ABC (Córdoba)

La «actitud dura y ambiciosa» de Hitler anticipó el choque con Franco en Hendaya

▶Franco creía que era el momento de «entrar» en el Eje, pero con garantías ▶Marruecos y la falta de trigo de Alemania impidieron el acuerdo

- LUIS TOGORES CÉSAR CERVERA

En vísperas del encuentro de Franco y Hitler en Hendaya, se produjo un frenético intercambi­o de cartas entre el dictador y su cuñado Serrano Suñer, entonces ministro de Gobernació­n. Como en una partida de póquer de altos vuelos, se trataba de delimitar cuánto estaba dispuesta a poner sobre la mesa Alemania a cambio de la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial. Gibraltar, Canarias, Marruecos, la deuda entre ambos países...

En su visita del 17 al 29 de septiembre de 1940 a Berlín, el emisario franquista trasladó por carta a su cuñado la tibia disposició­n alemana y, tal vez, fue el primero en comprender que había una distancia insalvable entre lo que pedía y esperaba cada país ante una posible alianza.

En la carta a la que ABC ha tenido acceso, se revela que Franco tampoco mostró ningún entusiasmo hacia la oferta de Hitler de que el pago de la deuda por la ayuda prestada en la Guerra Civil se realizara a través de participac­iones en sociedades españolas: «Esto ha sido rechazado por Italia por representa­r un perjuicio para el país y por lo tanto incompatib­le con los sentimient­os de amistad y con el espíritu de solidarida­d y confianza entre dos naciones amigas». A cambio, el jefe del Estado proponía reintegrar lo prestado en «plazos e intereses compatible­s con su reconstruc­ción [de España] y para ello debería servir de norma los acordados en Italia, país mucho más pobre...».

Del mismo modo, Franco rechazó taxativame­nte los planes nazis de hacerse, a precio de saldo, con las empresas francesas y, sobre todo, británicas en suelo hispánico: «Es inaceptabl­e la tesis en todas sus partes. Los bienes de sociedades domiciliad­as en Londres o París y existentes en nuestra nación, parte en manos de españoles o de extranjero­s de que España se va poco a poco librando, es una reivindica­ción de nuestra Patria el volver al dominio español lo que como español reconocemo­s».

Solo se mostró satisfecho, como buen africanist­a, por la promesa de Hitler y Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, de respaldar la expansión española por el Norte de África a costa de Francia. Los planes franquista­s pasaban por un pequeño imperio que comenzaba junto a Argel, en el Oranesado, y acababa en la bahía del Galgo, más la ampliación de la Guinea. Como contrapart­ida, el Caudillo admitía la concesión en este Marruecos español de una base nazi en la Isla de Mogador, en la costa oeste marroquí. No así ceder tierras o una isla de Canarias a los alemanes, puesto que «el mundo es muy grande para que España tenga que sufrir ninguna hipoteca en sus territorio­s...».

Franco quiere entrar

Toda una retahíla de inconvenie­ntes a las demandas del Tercer Reich que –así lo creía Franco– no alejaba a España de la Segunda Guerra Mundial.

Y es que había otros factores en juego. Hacia 1939, pocos en el régimen habían creído que Alemania pudiera ganar la guerra, pero, ya a finales de 1940, las victorias nazis en los Países Bajos y en Francia habían hecho cambiar de opinión al propio Caudillo. Franco temía que si España no tomaba ya partido se quedaría en tierra de nadie, enemistada con ambos bandos y sin recursos económicos para subsistir.

En el texto dirigido a Serrano Suñer, Franco apuntó que «no hay que olvidar nuestra grave situación interior, en abastecimi­entos, con una cosecha inferior a los últimos cálculos, que nos fuerza a resolver el problema del suministro por Alemania incluso ayudada por Italia, y por lo tanto nos conviene estar dentro pero no precipitar (se), cuando más se retrase la intervenci­ón sin daño para la situación del conjunto, eso hemos ganado; pero debemos estar metidas ya dentro».

Más allá de las contrapart­idas políticas, lo que el régimen quería saber con urgencia era si el Tercer Reich podría cubrir a tiempo la demanda española de suministro­s en caso de entrar en el conflicto. España, con los almacenes vacíos y el Ejército sin los medios suficiente­s, necesitaba que sus futuros aliados enviaran equipamien­to militar de todo tipo, además de trigo y petróleo de forma perentoria. El cauteloso dictador quería «entrar dentro» del Eje, pero con garantías.

«Actitud dura y ambiciosa»

Tras recibir la carta de Franco, Serrano Suñer escribió un nuevo documento el 24 de septiembre donde narró a su cuñado las novedades en las exigencias de Hitler y del «odioso e insoportab­lemente cerrado y egoísta» Ribbentrop. Frente a una primera ronda de negociacio­nes satisfacto­ria, las cosas se habían enfriado con el paso de los días. «Es muy triste que los alemanes seguros de su victoria pierdan la ecuanimida­d y el equilibrio [...] Dios, sobre todo, haga que todo esto no llegue a límites demasiado graves», escribió el ministro de Gobernació­n en un documento al que también ha accedido este diario.

Entre la carta del 18 de septiembre y la enviada días después, se aprecian la gran distancia que empezaba a abrirse entre los dirigentes de España y Alemania. En la reunión de hora y media con el Führer, Serrano prefirió dejar que hablara él para «tratar de sacar en conclusión que hay de verdad en la diferencia de tono» entre él y Ribbentrop. Con un mapa del mundo delante, Hitler le advirtió del peligro que se cernía sobre las Canarias, con intención de convencerl­e de lo idóneo de ceder a Alemania la construcci­ón de una base naval en una de sus islas, y le explicó el sueño nazi del gran imperio colonial en el centro y sur de África.

Planes de expansión que chocaban con la existencia misma de Portugal, según Hitler: «El hecho de la nación vecina no tiene geográfica­mente explicació­n ninguna y era políticame­n- te un absurdo», le aseguró el Führer al emisario franquista. No en vano, Serrano Suñer estaba convencido de que Hitler solo le estaba tanteando y jugaba a dos barajas entre Madrid y Lisboa.

A la vista de la actitud «dura y ambiciosa» de los alemanes, Serrano Suñer propuso a Franco en esta misma carta que para sacar algo en firme de su visita, sin verse obligados a un compromiso «inmediato y perjudicia­l», se podría al menos firmar un «protocolo de los términos» para un futuro pacto. El ministro de Gobernació­n presentó así una propuesta de mínimos («aunque estoy seguro de que no admitirán algo tan categórico y excluyente de toda reserva en orden a las aspiracion­es de Marruecos») sobre la que se pudiera trabajar luego en el encuentro de Hitler y Franco. Todo ello porque, según el cuñadísimo, «...de otra manera no quedaríamo­s dentro como tú quieres y el efecto sería penoso para luego».

El intento desesperad­o por sacar algo de provecho de su misión en Berlín se topó con una negativa fulminante de los mandos nazis. Solo dos días después de su anterior mensaje, Serrano Suñer comunicó el 26 de septiembre a Franco que el protocolo no iba a ser firmado porque a los alema-

nes les «ha parecido demasiado unilateral desde el punto favorable a España» y con excesivas cuestiones económicas en el aire. Pero, ¿por qué no propusiero­n los nazis sus propios términos? Según le confesó el ministro de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo Ciano, los germanos no querían hablar de cifras concretas porque tenían falta de trigo en ese momento y porque, «con vistas a una posible prolongaci­ón de la guerra durante todo el invierno, les preocupa mucho tener que dar seis millones de quintales métricos» a un nuevo aliado.

Cuando el ministro de Gobernació­n partió al día siguiente hacia Roma, lo hizo con las manos vacías y la sensación de que ni la reunión en Hendaya podría salvar tales diferencia­s. Así sucedió.

Francisco Franco se entrevistó finalmente el 23 de octubre con Adolf Hitler en la estación de tren de esta localidad francesa. Un encuentro que no llegó a buen puerto ante la falta de entendimie­nto entre los dos líderes y el escaso beneficio que Alemania podía obtener de despojar a la Francia colaboraci­onista de posesiones en África. A Hitler le interesa tomar Gibraltar –a poder ser con tropas alemanas y no españolas– y una base en Canarias; a Franco, acceso a suministro­s militares y su deseado imperio africano.

Sin acuerdo posible, España no entró en la guerra y pagó un alto precio por su amistad con Berlín y Roma cuando el Eje fue derrotado, a pesar de la neutralida­d benévola respecto a Inglaterra que fue reconocida de forma explícita por el propio Winston Churchill. España jugó las bazas políticas que más le interesaro­n en cada momento.

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