EL AGUIJÓN DE MAY
LUIS VENTOSO El hombre que la ha convertido en un pato cojo es todo un personaje
UN gobernante con fecha de caducidad se convierte de inmediato en un pato cojo, su poder comienza a menguar. En tal tesitura se encuentran Merkel y Theresa May, con la inglesa muy debilitada tras salvar una moción de confianza de sus diputados con 117 votos en contra. El parlamentarismo británico opera como un sofisticado teatro, como corresponde a una democracia tan antigua y elaborada. El Palacio de Westminster es también una ciénaga de pirañas, of course. Pero las puñaladas son tan educadas y flemáticas que a veces el acuchillado hasta parece que vaya a darle las gracias al Maquiavelo que lo ha despanzurrado. El resultado es una política amenísima, coloreada por personajes pintorescos, muy del gusto del pueblo inglés, que adora la excentricidad.
Jacob Rees-Mogg, el diputado tory eurófobo de 49 años que ha promovido el motín contra May, daría para un reality. Se trata de un patricio inglés, de familia de posibles. Su padre, un periodista católico, resistió catorce años como director de «The Times». Jacob se formó en las dos fábricas del establishment, Eton y Oxford. Es un hombre alto, de 1.91, perpetuamente apegado a la etiqueta del gentleman de los años cuarenta, con ternos cruzados de Savile Row y camisas de Jermyn Street. Su hablar es tan «posh» que evoca a Bertie Wooster, el aristócrata de las humoradas de P. G. Wodehouse. Logró su escaño en los Comunes a la tercera. En su doble tropiezo compitió en demarcaciones laboristas, siempre dando espectáculo: la primera vez llegó a hacer campaña por los suburbios secundado por su nanny; la segunda, a bordo de un Bentley (extremo que me desmintió cuando tuve ocasión de tomar un té con él en uno de los confortables bares de los Comunes: «No. Realmente era un Mercedes»). Rees-Mogg no desayuna jamás, duerme con pijamas blancos y se estrenó en Twitter con una frase en latín. En la era de la corrección política, y siendo padre de seis hijos, levantó polvareda cuando alardeó de que «yo no he cambiado un pañal en mi vida, es innecesario». Resulta tan anticuado que en el Parlamento lo llaman «el Honorable Miembro del siglo XVIII». Conservador a la antigua, cree que es mejor preservar lo bueno que experimentar en busca de algo mejor. Es liberal en lo económico y nacionalista inglés, un brexitero compulsivo. Considera a la UE la peste y enemiga de la democracia inglesa. No se apeará del Brexit aunque se hunda la Torre de Londres.
Tras todo lo anterior, estarán concluyendo que ReesMogg es un friki. Discrepo. A diferencia de tantos políticos españoles de valores de goma y que viven del escaño, el diputado inglés se hizo millonario por sus propios medios como agente de bolsa, primero en la City y Hong Kong y luego fundando su propio fondo. Además, siempre es leal a sus principios, aún a riesgo de verse despellejado. Fervoroso católico, se opone al aborto y al matrimonio gay («mi fe es más importante que mi partido») y en la etapa de Cameron se hizo célebre por su disidencia de la línea oficial, aunque no le ayudase a trepar. Por último, es un tipo inteligente, buen dialéctico y de exquisita cordialidad. Ojalá nuestros rufianes y turriones tuviesen la clase atemporal del arcaico J. Rees-Mogg.