«Balta» en la «peña Rianxo»
SE lo llevaban los demonios... Una semana aguantó callado Baltasar Garzón Real (Torres, Jaén, 1955) el chaparrón que le estaba cayendo a su amiga, la ministra de Justicia, Dolores Delgado, por cambiar hasta cinco veces su versión sobre el tipo de relación que mantuvo con el excomisario Villarejo, esa especie de «alguacil de las cloacas del Estado» que finalmente ha terminado alguacilado. El exjuez no pudo más y salió por una radio progre denunciando una «campaña deleznable contra una persona íntegra (se refería a Delgado) que ha dado su vida por este país», en el único y extraordinario caso de una persona que entrega su vida estando viva. Más aún, en esas declaraciones Garzón venía a sacar un poco la cara por Villarejo pidiendo respeto para su presunción de inocencia. Parece que el grupo sigue tan unido como en aquella cuchipanda de hace nueve años en el restaurante Rianxo, de la que ahora estamos conociendo todos los detalles y en la que, mientras se detectaban «maricones» y «negritos», el entonces comisario confesaba que había montado un puticlub para extorsionar a políticos y empresarios sin que ni la fiscal ni el juez de la Audiencia Nacional moviesen un dedo entonces contra Villarejo, más aún, les faltó decir «¡ole tú, Pepe!». Garzón era el máximo representante de la progresía judicial hispánica hasta que en 2012 fue expulsado de la carrera por prevaricar. Desde entonces, «Balta» (que así era conocido por los integrantes de la «peña Rianxo») es abogado, entre otros de Julian Assange, que lleva seis años esperando que su defensa letrada le consiga sacar de la embajada de Ecuador en Londres donde se refugió para no ser detenido por la Justicia británica. Pero no hay manera. Ahora anuncia querellas contra los medios y terceras personas por revelar secretos de un sumario así declarado por el instructor. Cuando él era juez no le importaba tanto que sus sumarios fueran secretos a voces; cuando uno sale en ellos mal retratado, hace menos gracia.