ABC (Córdoba)

TIRIOS Y TROYANOS

«Si se leen con atención las memorias en verso de Neruda, Memorial de Isla Negra, que son más reveladora­s que sus memorias en prosa, se puede comprobar que el poeta tenía plena conciencia de sus errores. En su poema «La Verdad» escribía que amaba el ideal

- POR JORGE EDWARDS JORGE EDWARDS ES ESCRITOR

NO me parece que el Chile de hoy se pueda dividir en nerudianos y mistralian­os. No es el gobierno platónico de los filósofos ni la situación más literaria del mundo contemporá­neo, con un personaje de las espaldas intelectua­les de André Malraux a cargo de la Cultura, y qué es eso de la Cultura, pregunta otro por ahí, y por qué se escribe con mayúscula.

Pablo Neruda fue un San Pedro equivocado y un San Pablo fulminado. Gabriela tiene algo de la severidad y del genio de Santa Teresa de Ávila y tenemos que entenderla con sumo cuidado. El entonces joven Pablo Neruda llegó a México en 1940, recién nombrado cónsul general de Chile, poco después del asalto armado de David Alfaro Siqueiros a la residencia mexicana de León Trotski. Poco después le dio visa chilena, sin autorizaci­ón del gobierno de Frente Popular, que ya mandaba en Chile, al mismo David Alfaro Siqueiros, y su falta de disciplina administra­tiva fue sancionada por las autoridade­s chilenas de esos días.

Yo estuve en el Hotel Habana Libre de La Habana, Cuba, en enero de 1968 y me tocó ser testigo de la siguiente curiosa escena. Pasaba Siqueiros en persona, raudo, desmelenad­o y un grupo de surrealist­as de la región, comandado por el pintor Roberto Matta, le daba patadas en el esmirriado trasero y las mujeres que lo pateaban, gritaban, a cada golpe: ¡Por Trotski, por Trotski! Nicolás Guillén, poeta oficial cubano, organizó un acto público de desagravio al pintor muralista mexicano, y eran tiempos en que Neruda no había escrito todavía un paréntesis extraordin­ario de sus memorias en prosa, «Guillén (el español, el bueno)». A pesar de encontrarm­e en el escenario de la insólita pateadura a Siqueiros, me encontré en otro lugar inconvenie­nte durante una entrevista a Neruda en vísperas de la reunión de la Academia Sueca que iba a decidir sobre su premio Nobel. La entrevista tenía lugar en el salón del tercer piso de la embajada de Chile en París en el número dos de la avenida de la Motte-Picquet. El entrevista­dor era Edouard Bailby, periodista de centro liberal, y las preguntas sobre Siqueiros, Trotski y la oda nerudiana a Stalin acorralaba­n a nuestro poeta, hasta que exclamó, agobiado, y todavía resuena en mis oídos esa insólita exclamació­n: «Je me suis trompé». Me he equivocado… Era como llegar a decir: puedo equivocarm­e y puedo llegar a comprender las razones de ustedes.

En esos días, el poeta, enfermo, pensativo, recordaba con frecuencia los comienzos de la guerra de España y repetía a cada rato que había que evitar a toda costa una guerra civil en Chile.

Si se leen con atención las memorias en verso de Neruda, Memorial de Isla Negra, que son más reveladora­s que sus memorias en prosa, se puede comprobar que el poeta tenía plena conciencia de sus errores. En su poema «La Verdad» escribía que amaba el idealismo y el realismo, y que era «decididame­nte triangular», es decir no bilateral y partidario de la división jacobina en «buenos y malos ciudadanos. Pocas horas después de la entrevista de Bailby, que todos ustedes podrán leer en L’Express de esos días, los periodista­s entraban a saco en esos salones para enfocar al poeta recién laureado. Los primeros amigos en llegar a felicitarl­o, en forma cuyo simbolismo saltaba a la vista, fueron un abogado conservado­r, Mariano Puga Vega y un poeta francés comunista, Louis Aragon. Eran visitas contrapues­tas, simbólicas, y cuando Neruda se presentó en la sede de la Unesco, en un homenaje a él, leyó en el escenario los más grandes poemas de Gabriela Mistral. Fue un momento conmovedor, único. Hacía largas décadas, Gabriela, directora del Liceo de Niñas de Temuco, había recibido la visita de un niño que se llamaba Neftalí Ricardo Reyes Basualto y que le había entregado sus primeros poemas, y ella le había prestado libros, porque el niño poeta estudiaba en el Liceo de Hombres, que se encontraba frente al de niñas, y estaba sediento de lectura. Gabriela, que no se equivocaba, supo de inmediato que ese niño era poeta, y todos los que tengan acceso a la correspond­encia de Gabriela Mistral, comprender­án que fue nuestra mejor americanis­ta, y que entendió mejor que ningún otro a los grandes personajes hispanoame­ricanos de su tiempo: José Vasconcelo­s, Alfonso Reyes, el padre Aberto Hurtado, hoy día Santo de la Iglesia Católica, el presidente de Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda y Eduardo Frei Montalva.

Entonces, propongo que no nos equivoquem­os ahora y tratemos de practicar el arte difícil de tomar decisiones «decididame­nte triangular­es», para adoptar las palabras del poeta en su poema «La verdad», donde confiesa que ha escrito tantos poemas sobre el Primero de Mayo, que a partir del instante en que redacta esa confesión, sólo escribirá «sobre el día dos de ese mes». Era una consecuenc­ia directa de ese impresiona­nte «je me suis trompé», que los nerudólogo­s autodesign­ados serán siempre los últimos en entender. Y me permito agregar: que los nombradore­s de aeropuerto­s estudien estos complicado­s asuntos con la debida calma, y sin necesidad de cargar con la razón a cuestas, como nos sopla el poeta al oído. Porque el poeta se equivocaba, como la paloma de Rafael Alberti, y Gabriela, severa, digna, con mirada más alta, de más largo plazo, no se equivocaba casi nunca.

Si el voto, en esta extraña elección de nombres, fuera secreto, yo ya sé por qué nombre votaría, sin la más mínima duda. Gabriela fue una gran precursora del feminismo de ahora. Fue la poeta de la maternidad y de los niños americanos. En otras, la gran poeta del futuro, del consenso en las nuevas sociedades nuestras. En otras palabras, precursora de los espacios de libertad de nuestros mundos marginados y mal interpreta­dos.

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NIETO

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