SIN RETORNO
El crecimiento de Vox y el hundimiento del PP no son, como creíamos, procesos directamente proporcionales. Casado ha conseguido amortiguar parte del daño que le ha infligido en las urnas el mordisco de Abascal sacando de la abstención a muchos votantes que aguardaban en su casa el regreso del PP a posiciones identificables. Pierde por un lado más de lo que gana por el otro, es verdad, pero eso le permite capear el temporal mejor de lo esperado. De ahí que los mandamases de Génova se afanen por aznarizar el partido. Saben que aún hay muchas víctimas del desencanto dispuestos a apostar por lo de antes –si de verdad es lo de antes– que por las siglas de moda. La experiencia Moreno Bonilla demuestra que es posible tener más poder con menos votos. La clave consiste en evitar el sorpasso y retener la hegemonía en el bloque de la derecha.
Ciudadanos lo sabe y quiere aguarle la fiesta.
Si a Rivera le dieran a elegir entre ganar las elecciones y no tener aliados suficientes para gobernar o quedar por detrás del PSOE y sumar mayoría absoluta con PP y Vox, elegiría lo segundo. Esto ya no va de medallas individuales. Va de bloques. Lo único que cuenta es ser el primogénito del que doble el cabo de los 176 escaños. La batalla está muy reñida. Ciudadanos compensa con las altas de los votantes socialistas que huyen despavoridos del sanchismo las bajas de los que emigran a Vox, que no son pocos. Pero no crece. Lo comido por lo servido. Esa es la clave que explica que su aproximación al objetivo del sorpasso, que parecía cosa hecha hace un mes, se haya estancado de golpe. Ahora sus esperanzas pasan por que el PP siga retrocediendo, aunque eso suponga –no hay otro modo de conseguirlo– que Vox crezca más de lo deseable.
Naturalmente, estas consideraciones tienen sentido porque hay un hecho previo, con el que nadie contaba, que ha puesto patas arriba el paisaje político español. Vox no se alimenta solo de los votos de la derecha. Si fuera así nada habría cambiado. El tamaño de los bloques seguiría siendo el mismo y todo dependería del capricho independentista. Si ahora el bloque de la derecha pesa más –algunas encuestas le otorgan la mayoría absoluta– es porque han salido de la abstención exvotantes cabreados del PP, han entrado en ella votantes cabreados del PSOE, y Vox ha mordido en el electorado de la izquierda. Eso es lo que ha hecho que cambie la correlación de fuerzas. El análisis de las elecciones andaluzas no deja lugar a dudas. Por eso están los rostros de los barones socialistas blancos como lienzos. Saben que mayo será su tumba. Miren hacia donde miren, no encuentran el modo de evitarlo.
Si lo hubiera, Sánchez sería a estas horas hombre muerto. Si Andalucía no hubiera sido el camposanto político de Susana Díaz y ella, desgarrada pero erguida, pudiera enarbolar de nuevo la batalla contra el líder que les lleva al precipicio, muchos secretarios generales, con sus barbas a remojo tras el incendio andaluz, estarían secundando como un solo hombre la rebelión interna. Pero Susana está de cuerpo presente y la disidencia se ha quedado sin general al mando. En su defecto, Lambán y García Page tratan de llenar el vacío con la secreta esperanza de conseguir el indulto de su electorado. Díaz no habló de España en su campaña electoral, creyendo que la apuesta por el particularísimo le daría más votos, y se dio de bruces con las consecuencias de su error. El aragonés y el manchego no quieren tropezar en la misma piedra. De ahí que hayan dicho que antes de que se rompa España se romperá el PSOE.
Pero todo indica que ya es demasiado tarde. Han callado como corderos mientras Sánchez jugueteaba con la idea de España y ahora no es el interés de la nación, sino el suyo propio, lo que les ha hecho recuperar el habla. Pincho de tortilla y caña a que los electores no se lo perdonan. Da igual marzo que mayo que octubre. La debacle ha cruzado ya el punto de no retorno.
Elecciones «Los barones socialistas saben que mayo será su tumba y no encuentran cómo evitarlo»