La hora del cóctel
Siempre es momento para un buen cóctel. Una forma elegante de beber con moderación y con calidad que se impone frente a los excesos del alcohol. Las nuevas tendencias recuperan la cultura de los combinados y las coctelerías resurgen con renovados bríos. En un reflejo del fenómeno que desde hace muchos años ha hecho de los bares de cócteles el centro de la vida social en grandes ciudades como Nueva York o Londres, en las principales capitales españolas se multiplican estos establecimientos, frecuentados por un público variopinto, muchos jóvenes incluidos, que buscan esas combinaciones alcohólicas preparadas con habilidad por expertos barman. Y no sólo las tradicionales. También otras nuevas y originales. Porque la coctelería es una continua innovación.
Hacer un buen cóctel es un auténtico arte. A partir de una mezcla equilibrada de bebidas y aditamentos se obtienen sabores diferentes. Pero no vale todo. Jacinto Sanfeliú, barman de hotel Palace de Madrid a mediados del pasado siglo, uno de aquellos grandes profesionales que recordaban siempre la bebida favorita de cada cliente o sabían elegir la más adecuada para cada estado de ánimo, dejó escrito que hacer un cóctel no con siste en mezclar licores sin orden ni concierto. Es la combinación armónica de los ingredientes la que permite que esté bueno.
Curiosamente, la fiebre del gin tonic, que parecía que iba a terminar con la coctelería, ha sido uno de los revulsivos que han contribuido a este resurgir de los combinados. Vuelve a haber sitio para un refrescante gin fizz, para un reconfortante negroni, para un emergente pisco sour en el que esta bebida peruana reemplaza al whisky… Y siempre para el dry Martini, el rey de los cócteles, el que popularizaron en el cine Humphrey Bogart o el superagente James Bond (“agitado, no removido”). Siempre sobre la base de una buena ginebra y unas gotas de vermut seco. O sin ellas, porque como decía Churchill es suficiente con dejar la botella de vermut cerca de la copa mientras se prepara.