Réquiem de Tchaikovsky

«ES LA VIDA ALEGRÍA Y TRISTEZA» Género: Sinfónico. Repertorio: Obras de Piazzolla, Matos y Tchaikovsky. Intérpretes: Raúl Jaurena (bandoneón), Orquesta de Córdoba y Carlos Domínguez-Nieto (director). Lugar: Gran Teatro. Fecha: 13 y 14 de diciembre. Bajo el epígrafe «Es la vida alegría y tristeza» tuvo lugar el cuarto de abono de la Orquesta de Córdoba en el que, en efecto, se expuso sobre la mesa un amplio muestrario de los diferentes estados de ánimo del ser humano en dos partes bien diferenciadas.

Es Piazzolla un autor fascinante, cuestionado y controvertido en el mundo del tango, pero que ha conseguido hacerse un hueco entre los clásicos sin deber nada a nadie. Sin embargo, en su música encontramos por lo general más melancolía, más ternura y nostalgia que sobre todo alegría, creo. El bandoneonista uruguayo Raúl Jaurena se acercó al concierto «Aconcagua» del autor argentino con devoción en una versión libre de estridencias, elegante y profundamente conmovedora. El «Allegro marcato» inicial, un tanto abrupto en su comienzo, captó rápidamente el interés y para el «Moderato» el auditorio llevaba ya tiempo entregado y arrastrado a la añoranza por una tierra que muchos ni conocemos. El «Presto» final cerró con contenida brillantez y ternura una versión fantástica, con una Orquesta apoyando sin asfixiar y siempre atenta. Y tras una ilustrada presentación del bandoneón por parte del solista, la primera parte se cerró con la orquestación del propio Ramón Jaurena del tango «La Cumparsita».

Igual no debería llamar tanto la atención, pero lo hace el hecho de presenciar versiones tan detallistas en los pocos conciertos que lleva Carlos Domínguez-Nieto al frente de nuestra Orquesta. La «Patética» de Tchaikovsky apareció desgranada hasta los más mínimos detalles, lo cual tiene sus peligros pues desnuda mucho a sus intérpretes y tienen por tanto poco margen para esconderse, pero a la vez fue concebida como un bloque muy bien ensamblado y al que imprimió una intensidad y una carga emocional muy potentes y dramáticas. Sorprendentemente bien manejadas las tensiones de los movimientos lentos («Adagio» y «Finale»), supo gestionar y transmitir los discursos hacia sus correspondientes clímax con maleabilidad y sentido escénico, no salvándose ninguno, y dando al espectador un respiro tan solo relativo en el Allegro con grazia. El resultado final fue muy bueno y… extenuante.