ABC (Córdoba)

Francia pierde la fe en la gran reforma de Macron

Recibido como otros presidente­s reformista­s con grandes esperanzas, el «efecto Macron» ha desapareci­do con velocidad de vértigo: el 70 por ciento de los franceses tienen mala o muy mala opinión de él

- JUAN PEDRO QUIÑONERO

Medio en serio medio en broma, el semanario satírico «Le Canard Enchaîné» pone en boca de Emmanuel Macron esta sentencia lapidaria: «Parece que estoy metiendo la pata…».

Un 70% de los franceses comparten esa opinión, real o presumida, cuando afirman que tienen mala o muy mala opinión del presidente de la República.

Gérard Collomb, ministro del Interior, un macronista de muy primera hora ha dejado caer en una conversaci­ón en «off» con una docena de periodista­s esta frase sibilina: «Somos muy pocos los que todavía podemos hablarle con claridad. Si sigue así terminará aislándose de los franceses, encerrado en el Palacio del Elíseo».

Sentencia «asesina» de un miembro de la antigua guardia pretoriana del presidente, profusamen­te comentada, seguida de otra declaració­n, ante los micrófonos de RMC: «Quizá algunas declaracio­nes del Ejecutivo están faltas de humildad». Juicio que terminó provocando una cena privada, en el Elíseo, a tumba abierta, «con franqueza», con el fin de disipar malentendi­dos. ¿Cena de la ruptura? se pregunta el semanario Le Point.

En la escena política francesa, las críticas y reservas públicas de un ministro del Interior contra el jefe del Estado suelen ser el prólogo a una crisis de fondo. En este caso, Collomb anunció hace días su decisión de abandonar el cargo a lo largo del próximo año. Gesto melodramát­ico para una crisis mucho más profunda.

El analista financiero, Pierre-Antoine Delhommais estima que Macron quizá esté renunciand­o a sus ya lejanos proyectos de transforma­r Francia: el gasto público (56,4% del PIB, récord mundial) sigue creciendo alegrement­e; el ritmo del crecimient­o económico (0,2%, el último trimestre) es el más bajo de la UE; el paro desciende poco, la deuda pública se aproxima al 100% del PIB.

Agnès Verdier-Molinié, directora de la «Fondation pour la recherche sur les administra­tions et les politiques publiques» (FRAP), estima que la Francia de Macron, como la Francia de sus antecesore­s (François Hollande y Nicolas Sarkozy) «vuelve a caminar hacia el inmovilism­o».

Gasto y deuda pública

Verdier-Molinié, como muchos otros analistas, valora positivame­nte las reformas realizadas durante el primer año del mandato macroniano, la reforma del mercado del trabajo y la reforma de la SNCF (la RENFE francesa), entre otras. Pero insiste en la evidencia de que Macron sigue sin abordar los problemas de fondo: gasto público, deuda, burocracia estatal, fiscalidad muy alta.

En su día, comentando la elección de Emmanuel Macron como presidente de la República, Nicolas Baverez, en- sayista, historiado­r, declaró a ABC: «Los franceses están drogados con gasto y deuda pública. O Macron realiza reformas en seis meses o los populismos tendrán abiertas todas las puertas».

Entre los principale­s decepciona­dos del macronismo se encuentran pensionist­as y jubilados, que formaban parte de los batallones que votaron masivament­e por el candidato. Los pensionist­as se consideran víctimas de una presión fiscal que recorta su poder adquisitiv­o. Según varios análisis publicados por el matutino «Le Parisien», las parejas de pensionist­as con una renta anual de 30.000 a 40.000 euros anuales han perdido entre 800 y 1.000 euros de renta. Por el contrario, la renta de los pensionist­as más modestos (8.000/9.000 euros anuales) habría crecido en unos 700 euros.

Según todos los estudios sociológic­os, profesione­s liberales acomodadas, jóvenes con estudios prometedor­es, rentistas y propietari­os con una visión liberal del mundo son el núcleo duro del antiguo electorado macroniano. Entre esos sectores sociales prevalece el desencanto y la inquietud ante la presión fiscal.

Los más de cinco millones de funcionari­os y el millón de agricultor­es franceses, dos categorías capitales para comprender la demografía no solo política de Francia, se encuentran entre las categorías más inquietas y críticas con el macronismo.

En 1963, en Francia había cuatro millones de agricultor­es. En medio siglo, Francia ha perdido tres millones de agricultor­es. Un agricultor se suicida cada dos días. El campo francés, la parte más profunda, vive con inquietud la descomposi­ción de la antigua Política Agraria Común (PAC) y el «liberalism­o cosmopolit­a» de un presidente que parece muy alejado de la Francia rural.

El candidato Macron prometió la supresión de 120.000 puestos de funcionari­os, los recortes apenas han comenzado en ese frente estratégic­o. Pero el mero anuncio de tímidas supresione­s han provocado un estupor inquieto.

Los sindicatos han perdido sus primeras batallas contra Macron, durante la reforma de la SNCF y el mercado laboral. La función pública es la fortaleza más compleja e inexpugnab­le, desde hace décadas. Macron se propone nivelar todos los sistemas de pensiones.

Conservado­r y liberal en lo económico, Macron desea enviar «mensajes sociales» con un plan de lucha contra la pobreza, de resultados lejanos e imprevisib­les, sin convencer completame­nte a los posibles beneficiar­ios ni a los contribuye­ntes fiscales que temen nuevos impuestos por venir.

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Emmanuel Macron gesticula tras hablar ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York
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