«AY, CHACHIÑO…»
Una pena cuando uno tiene clase y no la aplica en serio
AL final de la comparecencia de ayer de Josep Borrell en el Foro ABC, alguien del público parafraseó el título de la célebre canción de Burning para plantearle una aguda pregunta: «¿Qué hace un ministro como usted en un Gobierno como este?». Cierto, Borrell aporta una nota de peso en el coro de voces livianas de Sánchez, por edad (71 años) y por preparación y currículo. Excelente cabeza: ingeniero aeronáutico y doctor en Economía (pero hincando codos, no al estilo de su jefe); catedrático de Matemática Financiera; másteres varios, de los de verdad, incluido uno por Stanford. Hoja de servicio público también brillante: secretario de Estado de Hacienda, el ministro de Obras Públicas que aprovechó el maná de los fondos europeos para trazar nuestra extraordinaria red de autovías, presidente del Parlamento Europeo y ahora, jefe de la diplomacia española. Por último, se ganó el aprecio de todo el país presentando batalla al nacionalismo catalán, a veces en la más dura soledad, pues en su partido lo fetén es pastelear con los separatistas.
En la primera parte de su alocución pudo verse al mejor Borrell, con una interesante explicación sobre la situación de Europa. Pero cuando llegaron las preguntas sobre política española pasamos del sabio Dr. Borrell al flojo Mr. Pepe. El rigor se tambaleó. Cuando se le recordó que Sánchez gobierna sostenido por socios separatistas, Borrell despejó con una milonga: los partidos de Junqueras y Puigdemont, dijo, «votaron contra el Gobierno saliente, no a favor del entrante». No es cierto, de entrada porque la Constitución establece que las mociones en España han de ser constructivas. También aseguró que Sánchez no ofreció nada a los separatistas, tomando así al respetable público por lerdo, pues sabido es que hubo negociaciones bajo cuerda con los independentistas para ultimar el derribo exprés de Rajoy.
Por último, decepcionó la pusilanimidad frente al separatismo de un veterano y valioso luchador por la unidad de España, que incluso asegura que un diputado de ERC le ha escupido en la cara. Con Cataluña fuera de control, Borrell dice que el Gobierno trata de aplicar «una política ibuprofeno para bajar la inflamación». Pero hay enfermedades que requieren cirugía, una píldora no ataja la infección. Borrell aboga por el diálogo, pero al tiempo reconoce que lo único que aceptan los separatistas es que se les diga «sí o sí». Entonces, ¿diálogo sobre qué?
Ameno, agradable y docto, Borrell dejó la sensación de un hombre que ha optado por bajar el volumen de sus auténticas convicciones a cambio de darse el gusto crepuscular de ser ministro de Exteriores por un rato en la séptima década de su vida. Apena ver a un político tan dotado haciendo regates dialécticos para justificar el penoso entreguismo de Sánchez a los independentistas a cambio de un plato de lentejas monclovitas. En los años treinta del siglo pasado, mi equipo, el Deportivo, tuvo un delantero de clase única, Eduardo González Valiño «Chacho». En un partido España-Bulgaria de 1933 marcó la friolera de seis goles. Un fuera de serie. Pero se resistía a sacar lo que llevaba dentro. «Ay, Chachiño, si tú quisieras...», suspiraba la grada de Riazor. Pues eso...