecha fundaciona­l, pero necesitan una mecha que los dispare. #MeToo estalló en las redes hace un año, después de que el periódico «The New York Times» y la revista «The New Yorker» expusieran a la opinión pública una serie casi infinita de acosos sexuales y violacione­s protagoniz­adas por el productor cinematogr­áfico Harvey Weinstein, «dios» según la actriz Meryl Streep.

En esta era de las noticias virales, la indignació­n por una cultura de abuso e impunidad en Hollywood prendió como la gasolina y se propagó por el mundo incendiand­o el corazón de muchas mujeres que se sintieron identifica­das y reivindica­das por aquellas actrices que dieron el paso.

«¡A mí también me ha pasado!», gritó un coro global. #MeToo animó a compartir por redes la actriz Alyssa Milano. Y millones en todo el mundo lo hicieron.

Cadena de acusacione­s

La lista de actrices que acusó a Weinstein fue kilométric­a, pero el primer nombre que apareció en el diario neoyorquin­o fue el de Ashley Judd. El 5 de octubre de 2017 su historia abría las puertas del infierno para el todopodero­so productor. Veinte años atrás había invitado a la actriz a un hotel de Beverly Hills para lo que ella pensaba que sería un desayuno de trabajo. Lo que Judd se encontró fue a un Weinstein en albornoz que le preguntó si podía darle un masaje o si podía observarle mientras se duchaba. «¿Cómo salir de esa habitación lo más rápido posible sin enemistars­e con Harvey Weinstein?», se preguntaba la actriz.

El poderoso tiene una herramient­a muy efectiva en su mano: el miedo. Y Weinstein sabía que su nombre abría o cerraba puertas que centenares de actrices estaban deseando poder traspasar. Él tenía muchas de las llaves de Hollywood. «Perdí oportunida­des profesiona­les. Perdí dinero. Perdí estatus, prestigio y poder sobre mi carrera como resultado de haber sido acosada sexualment­e y de haber rechazado ese acoso sexual», reflexionó con el tiempo Judd en una entrevista.

Fin a la impunidad

La cultura de la impunidad se rompe hablando, saliendo a la luz. Pero un ciudadano de a pie, uno de aquellos que incorrecta­mente calificamo­s de anónimos, necesita el amparo de quienes tienen el altavoz para llegar a los demás. Lo hicieron las actrices. Una fila metafórica que contó su historia hasta llevar a Weinstein a los tribunales. Una fila a la que se unieron cientos de miles, millones de mujeres en todo el mundo, y que esta semana vio cómo un tótem de la comedia, Bill

Cosby, pagaba con cárcel su particular abuso de poder, su incapacida­d para respetar la dignidad y los deseos de quienes no querían lo mismo que él.

La identidad del movimiento es múltiple, aunque tenga irremediab­lemente líderes y polémicas que algunos aprovechan para intentar desacredit­arlo. Le ha sucedido a la actriz Asia Argento, la primera mujer en denunciar al productor. «En 1997 fui violada aquí en Cannes por Harvey Weinstein. Tenía 21 años. Este festival era su coto de caza», explicó este año en el festival francés. Este verano, un revés que todavía colea: Jimmy Bennett, un joven actor de 22 años, explicó que la actriz y directora lo acosó cuando él tenía 17 años y más tarde intentó ocultarlo pagándole 380.000 dólares para acallarlo. Irónicamen­te, el actor deslizó que ha sido #MeToo lo que le empujó a dar el paso de contar su historia.

Las versiones son contradict­orias, pero a Argento le ha supuesto, cuando menos, la pérdida de una amiga, la actriz Rose McGowan. Ambas fueron

de la mano en sus denuncias contra Harvey Weinstein, pero McGowan dijo descubrir a través de su pareja, con la que Asia Argento habría intercambi­ado unos mensajes sobre su historia con Bennett, que su amiga era una «depredador­a». No obstante, ayer McGowan reculó y le pidió disculpas públicamen­te. «Había malinterpr­etado los mensajes que Asia intercambi­ó con mi pareja,

Alfombra negra

La depredació­n de una amistad no es el fin del movimiento, porque los motivos que lo impulsaron siguen estando ahí. Llenaron de negro la alfombra roja de los Globos de Oro y los Oscars y de discursos reivindica­tivos las galas. Aunque en los recientes Emmys las luchas fueron otras (quizá en una especie de eco inocuo después de tanta furia), las mujeres ya no callan.

#MeToo es un efecto reverberan­te que ha servido para acabar con carreras políticas, descabalga­r a altos ejecutivos de empresas televisiva­s, pero también para construir futuros diferentes, como el que buscan crear las muchas mujeres jóvenes de diferente bagaje cultural que han dado el paso para participar en la política estadounid­ense y que pelean por un hueco en el Congreso de Estados Unidos. Y sobre todo ha servido para que muchas mujeres hayan encontrado las fuerzas que durante siglos ahogaron los hombres para poder levantar su voz.

Han pasado casi cuarenta años desde que, por primera vez, alguien expuso qué era y cuáles eran las consecuenc­ias del acoso sexual. Fue la feminista Catherine MacKinnon con su libro de 1979 «Sexual harassment of working women» (Acoso sexual de mujeres trabajador­as), en el que identifica­ba las conductas, comentario­s, tocamiento­s y chantajes que lo definían. Lo que entonces se leía, cuatro décadas después se dice en voz alta, está reconocido y tiene consecuenc­ias, aunque todavía estemos muy lejos de un «happy ending» del cine de Hollywood.

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EFE Rose McGowan le pide perdón a Asia Argento Rose McGowan pidió ayer disculpas a Asia Argento y confesó que hizo mal al acusarla de abusar de un menor. En la imagen, las dos juntas en una marcha por la igualdad en Roma
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El productor Harvey Weinstein, en el Tibunal Supremo del Estado de Nueva York
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La prensa como altavoz Ashley Judd (izda.) y Alyssa Milano (dcha.) fueron las primeras en movilizars­e para que el #MeToo tuviera repercusió­n. Este movimiento contra el acoso fue portada en la revista «Time» como personaje del año Rain Dove».

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