«Mi padre es un Quijote del toreo»
Jesús Soto de Paula Escritor ▶ El hijo del torero Rafael de Paula presenta su libro «Torerías y diabluras», una reivindicación «contra la corriente antitaurina e ignorante»
Ser hijo de Rafael de Paula debe ser, cuanto menos, singular. El amor y la admiración de un hijo a un padre no es discutible, por eso debe entenderse esta entrevista desde ese punto de vista. Jesús Soto de Paula comenzó a escribir libros hace 15 años. Se aventuró con obras como «Negro y azabache» o «Entre clamores y espantá», hasta que hace dos años forjó su última obra, titulada «Torerías y diabluras». Según el autor, una «reivindicación frente al aluvión, frente a la corriente antitaurina e ignorante que hay», una defensa sobre la vinculación del toreo con otras artes. Soto es un tipo con virtud para la palabra que anoche presentó su último texto en la Tertulia Taurina El Castoreño, en el Real Círculo de la Amistad.
—¿Cómo es Rafael de Paula y cómo lo ve su hijo?
—Lo veo con mucha naturalidad. Pero eso no significa que no sepa quién es mi padre. Sé lo que es y lo que significa para el mundo del arte. Es un hombre muy peculiar que tiene un gran corazón, también mucho temperamento. Nadie desde el dolor ha creado tanta belleza como él. Hablo y escribo como aficionado al toreo, no como hijo. A donde él me ha llevado en una plaza de toros no me ha llevado nadie. Su capacidad de transmisión ha roto todos los moldes.
—¿Podría definirla?
—Hablo de desgarro y tragedia. Él es como torea, un hombre trágico. Siempre ha tenido esa lucha. Su genio está abocado a los infiernos. El libro que presento habla un poco de eso. Mi padre tiene sus demonios en la cabeza: nunca ha estado satisfecho con lo que ha hecho. Ha padecido mucho con su físico, su rodilla de cristal. A pesar de eso, ha podido torear porque tenía una muñeca prodigiosa. Es una persona atormentada que ha llevado una bella tragedia. Es como un Quijote del toreo.
—Todo eso parece innato…
—Es que existe una naturalidad en todo ello, en toda su creación. Mi padre, ante todo, es una buena persona con mucho temperamento. Es un buen padre y buen tipo. Es torero porque no sabe ser otra cosa. Entiendo que el toreo es así.
—En el mundo taurino no abundan ya genios así. ¿Le gusta el toreo actual?
—Ha evolucionado mucho, sin duda, a lo largo de los años. Pero hoy veo mucha vulgaridad. Considero que los toreros no han sabido beber de la fuente, del clasicismo. La tauromaquia ha tenido una evolución lógica, pero no sé si sus protagonistas han sabido beber de la fuente eterna.
—Es fiel a lo clásico. ¿Se puede defender el toreo de hoy con argumentos de otras épocas?
—El toreo de hoy no me gusta. La tauromaquia ha cambiado mucho y en poco tiempo. Defiendo la clásica, lo bien rematado. Todo lo que no sea clásico, me parece vulgar. Hoy, los toreros hacen lo que saben y lo que pueden. Se realizan cosas inverosímiles a los toros. Algunas, emocionantes, pero a su vez carentes de esencia. Me preocupa la tauromaquia, porque se ha convertido en un oficio. Mi padre no oficia como torero. Es torero para lo bueno y para lo malo.
—¿Cree que esto de los toros tendrá un final inmediato?
—El artista siempre esta abocado a la desaparición. Siempre pienso que va a ser el último libro el que escribo. En realidad, es que estamos abocados a la supervivencia. Pero esto siempre ha sido así. El artista siempre vive en el filo de la navaja de la desaparición.
—¿Qué es para usted el toreo?
—El arte entre las artes. En este mundo hay una fuerte vinculación entre toreros y artistas. Creadores que pueden ir de la mano, como Paula con Bergamín, Dominguín con Picasso… Esa fue mi primera inquietud para escribir. Cuando el arte se ejecuta como tal, no tiene tiempo. No existe ni un antes, ni un ayer, existe un siempre.