ESPAÑA PIERDE TIEMPO
«Como demostró Irlanda, si se tiene visión y capacidad para superar a ese temible enemigo que es la idiotez es posible alcanzar una renta per cápita de 60.000 euros»
UNA consecuencia grave que ha tenido para España la cuestión separatista es que ella lleva demasiado rato consumiendo la mayor parte de su energía y su imaginación política, y postergando el debate de lo que debería ser el gran asunto español: las reformas necesarias para atrapar a los países con mayor renta per cápita de Europa. Si nos limitamos a este indicador, Alemania, Austria y Holanda, por ejemplo, le llevan a España una ventaja de más de un tercio y los irlandeses están un sesenta por ciento por delante.
A veces da la impresión de que España se contenta con tener un ritmo de crecimiento económico superior a la media europea durante un trimestre o un año, sin fijarse en que no está haciendo lo que tendría que hacer para acercarse de forma definitiva a los países de vanguardia de la unión. Pero incluso mirando la rama sin ver el bosque, el rendimiento económico es pobre. En términos anualizados, España crece hoy lo mismo que Portugal, tres veces y media menos que Irlanda, y menos que Holanda o Austria. Su tasa de paro es muy superior a la media de la eurozona (que ha bajado a 8 por ciento) y si miramos la otra cara de la misma moneda, es decir la tasa de empleo (el porcentaje de trabajadores que tienen efectivamente empleo), a España la superan muchos países, de Portugal a Finlandia pasando por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania o Austria. Las comparaciones podrían extenderse a otras áreas. Por ejemplo, Grecia (¡sí, Grecia!) depende hoy menos que España de la ayuda del Banco Central Europeo (financiación, le llaman).
Las pruebas son abrumadoras: España necesita dedicar energía, imaginación y tiempo a ampliar su libertad económica para desapolillar su sistema productivo. Conspiran contra ello, claro, la absorbente cuestión separatista y el abandono por parte de la izquierda española del espíritu socialdemócrata, que sin comulgar con el liberal del todo en estos asuntos podría, eventualmente, aceptar una parte de la receta.
El Índice de Libertad Humana publicado recientemente por el Cato Institute (EEUU), el Fraser Institute (Canadá) y la Fundación Friedrich Naumann (Alemania) escudriña, apoyándose en diversos indicadores, el grado de libertad personal y libertad económica de buena parte del mundo. España aparece en un muy mejorable puesto 25 combinando ambas libertades y en el puesto 30 en libertad económica, siendo superada por Portugal. Su libertad económica es parecida a la de Albania y Guatemala, y en Europa anda por el puesto 14 de un total de dieciocho países analizados. Que varios países que hasta hace pocas décadas vivían bajo el aplastante Estado comunista, como Rumanía, o que países nórdicos de fama socialista como Dinamarca, Finlandia y Noruega, o que alguno que otro país del grupo de los «chicos malos» populistas de Visegrado, como la República Checa, superen a España en libertad económica no debería dejar dormir a los dirigentes políticos españoles.
El gran reto español de las próximas dos décadas debería ser cómo brincar del puesto 25 en libertad total y del puesto 30 en libertad económica a los primeros diez lugares, donde hoy hay siete países europeos, la mayoría de la eurozona, que no son España. Como lo ha demostrado Irlanda –la Irlanda tan denostada por el resto de Europa cuando hacía sus reformas liberales–, es posible en poco tiempo, si se tiene visión, audacia y una cierta capacidad para superar a ese temible enemigo que es la idiotez, alcanzar una renta per cápita de sesenta mil euros (medidos a paridad de poder adquisitivo). Un reto perfectamente realista, que nada tiene que ver con la magia o la fatalidad.