Dulce como el azúcar, el anís y la amistad de un burro
La localidad de la Subbética atrae a decenas de miles de visitantes con su mirada a una concepción tradicional de las fiestas y la vida en la comida, la bebida y la naturaleza
EL nombre de Rute no sólo suena. También huele y sabe. El pueblo existe todos los días del año, pero al escucharlo la piel siente el repeluco de las mañanas luminosas y muy frías del primer diciembre, a los dientes le llega el bocado que debe ser frágil y suave a los ducles navideños, a la nariz le llega el golpe entre dulce y embriagador del anís que ayuda a combatir el relente de los amaneceres muy tempranos. Y a la memoria también la lucha por salvar a los burros, que quedaron arrinconados con la mecanización del campo y que serían casi una reliquia sin el trabajo en la pacífica reserva entre pinares que dirige Pascual Rovira.
¿Cuál de las tres cosas buscan las decenas de miles de visitantes de Rute? En cada casa se dice que van primero allí, pero muchos son capaces de hacerlo compatible cuando afrontan una travesía llena de carteles en que se multiplican los anuncios de museos sobre la fabricación de productos artesanales. En una mañana de diciembre a primera hora ya hay media docena de autobuses que han seguido la ruta que lleva hasta la carretera de Lucena, donde está el famoso belén de chocolate.
Lo monta la empresa Galleros, que surgió de la unión de tres hermanos que hasta entonces habían trabajado por separado en la confitería, con especial atención a los dulces de Navidad, pero con actividad todo el año. Quienes se acercan al belén de chocolate que se instala todos los años compran y aprecian sus productos, en particular los alfajores y las hojaldradas, y además admiran un montaje que es menos un nacimiento que una ciudad en miniatura.
El belén se disfruta con los primeros fríos, pero se pergeña en primavera. Jorge Garrido relata que se empieza cuando termina la Semana Santa y para eso se comienza con el proyecto, es decir, decidiendo a qué se va a dedicar el conjunto y cómo se plasmará en la realidad. Nació en el año 2000, «como una forma de ofrecer una experiencia, un reclamo. Tuvo desde aquel momento un gran éxito».
El de 2018 se dedica a los grandes imperios de la antigüedad y por eso el visitante puede conocer maravillas de Egipto, el templo de Jerusalén según estaba en tiempos de Cristo, la Torre de Babel o la ciudad de Persépolis. En su construcción se han empleado 1.400 kilos de chocolate para ocupar una superficie de 52 metros cuadrados. Siete maestros pasteleros trabajan en un sótano en la construcción de palacios, casas y ciudades antiguas como si fuesen esculturas: primero se dan forma mediante moldes y más tarde se emplean colorantes.
«El chocolate tiene que estar siempre a una temperatura inferior a los 22 grados», explica Jorge Garrido, y eso se aplica al verano, pero también a la temperatura que se mantiene para contemplar el belén, donde no es posible la calefacción. Entre el 10 de octubre y el 6 de enero pasan por allí más de 100.000 personas de toda España, muchos de ellos en viajes organizados y al final son los niños quienes «destrozan» el belén que ha terminado y participan de una chocolatada.
Galleros ofrece este año además una novedad a sus visitantes: en su fábrica han instalado un nacimiento de hielo, que muestra a gran tamaño las figuras tradicionales: la Virgen María, el Niño Jesús, San José, la mula y el buey. Lo han hecho, explica Jorge Gallardo, varios escultores a través de pequeñas sierras para dar forma a las imágenes, y se tiene que conservar necesariamente a doce grados bajo cero.
Cuatro siglos de historia
Los visitantes llenan después la bolsa con productos navideños artesanales, que en Rute no sólo tienen fama sino realidad, y a esa hora, ya en el casco urbano del pueblo, se habla de bodegas y de aguardiente, que es menos una bebida alcohólica que una tradición y una forma de entender la vida. En la Ronda del Fresno está uno de los museos del anís más conocidos y allí atiende su mejor guía, Anselmo Córdoba, a un grupo de estudiantes de tercero de ESO de un instituto de Marbella. Las delisterías Duende que comercializan el anís Arruza, tienen 110 años de historia, desde el momento de gran esplendor de esta bebida que supone, explica, el 8 por ciento del consumo de bebidas alcohólicas en España.
Su visita va mucho más allá del anís, ya que también se conoce la bodega y el patio, que sigue el estilo de los de la capital, y culmina en la destilería. «En Rute se fabrica el anís ininterrumpidamente desde 1630», cuenta delante un alambique donde muestra a los jóvenes cómo se obtiene esta bebida a partir de destilar matalahúva (Pimpinella anisum), alcohol de melaza y agua, y cómo se puede modificar macerándose con hierbas para distintas bebidas con otro sabor.
«Y cuando hay menores siempre se les dice lo mismo: tolerancia cero con
Afluencia Por el belén de chocolate de Galleros pasaron el año pasado más de cien mil personas de toda España, muchos en viajes organizados
Labor pionera Pascual Rovira comenzó a defender al burro de la extinción hace treinta años; hoy en su refugio, convertido en santuario, hay un centenar de animales
el consumo de alcohol para ellos, así que se les ofrece un licor que no los tiene». En las paredes abundan citas de visitantes ilustres que se han interesado por esa bebida tradicional.
En un hermoso pinar de la Subbética, aguarda la visita Pascual Rovira, que hace treinta años se lanzó a la aventura de salvar al burro de la desaparición. «Al final de la Guerra Civil había en España 1,2 millones, ahora hay menos de 30.000», se lamenta al explicar cómo la mecanización del campo supuso que a muchos animales se les sacrificara. El éxito de la Asociación para la Defensa del Borrico (Adebo) fue indiscutible. Sus amigos, porque cuesta llamarlos animales, acuden a él y le saludan con cabezazos, con pequeños mordiscos que, como cuenta, son demostraciones de afecto, y él con apenas un vistazo va diciendo el nombre de cada uno y hasta si lo bautizó alguna persona relevante: «Los burros son reflexivos e inteligentes y, a diferencia de los caballos, no se dejan dominar».
Son más de cien animales que tienen a su disposición más de 10.000 metros cuadrados, cedidos por el Ayuntamiento de Rute, en la sierra, en un lugar lleno de paz que ahora es un santuario. «De aquí no salen los animales ni tampoco se recogen, y ahora lo que intentaremos será controlar que haya menos nacimientos», explica.
El recorte de las ayudas de las Administraciones frenó algo la actividad de, aunque no ha cerrado este refugio. Sería bueno, explica, tener un mejor acceso por carretera que hiciera posible por ejemplo las visitas de colegios, pero los animales están a sus anchas y el interés, en parte por su voz de alarma, ha crecido en España y también en Francia. En estas décadas ha visto cómo el burro es muy útil en la equinoterapia que sirve para tratar ciertos trastornos. La liberación del trabajo pudo haber sido el final de esta especie hasta que en la sierra de Rute se encendió la llama de una esperanza. Tan tradicional como la Navidad que se vive estos días en sus calles.