ABC (Córdoba)

SEMANA TRAGICÓMIC­A DE BARCELONA

Este Torra pretende convertir la pacífica y culta Cataluña en la Eslovenia donde la independen­cia supuso un trauma con muertos en las calles

- FRANCISCO ROBLES

HACE más de un siglo, Barcelona ardió por los cuatro costados de la sinrazón y de la revolución, del enfrentami­ento armado y de la insumisión al poder. El Gobierno conservado­r de Maura pretendía que los padres de familia y los muchachos de la clase obrera fueran a batirse en duelo con unos marroquíes a los que no les debían nada. El pueblo se levantó en armas y el poder se tambaleó. España estaba ensayando la guerra civil que llegaría unos años después tras el paso frustrado por una República que fue un campo de cultivo para los totalitari­smos que asolaban Europa.

De todo aquello ha pasado un siglo y pico, y el dicho de Marx se hace presente de nuevo. La historia se repite. Siempre. La primera vez como tragedia, y la segunda como comedia. Ahora estamos en ese estado intermedio que tan bien define a nuestra literatura. Las grandes obras de nuestros escritores rozan, a menudo, esos dos extremos tan contradict­orios en apariencia. No hay más que leer La Celestina para comprobarl­o. O el mismo Quijote, donde la locura y el humor, el desengaño y la ironía se dan la mano en una suma de contrarios muy difícil de entender para el foráneo.

Lo de Cataluña es una tragedia interpreta­da por personajes cómicos como el tal Torra, que quiere balcanizar una comunidad donde se vivía hasta hace poco como en muy pocos lugares del planeta. ¿O es que los cachorros del independen­tismo que se han criado en barrios lujosos y en ensanches modernísim­os son unos parias que luchan por la superviven­cia? Este Torra pretende convertir la pacífica y culta Cataluña en la Eslovenia donde la independen­cia supuso un trauma con muertos en las calles. Pero no se expondrá a ser uno de ellos, sino que hará lo mismo que hizo Maura cuando provocó aquella Semana Trágica de Barcelona: convencer a otros para que sean los cadáveres colocados como trofeos sobre la negrura fría del asfalto para que la historia se repita.

A todo esto, Sánchez sigue a lo suyo. Este tipo es capaz de poner en riesgo a su propio partido para salvarse él, y de arriesgar la unidad de España a costa del triunfo de su partido. Siempre antepone lo particular a lo general, lo suyo al bien común. Su apuesta por celebrar un consejo de ministros en Barcelona habría sido catalogada como una ofensa o una provocació­n por el máster de progresía si la hubieran llevado a cabo los peperos, los ciudadanos o los voxeros. Pero tratándose del PSOE ya es otra cosa, y el silencio cómplice no es el de los corderos, sino el de los cobardes que no son capaces de defender esta postura del Gobierno. ¿O es que no va a poderse reunir donde le dé la gana porque unos cuantos enemigos de la Constituci­ón así lo quieran?

La semana tragicómic­a está por venir, y bien que la celebrarán los amigos de los disturbios y de las ofensas a todo lo que suene o huela a España. Que nadie los confunda con aquellos pobres hombres que salieron a la calle hace más de un siglo porque las circunstan­cias en las que vivían eran extremas. Esto es otra cosa. Esto no es un movimiento obrero, sino una movida burguesa de niños de papá. Y de mamá Ferrusola.

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