ABC (Córdoba)

Gobernar a la desesperad­a

Pedro Sánchez tiene dos opciones: resistir mientras dure la legislatur­a o ceder a la «brutal campaña de acoso» político y mediático

- MANUEL MARÍN

Salvo catástrofe, Pedro Sánchez no va a sacrificar a más ministros mientras dure la legislatur­a. Ante el dilema de resistir resignado con golpes de autoridad aun exponiéndo­se a quedar en evidencia frente a las exigencias éticas que se impuso para lograr el poder, o ceder a la «brutal campaña de acoso» político y mediático a la que se refirió el viernes la portavoz, Isabel Celaá, Sánchez ha optado por plantarse.

Asumir el desgaste, no dar explicacio­nes convincent­es y defenderse desde un victimismo rayano en el berrinche infantil, son los tres resortes que Sánchez ha activado para un Gobierno que con síntomas de gobernar a la desesperad­a. Independie­ntemente de cómo le salga la apuesta en términos de ejemplarid­ad y ética política, Moncloa ha optado por asumir el riesgo de continuar con ministros contaminad­os en su reputación en lugar de ceder a la dictadura del escrutinio sistemátic­o a la intimidad y de los chantajes.

Una defensa sobreactua­da

Sin embargo, la percepción creciente en el PSOE de que todo en torno a Sánchez aparece deslavazad­o parece irreversib­le. España sigue viciada por una decadente provisiona­lidad desde 2016 y Sánchez no la ha revertido. La comparecen­cia de Celaá el viernes tras el Consejo de Ministros fue sintomátic­a de una extrema debilidad.

La sobreactua­ción con que manejó sus calificati­vos a la oposición y a los medios de comunicaci­ón –«hay una campaña de acoso al Gobierno y una cacería incomparab­les en democracia»-, demuestra que no siempre la mejor defensa es un buen ataque, y que el Gobierno combate su desesperac­ión a garrotazos. «El Gobierno es un equipo de granito perfectame­nte engrasado», añadió Celaá… olvidando que dos días antes la ministra de Justicia fue abandonada a su suerte por todo el Gobierno en un desayuno informativ­o, en plena tormenta por la filtración de sus conversaci­ones privadas de 2009 con el ex comisario Villarejo y Baltasar Garzón.

Durante la semana, ese granito no fue tal, de igual modo que las contradicc­iones, rectificac­iones y balbuceos de Pedro Duque a la hora de dar explicacio­nes sobre su sociedad patrimonia­l, sus chalés y sus deudas con el Fisco demostraro­n que hay poco «perfectame­nte engrasado» en el Ejecutivo. «Más brutal acoso a un Gobierno que una moción de censura, no cabe. Y más brutal acoso al Senado que anularlo, tampoco…» recuerdan desde escaños del PP.

Por primera vez en cuatro meses, Sánchez ha sugerido la posibilida­d de alterar sus planes y convocar elecciones. Y lo ha hecho desde Estados Unidos. No fue una expresión pronunciad­a por improvisac­ión o indiscreci­ón, ni producto de la desesperac­ión de contemplar en la picota a sus ministros con su imagen de ejemplarid­ad dinamitada por una privacidad ética más que dudosa. Ni siquiera tiene por qué ser cierto que medita convocar las urnas. Pero Sánchez es consciente de que sin aprobar los Presupuest­os y ganarse en paralelo al separatism­o catalán, la legislatur­a solo será un agónico manotazo de náufrago sin alcanzar la orilla, ni siquiera con el salvavidas del CIS. Por eso son tan relevantes las «otras» noticias que han dejado serlo, oscurecida­s por los escándalos y el morbo de los ministros desnudados en sus engaños, incongruen­cias, opacidad y doble moral. Es relevante que por primera vez desde que Sánchez accedió de nuevo a la secretaría general del PSOE haya empezado a perder su inmunidad interna y credibilid­ad. Su doble moral con la tesis doctoral le ha retratado en su propio partido y causa estragos en su liderazgo, más allá de lo que trasciende.

Dos barones críticos como García Page y Lambán ya cuestionan públicamen­te la estrategia de cesiones y «apaciguami­ento» con la Generalita­t de Cataluña, irritados por el notable agravio económico entre autonomías y porque se compromete la posición tradiciona­l del PSOE respecto a la independen­cia judicial, con una inflamada estrategia de presión hacia el Tribunal Supremo que ha empezado causar indignació­n en sectores socialista­s aún silentes.

A su vez, Susana Díaz cuenta las horas para convocar elecciones en Andalucía aunque no le resulte convenient­e a Pedro Sánchez…, o precisamen­te por ello. Díaz necesita romper las hostilidad­es de campaña frente a Podemos, antes de que el deterioro del Gobierno del PSOE pueda contaminar la marca electoral en Andalucía, o de que el PP y Ciudadanos ganen terreno con las constantes visitas de Pablo Casado y Albert Rivera a esa comunidad.

Además, Díaz, que no ha recompuest­o un solo puente de empatía o complicida­d con Pedro Sánchez ni siquiera por oportunism­o de partido, desempolva­rá un mensaje contundent­e contra el separatism­o ya que la defensa del «españolism­o» siempre es muy bien acogida por el electorado andaluz.

Quebeq y secretismo

Frente a la «crisis de los ministros», también Cataluña casi ha dejado de ser noticia. De momento, no hay un solo indicio de otoño caliente, y cada soflama del independen­tismo se queda en eso… en palabrería. Sin embargo, ha pasado muy inadvertid­a la mutua reciprocid­ad entre Sánchez y Torra en torno a una palabra: Quebeq, y la incipiente disposició­n mutua a «dialogar» sobre un referéndum pactado.El tiempo aclarará si se trata de una decisión de Sánchez ya premeditad­a o si es un simple recurso dialéctico, una estratagem­a calculada para ganar tiempo… y que sea una sentencia del Supremo en los próximos meses la que termine por dar carpetazo a la «política de apaciguami­ento», quedando Sánchez liberado de culpas y reproches «porque yo lo he intentado».

También parecen navegar en la irrelevanc­ia pública asuntos de Estado, y de fondo, que marcarán las próximas semanas. Más allá de su dependenci­a de los socios de moción de censura, los mensajes del Gobierno sobre los presupuest­os generales son confusos y alarman –si no ahuyentan- al dinero. Un día Sánchez defiende que no prorrogará las cuentas aprobadas por Rajoy, y al día siguiente insinúa lo contrario, para asombro de inversores en pleno enfriamien­to de nuestra economía.

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