ABC (Córdoba)

«Los inmigrante­s son cristos rotos que llaman a tu puerta»

Hermano de la Cruz Blanca

- ARISTÓTELE­S

▶ El hábito de este fraile ha dado la vuelta al mundo en contraport­adas y reportajes. Cuando prendió el fenómeno de las pateras, estaba en la zona cero. Esta es la historia de la humanidad frente al naufragio

Nació en un pequeño pueblo minero de Huelva como Isidoro Macías. Pero la vida lo ha rebautizad­o bajo el nombre de Padre Patera por obra y gracia de un periodista de Radio Nacional de España llamado Julio César Iglesias. Se ha tirado 35 años en Algeciras dando amparo a mujeres inmigrante­s embarazada­s y cambiando pañales de criaturas apátridas que casi le nacían en sus manos. Ha desafiado la Ley de Extranjerí­a y ha tenido que rendir cuentas ante las Fuerzas de Seguridad por un espinoso asunto, el de la inmigració­n, que conmociona el corazón de Europa y está a punto de desfigurar el viejo tablero político del continente.

Junto a Zidane y Beckham, fue «Héroe del Año» en 2003 para la prestigios­a revista Time. Y su hábito de fraile ha dado la vuelta al mundo en contraport­adas y reportajes de todo tipo. Hace año y medio que lo destinaron a los Hermanos de la Cruz Blanca en Córdoba. Nos recibe en los antiguos pabellones del Hospital Militar con puntualida­d británica y sonrisa andaluza. El Padre Patera está tocado por la gracia de una socarroner­ía muy mediterrán­ea y su verbo transita a través de una sucesión de anécdotas tiernas y, a menudo, desternill­antes que parecen no tener fin. —¿Cómo lleva usted su apodo: como un mérito o como un estigma? —Hay que ser sencillito. Humilde. Eres una persona y ya está. Un cristiano. Un fraile.

Isidoro Macías (Minas de San Telmo, Huelva, 1945) nació en el seno de una familia minera atravesada por las severas dificultad­es económicas de la posguerra. Ha cuidado cochinos, ordeñado cabras, segado trigo y vendido agua en cántaros para echar una mano en la maltrecha economía doméstica. «He hecho de todo. Y no me da vergüenza. Cada vez que viene un pobre ahora lo comprendo. Porque yo fui pobre. Y lo sigo siendo».

Abrazó el camino espiritual al término de la mili, que cumpliment­ó en Ceuta, donde conoció a Isidoro Lezcano, fundador de los Hermanos de la Cruz Blanca. Allí pusieron en pie una casa de acogida para pobres y alcohólico­s, la primera piedra de una vida entregada a la labor humanitari­a, primero en Tánger, luego en Cáceres y, años después, en Venezuela, Costa de Marfil y Algeciras, hasta recalar, por fin, en Córdoba. —35 años en Algeciras recogiendo inmigrante­s desahuciad­os, mujeres embarazada­s y bebés. ¿Practica el buenismo? —Yo solo intento vivir el Evangelio. —En Europa hay países donde el Padre Patera estaría entre rejas por colaborar con las redes mafiosas. —Ellos saben quienes trafican con inmigrante­s. Yo solamente ayudo.

—A usted lo han detenido. —Es que dicen que me saltaba la Ley de Extranjerí­a. Señor mío. Pero para hacer el bien. Yo no soy abogado. Y luego fueron los mejores amigos que tuve en Algeciras, desde el comisario a todos los agentes. Y cuando llegaba el director general de la Policía y de la Guardia Civil me llamaban para conocerme en persona. —Han pasado por sus manos cientos de niños. —Los números no me gustan. Es una cosa fría, ¿verdad? Esa no es mi misión. He asistido a niños que han nacido en la casa. Dios siempre me mandaba personas que supieran inglés. Y allí fue la primera vez que vi un cordón umbilical. —¿Y de dónde ha sacado el

dinero para alimentar a toda esta gente? —Cada vez que salía yo en los medios la gente me ayudaba. Un día me mandaron una carta con mi nombre nada más. Y dentro cinco euros. Como el denario que echó la viuda en tiempos de Jesucristo. Y dijo Jesús: «Esta mujer ha echado lo que tenía». Y otra carta con una letrita que decía: «Rezo por usted». Esto te llena más. No es solo la cosa material. Yo como fraile tengo que ser un poquito espiritual. —En 2003, la revista Time lo reconoció a usted como «Héroe del Año». ¿Cuáles son sus hazañas? —Que me saltaba la Ley de Extranjerí­a. La correspons­al vino de Madrid para estar una hora conmigo. Y de la noche a la mañana recibo una carta en inglés que tuve que recorrer la «ceca y la meca» para que me tradujeran. Y un paquetito muy bonito.

¿Héroe? ¡Pero si yo no he estado en ninguna guerra! Luego se fue a entrevista­r a Zidane y a Beckham. —Tres héroes. —Yo lo que quería era dinero para comprar pañales y toallitas. Bendito sea. El día que Dios me los ponga en la mano para saludarlos, les diré que somos héroes del mismo año. —Para otros muchos habrá sido usted un villano por cooperar en la violación de nuestras fronteras. —Yo intento hacer el bien. Después que digan lo que digan. El mundo no se gana con las guerras. El mundo se gana con el amor. Y creo que tiene poco amor esa gente. A Jesucristo lo crucificar­on. Yo no soy Jesucristo pero soy su discípulo y tengo que seguir sus pasos. Esa gente me da pena. —En 2018 han entrado 50.000 inmigrante­s ilegales en España. ¿Un problema o una oportunida­d?

—Yo creo que es una oportunida­d para ellos. Ellos no vienen a quitar el trabajo a nadie. Un ejemplo: ¿quién va a la aceituna? ¿Los españoles? No. Hace unos días me mandaron un Whatsapp para ver si podía reunir a 400 para la aceituna.

—¿En Europa cabe todo el mundo?

—Como sigamos así vamos a tener nosotros que irnos en patera para Marruecos (risas). En Europa lo que falta es un poco de trabajo.

—¿Qué le diría a todas las personas que tienen miedo de la inmigració­n?

—Yo creo que tenemos que tener miedo de nosotros mismos, que no ayudamos a esas personas que vienen. Esas personas son iguales que yo. Y no saben la lengua, ni las costumbres. Vamos a dejar la religión aparte. Vienen y no encuentran nada. Yo les daría papeles y los colocaría en la naranja, en la aceituna, en las manzanas. Pero yo no soy nadie.

—Su móvil no para de sonar. Tiene usted ahijados africanos por media España.

—Eso da mucha alegría. Que te llamen y que te digan: «Papa, ¿cómo estás?». Y yo les digo: «¿Cómo van los estudios?» Y me dicen: «Bien, papa. Gracias por todo». Hasta se me saltan las lágrimas cuando me llaman.

—Es usted un buen padre.

—Los periodista­s decían cada vez que nacía un niño: «El Padre Patera ha vuelto a ser abuelo». Bendito sea Dios.

—¿Los inmigrante­s africanos amenazan nuestras culturas y costumbres?

—Ellos son muy reacios a integrarse. Es normal que vuelvan a sus costumbres. A su folclore. Se tendrían que integrar un poquitín más.

—En una entrevista dijo usted: «Nosotros los frailes vemos a Cristo en la cara de los inmigrante­s que cruzan el Estrecho».

—Pues sí. Porque si yo no viera a los «cristos rotos» sería un mal fraile. Son «cristos» que llaman a tu puerta. El Evangelio dice: «Soy forastero y tú me abriste tu puerta de par en par». Un día fui al instituto e hice esta pregunta: «Si no son católicos, ¿yo los tengo que acoger?». Y los muchachos me dijeron todos a la una que sí.

—Por cierto, menudo terremoto político en las elecciones andaluzas.

—Bueno, son hombres. Y tenemos que mirar más al pueblo. En Andalucía hay mucho paro. Mucha gente que no come. Los políticos comen. ¿Se acuerdan los políticos de que en estas Navidades no van a comer un poquito de mantecados algunos? Los políticos tenían que visitar muchos centros como este, pero no para hacerse la fotografía.

—¿De qué se jubila un fraile?

—No nos jubilamos nunca. Yo tengo 73 años y cuando no estoy en la cocina estoy en la plancha. O estoy con los muchachos hablando, cantando e intentando hacer un poquito lo que pueda. Hasta que el Padre Dios diga: «Isidoro, vente conmigo».

—¿Lo llamará Isidoro o Padre Patera?

—Esa es la duda que yo tengo. Me llamará como me puso mi padre: Isidoro. Pero lo de Padre Patera me ha venido muy bien. Bendito sea.

Humanidad «Yo intento hacer el bien. Luego que digan lo que digan. El mundo no se gana con guerras. Se gana con amor»

Niños inmigrante­s «Que te llamen los muchachos años después da mucha alegría. Y que te digan: «Papa, ¿cómo estás? Gracias por todo»

Imperativo ético «A mí me han detenido porque decían que me saltaba la Ley de Extranjerí­a. Señor mío. Era para hacer el bien»

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En uno de los pabellones del antiguo Hospital Militar, sede hoy de los Hermanos de la Cruz Blanca
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FOTOS: ROLDÁN SERRANO

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