Gobernar a la desesperada
Pedro Sánchez tiene dos opciones: resistir mientras dure la legislatura o ceder a la «brutal campaña de acoso» político y mediático
Salvo catástrofe, Pedro Sánchez no va a sacrificar a más ministros mientras dure la legislatura. Ante el dilema de resistir resignado con golpes de autoridad aun exponiéndose a quedar en evidencia frente a las exigencias éticas que se impuso para lograr el poder, o ceder a la «brutal campaña de acoso» político y mediático a la que se refirió el viernes la portavoz, Isabel Celaá, Sánchez ha optado por plantarse.
Asumir el desgaste, no dar explicaciones convincentes y defenderse desde un victimismo rayano en el berrinche infantil, son los tres resortes que Sánchez ha activado para un Gobierno que con síntomas de gobernar a la desesperada. Independientemente de cómo le salga la apuesta en términos de ejemplaridad y ética política, Moncloa ha optado por asumir el riesgo de continuar con ministros contaminados en su reputación en lugar de ceder a la dictadura del escrutinio sistemático a la intimidad y de los chantajes.
Una defensa sobreactuada
Sin embargo, la percepción creciente en el PSOE de que todo en torno a Sánchez aparece deslavazado parece irreversible. España sigue viciada por una decadente provisionalidad desde 2016 y Sánchez no la ha revertido. La comparecencia de Celaá el viernes tras el Consejo de Ministros fue sintomática de una extrema debilidad.
La sobreactuación con que manejó sus calificativos a la oposición y a los medios de comunicación –«hay una campaña de acoso al Gobierno y una cacería incomparables en democracia»-, demuestra que no siempre la mejor defensa es un buen ataque, y que el Gobierno combate su desesperación a garrotazos. «El Gobierno es un equipo de granito perfectamente engrasado», añadió Celaá… olvidando que dos días antes la ministra de Justicia fue abandonada a su suerte por todo el Gobierno en un desayuno informativo, en plena tormenta por la filtración de sus conversaciones privadas de 2009 con el ex comisario Villarejo y Baltasar Garzón.
Durante la semana, ese granito no fue tal, de igual modo que las contradicciones, rectificaciones y balbuceos de Pedro Duque a la hora de dar explicaciones sobre su sociedad patrimonial, sus chalés y sus deudas con el Fisco demostraron que hay poco «perfectamente engrasado» en el Ejecutivo. «Más brutal acoso a un Gobierno que una moción de censura, no cabe. Y más brutal acoso al Senado que anularlo, tampoco…» recuerdan desde escaños del PP.
Por primera vez en cuatro meses, Sánchez ha sugerido la posibilidad de alterar sus planes y convocar elecciones. Y lo ha hecho desde Estados Unidos. No fue una expresión pronunciada por improvisación o indiscreción, ni producto de la desesperación de contemplar en la picota a sus ministros con su imagen de ejemplaridad dinamitada por una privacidad ética más que dudosa. Ni siquiera tiene por qué ser cierto que medita convocar las urnas. Pero Sánchez es consciente de que sin aprobar los Presupuestos y ganarse en paralelo al separatismo catalán, la legislatura solo será un agónico manotazo de náufrago sin alcanzar la orilla, ni siquiera con el salvavidas del CIS. Por eso son tan relevantes las «otras» noticias que han dejado serlo, oscurecidas por los escándalos y el morbo de los ministros desnudados en sus engaños, incongruencias, opacidad y doble moral. Es relevante que por primera vez desde que Sánchez accedió de nuevo a la secretaría general del PSOE haya empezado a perder su inmunidad interna y credibilidad. Su doble moral con la tesis doctoral le ha retratado en su propio partido y causa estragos en su liderazgo, más allá de lo que trasciende.
Dos barones críticos como García Page y Lambán ya cuestionan públicamente la estrategia de cesiones y «apaciguamiento» con la Generalitat de Cataluña, irritados por el notable agravio económico entre autonomías y porque se compromete la posición tradicional del PSOE respecto a la independencia judicial, con una inflamada estrategia de presión hacia el Tribunal Supremo que ha empezado causar indignación en sectores socialistas aún silentes.
A su vez, Susana Díaz cuenta las horas para convocar elecciones en Andalucía aunque no le resulte conveniente a Pedro Sánchez…, o precisamente por ello. Díaz necesita romper las hostilidades de campaña frente a Podemos, antes de que el deterioro del Gobierno del PSOE pueda contaminar la marca electoral en Andalucía, o de que el PP y Ciudadanos ganen terreno con las constantes visitas de Pablo Casado y Albert Rivera a esa comunidad.
Además, Díaz, que no ha recompuesto un solo puente de empatía o complicidad con Pedro Sánchez ni siquiera por oportunismo de partido, desempolvará un mensaje contundente contra el separatismo ya que la defensa del «españolismo» siempre es muy bien acogida por el electorado andaluz.
Quebeq y secretismo
Frente a la «crisis de los ministros», también Cataluña casi ha dejado de ser noticia. De momento, no hay un solo indicio de otoño caliente, y cada soflama del independentismo se queda en eso… en palabrería. Sin embargo, ha pasado muy inadvertida la mutua reciprocidad entre Sánchez y Torra en torno a una palabra: Quebeq, y la incipiente disposición mutua a «dialogar» sobre un referéndum pactado.El tiempo aclarará si se trata de una decisión de Sánchez ya premeditada o si es un simple recurso dialéctico, una estratagema calculada para ganar tiempo… y que sea una sentencia del Supremo en los próximos meses la que termine por dar carpetazo a la «política de apaciguamiento», quedando Sánchez liberado de culpas y reproches «porque yo lo he intentado».
También parecen navegar en la irrelevancia pública asuntos de Estado, y de fondo, que marcarán las próximas semanas. Más allá de su dependencia de los socios de moción de censura, los mensajes del Gobierno sobre los presupuestos generales son confusos y alarman –si no ahuyentan- al dinero. Un día Sánchez defiende que no prorrogará las cuentas aprobadas por Rajoy, y al día siguiente insinúa lo contrario, para asombro de inversores en pleno enfriamiento de nuestra economía.