FRACASO CON MAYÚSCULAS
NO es en absoluto habitual que el representante de un colectivo tan corporativista y opaco en cuanto a las dinámicas que rigen su funcionamiento se exprese en público con semejante claridad. El presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco pidió el jueves perdón por los errores que terminaron significando fatalmente la muerte de una mujer senegalesa en Bilbao a manos de su marido. «No es tanto un fracaso de los jueces como de la Justicia con mayúsculas», afirmó.
El magistrado se refería a un caso concreto. Pero que no se puede separar de todo lo ocurrido en una semana trágica en la han saltado, por enésima vez, todas las alarmas. Además del crimen de Bilbao, han sido asesinadas mujeres en Úbeda, en Maracena y en Torrox. Sin olvidar el tremebundo e inconcebible episodio de Castellón, con dos niños masacrados por cuenta de su progenitor, al que esperemos que el suicidio le haya llevado al peor de los infiernos. En todos ellos había denuncias de por medio.
Se nos llena la boca hablando de leyes de igualdad. De pactos de Estado. Asistimos sonrientes a la presentación de campañas de concienciación. Tristes a los minutos de silencio. Se anuncian nuevos protocolos. Pero a fin de cuentas todo sigue igual. Un dato. De las 38 asesinadas en 2018 (hasta el momento de escribir este artículo) por violencia machista, 10 eran de la muy progresista y concienciada Andalucía.
¿Entonces? Ojalá una varita. Dicen los que afirman saber que fallan los mecanismos de valoración. Los que han de vigilar, que faltan recursos. No tenemos para poner un policía a cada mujer. Y todo eso será cierto y hay que ponerle remedio ya. Pero vayamos a la raíz. Que un adolescente controle el móvil a la novia y ella se deje es el primer aviso hacia un futuro de tinieblas cavernícolas. Y ha de ser en la familia donde se dé la primera señal de alerta. Y se corrija. Como dice el juez, lo de estos días puede ser un fracaso de la Justicia con mayúsculas, sí. Pero también es un naufragio colectivo.