El comercio encona la rivalidad política y militar
Ambas potencias tienen frentes abiertos en el Mar del Sur de China y Siria
En este siglo XXI de la globalización y el libre comercio, China ha relevado a Rusia en la Guerra Fría con EE.UU. por la hegemonía mundial. Y las aduanas han sustituido a los misiles.
Mientras el presidente Trump disparaba esta semana su última andanada de aranceles sobre importaciones chinas , el régimen de Pekín celebraba una gran exposición internacional sobre la Ruta de la Seda. «Solo la apertura trae el avance. China seguirá en este camino hacia el multilateralismo», proclamaba en la inauguración la viceprimera ministra, Sun Chulan, ante decenas de mandatarios extranjeros en el palacio de congresos de Dunhuang, parada de la Ruta de la Seda en medio del desierto en Gansú.
Hace cinco años, el presidente chino, Xi Jinping, lanzaba un ambicioso proyecto para revivir esta primera «autopista de la globalización», bautizado como «Una franja, una ruta», que ha extendido el «poder blando» de Pekín por todo el mundo. Tanto estas Nuevas Rutas de la Seda como el plan «Made in China 2025», que persigue liderar a nivel mundial las industrias más punteras, asustan en EE.UU., donde Trump sigue usando el discurso contra Pekín como ya hiciera para ganar las elecciones.
Aunque Trump lleva razón al criticar el doble rasero de China, que aboga por el libre comercio mientras tiene cerrados importantes sectores de su economía, su agresividad negociadora ha desatado una guerra comercial total con aranceles cruzados que amenaza con provocar otra crisis global. A las difíciles relaciones entre ambas potencias, que tienen frentes abiertos en el Mar del Sur de China y Siria, se suman el comercio y las sanciones de la Casa Blanca contra Rusia, que han salpicado a Pekín.
Junto a Moscú, el Pentágono ha incluido a China como uno de sus rivales para «apropiarse o reemplazar el orden libre y abierto que ha permitido la seguridad global y la prosperidad desde la II Guerra Mundial». Según informa Bloomberg, así lo dejó claro el secretario de Estado, Mike Pompeo, cuando acudió en julio a un foro de seguridad en Singapur para criticar la «dependencia estratégica» que practica el autoritario régimen de Pekín con sus socios.
Con la Casa Blanca intentando frenar el auge de China, no parece probable que la guerra comercial se suavice hasta las elecciones legislativas de noviembre en EE.UU., auténtico examen para Trump a mitad de su mandato. «Yo llamaría a la actual situación “conflictos comerciales” (…), pero es posible que el intercambio de aranceles escale a una guerra comercial plena y duradera. En ese caso, ambos países perderán. Y China probablemente perderá más dada la fuerza relativa de las dos economías», analiza para ABC Xu Bin, profesor de Finanzas de la Escuela de Negocios CEIBS de Shanghái.
Aunque algunos expertos calculan que los aranceles de EE.UU. pueden recortar hasta medio punto porcentual el crecimiento de la economía china, que está en torno al 6,6%, el profesor Xu duda de esta cifra. «Para tener una estimación, hay que considerar el efecto directo de la guerra comercial y los potenciales ajustes de las políticas gubernamentales y estrategias empresariales».
Pearl Harbor
Con el yuan debilitado por esta guerra comercial, Xu Bin calcula que «puede depreciarse con respecto al dólar en un pequeño porcentaje, digamos un 5%», pero no cree que el Banco Central de China use esta devaluación como herramienta principal para compensar los aranceles estadounidenses. Tampoco ve probable que Pekín use su posición como banquero de Washington vendiendo sus bonos del Tesoro estadounidenses, que financian la astronómica deuda pública de la Casa Blanca. Además de apuntar que eso «le haría perder a Pekín sus reservas de divisas duramente ganadas», señala que «sería como el ataque japonés a Pearl Harbor». Es decir, una declaración de guerra, y no ya solo comercial.