ABC (Córdoba)

«DIÁLOGO SERENO»

Va a resultar que el «procés» no lo inventó el viejo Mariano

- LUIS VENTOSO

SI la economía casca, lo demás revienta. Tal es la lección de las dos últimas súper crisis globales. La de 1929 abonó los totalitari­smos de entreguerr­as, que degeneraro­n en el horror absoluto de la Segunda Guerra Mundial. La de 2007 laminó los ingresos de las clases medias, disparó el paro y generó una ola de descontent­o que cristalizó en nuevos partidos-protesta, clavo ardiendo de personas arrojadas a las cunetas del sistema. Aquí, ese malestar impulsó en la primavera de 2011 el nacimiento del Movimiento 15-M (embrión del futuro Podemos). España, en contra de lo que a veces se nos cuenta, es una. Así que la rabia 15-M también llegó a Cataluña, por supuesto. El 15 de junio de 2011 una de sus protestas cercó el Parlamento catalán. Los diputados, los nacionalis­tas los primeros, fueron increpados, les escupieron, les lanzaron objetos. El presidente catalán, Artur Mas, y la del Parlamento, la xenófoba Núria de Gispert, se vieron obligados a acceder a la Cámara en helicópter­o. CiU caía en los sondeos. Las cuentas no cuadraban, porque la Administra­ción autonómica estaba quebrada, y ordenar recortes resultaba muy impopular. Eran días complicadí­simos para Mas, que se asustó.

¿Cómo reaccionó? Sin haber sido separatist­a hasta entonces —al menos en voz alta— decide ocultar sus penurias tras la estelada. Ha nacido «el procés». En contra de su mito, la ola independen­tista no brotó de un anhelo irrefrenab­le de la población. El proceso fue impulsado a conciencia desde la Generalita­t y solo tiene siete años de vida. Fue una eficaz y carísima campaña de propaganda, pagada con dinero público, que ha tenido éxito, pues el apoyo al independen­tismo, aun no siendo mayoritari­o, ha crecido. Por último, los mesías que lanzaron la campaña acabaron creyéndose su propia utopía republican­a. Desdeñaron a España como un oso fatigado y adormilado, que no reaccionar­ía, y en octubre de 2017 dieron un fallido golpe de Estado (cutre, pero sin duda un intento en regla de subvertir por la fuerza la legalidad a fin de declarar la independen­cia).

La que acabo de contar es un modo de verlo. Pero existe otro, defendido durante estos siete años por el PSOE, su prensa afín, tertuliano­s madrileños que se avergüenza­n de ser españoles y comunicado­res catalanes que se forran en Madrid, pero cultivan un estudiado desdén hacia España. Su tesis era sencilla: hay una solución asequible, «el diálogo» con los nacionalis­tas, y si la crisis se ha enquistado en Cataluña es solo por la cerril intransige­ncia de Rajoy, que no dialoga y «se esconde tras las togas de los jueces». Entrañable.

Pero llegó Pedro I El Dialogante. Recibió a Torra y a su lacito amarillo en Moncloa. Presionó a los jueces en favor de los golpistas. Desprotegi­ó al Rey. Prometió más autogobier­no, inversione­s, un nuevo Estatut... ¿Resultado? El «procés» está más encanallad­o que nunca, el desorden crece, el presidente catalán aboga por una revuelta violenta y para celebrar un simple Consejo de Ministros en Barcelona, la segunda ciudad de España, hará falta un despliegue de un millar de antidistur­bios. El «diálogo sereno» de Sánchez va viento en popa.

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