ABC (Córdoba)

GUERRA AL COCHE

Al Centro histórico no se lo va a cargar ni los pisos turísticos ni las procesione­s, como dicen algunos; para eso está ya Movilidad

- FRANCISCO J. POYATO

Nadie se ha tomado en serio la movilidad en Córdoba. Porque tomar decisiones con el tráfico es impopular. Estacionar y coger el coche es una de las mayores preocupaci­ones de la calle en los sondeos. Porque hay que tener arrestos políticos y capacidad técnica. Pero, sobre todo, mucho sentido común. El sino de los tiempos sostenible­s no puede ser una utopía sin pies en el suelo. Las medidas adoptadas se han ido improvisan­do sin solución de continuida­d ni coherencia, y muy poco diálogo con las partes afectadas. A ello ha ayudado la gobernanza de tres partidos diferentes en los últimos tres mandatos (IU, PP, PSOE) que aplican la tierra quemada. La máxima mítica de Penélope: tejer y destejer. Una peatonaliz­ación por aquí, medio aparcamien­to por allá, siete cambios de sentido circulator­io por acullá y goteo incesante de restriccio­nes. No eres gobernante de Córdoba si no cambias las rutas de Aucorsa para que siga perdiendo viajeros y, menos, si no prometes un plan de estacionam­ientos que jamás se construirá­n. Y como efecto colateral: muerte al Centro histórico. Déjense de bagatelas porque ni los veladores, ni los pisos turísticos, ni las procesione­s o las fiestas populares acabarán con esta parte de Córdoba, como braman los supuestos vecinos metidos a políticos. Sólo este estropicio de movilidad tendrá ese privilegio de terminar de echar a los moradores y usuarios, sumidos cada día que pasa en una especie de ratonera.

ABC ha ido desgranand­o esta semana las medidas del Plan de Calidad del Aire que el actual equipo de Ambrosio y García guarda en el cajón por si repiten gobierno y lo ponen en marcha hasta 2023. Es lógico que se esconda porque el desaguisad­o alcanza ya cotas sublimes. Es la batalla final al coche y el bolsillo. A los comercios, a los bares o a las empresas de transporte... Y, probableme­nte, la puntilla a quienes estoicamen­te resisten en el Centro.

Las zonas reguladas de aparcamien­to de las que se hablan son un arma de doble filo. Si una parte de su barrio la acotan para que los vecinos aparquen con tarjeta, el resto del espacio tendrá que articulars­e para que las tiendas no terminen de echar el cierre, o los equipamien­tos, dotaciones y oficinas a las que diariament­e acuden miles de personas (juzgados, hospitales, supermerca­dos, sedes municipale­s...) puedan seguir funcionand­o. Esto es, más zona azul y pagar para dejar el vehículo en la calle (sobre la que ya pagamos impuestos para su mantenimie­nto). El objetivo de este enésimo plan pasa también por quitar del Centro comercial y antiguo unas cinco mil furgonetas diarias que llevan las mercancías a los puntos de venta, los repartos domiciliar­ios de comida, paquetería al trabajo y hasta las compras del gigante invisible «on line». La apuesta es el reparto en bici del que, por cierto, nadie se queja por sus paupérrima­s condicione­s económicas.

Si usted acude con frecuencia a la Viñuela, Santa Rosa, Ciudad Jardín, Arroyo del Moro-Noreña, Fléming, Corregidor, alrededore­s de Reina Sofía, nueva zona de Quirón o Miraflores y el Campo de la Verdad no va a escaparse de una persecució­n en toda regla y olvídese del heroico momento de hallar hueco para aparcar. Si usted vive en el Centro histórico y para colmo tiene una cierta edad, su familia debería plantearse seriamente la opción de los drones para no romper lazos y no verse desasistid­os. Siempre nos quedarán los patinetes eléctricos, que campan a sus anchas en estos momentos por la acera. Como las bicicletas, pese a la cada vez mayor inversión en pasillos para las dos ruedas.

Las recetas para paliar la guerra al coche van desde más suela de zapato a más Aucorsa, taxi sin Uber, patinetes, bicicletas y Cercanías (¿). Exploremos, pues, también el paracaidis­mo.

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