La caída de un imperio
Después de dominar el ajedrez mundial durante 60 años, Rusia está a punto de quedarse sin ajedrecistas en el top 10. Su selección nacional está en crisis
En tiempos de la Unión Soviética, el ajedrez era considerado la prueba indiscutible de la superioridad de la cultura socialista sobre la decadencia del capital. Los profesionales del jaque gozaban allí de la más alta consideración y tenían privilegios vedados a la mayoría de la población. La puñalada que les asestó Bobby Fischer en 1972 fue un mal pasajero, enmendado luego por Karpov y Kasparov. La URSS se rompió en mil pedazos, pero los rusos siguieron dominando el tablero del mundo. Su escuela aguantaba y todavía hoy Rusia es el país con mayor número de grandes maestros: 249, frente a los 97 que tiene Estados Unidos y los 53 de España, que ocupa un digno lugar.
Las señales de descomposición se suceden, sin embargo, solo en parte debido a la tecnología. Kasparov contaba hace poco que en su época había que nacer o vivir en la órbita de Moscú para llegar a la cumbre. En ningún otro sitio había tantos libros, maestros y campeones capaces de transmitir su sabiduría. Internet y los ordenadores riegan hoy el talento espontáneo surgido en páramos sin tradición. El campeón del mundo es noruego y en India y China se vive una explosión de chavales que Rusia no replica con la misma efervescencia. El país entero parece menos pujante en otros deportes.
Justo ahora se juega en Batumi (Georgia) la Olimpiada de Ajedrez, donde juegan casi dos mil ajedrecistas de 180 países. En la antigua república soviética han saltado las alarmas sobre la decadencia del viejo imperio. Después de solo cinco rondas, Rusia ya está algo descolgada. Hasta trece selecciones (España incluida) tienen más puntos. Su derrota ante Polonia fue una sorpresa que además dejó al excampeón mundial Vladimir Kramnik al borde del top 10. Que el último superviviente ruso del exclusivo club tenga 43 años tampoco es buena señal. La tendencia es significativa y anuncia el fin de una era. De todos modos, Rusia no gana la Olimpiada, que se celebra cada dos años, desde 2002. Como mínimo consuelo, sus primeros verdugos eran los hijos pródigos Ucrania o Armenia, pero en 2014 ganó China y en 2016 Estados Unidos.
Que los rusos se siguen tomando en serio el ajedrez no ofrece dudas. Vladimir Putin visitó al equipo en su concentración previa en Sochi. Lo que ocurre en la Olimpiada solo es un síntoma, pero todos siguen en vilo la evolución del enfermo. ¿Revivirá? ¿Surgirá una nueva generación de campeones? Tampoco el ajedrez femenino carbura bien. Han perdido las dos últimas Olimpiadas, en Georgia también están a dos puntos de las líderes y en la clasificación individual dominan dos chinas y una india. Al menos mantienen a cuatro representantes entre las diez mejores.
Internet y los ordenadores, que han democratizado el juego, solo justifican en parte la decadencia