ABC (Córdoba)

CERVEZA CON ROSALÍA

El que de verdad hará negocio con el concierto será el que lleve el bar de la plaza de toros

- LUIS MIRANDA

NI la artista que se ha puesto un caché de estrella internacio­nal, ni los que conseguirá­n que alguien les pague varias decenas de euros por una entrada que no les ha costado más que un madrugón, unas horas de cola y prestar el carné de identidad, ni mucho menos los hoteles que podrán alegrar un poco los precios en junio. Quien de verdad puede peinar bastantes billetes con el concierto de Rosalía es la empresa que gestione las barras de la plaza de toros y la Axerquía. Todo eso del flamenco, la fusión con músicas modernas y la mezcla de la silla de enea con la plataforma puede estar muy bien, sobre todo si no se ha pagado entrada, pero no es igual si no se tiene a cada rato una cerveza fresca en la mano, aunque sea en vaso de plástico.

Hay gente que echa de menos los conciertos en los Jardines del Alcázar, que daban fotos preciosas con las torres como fondo y hasta con la luna. En realidad, para los que querían disfrutar de la música era un sitio incómodo, con todas las sillas al mismo nivel y muy juntas. Recuerdo el de Silvio Rodríguez en julio de 2005 con ratos infernales: cada dos minutos pasaba una comitiva de gente que buscaba el bar o que llegaba con las manos llenas de vasos, y aquel señor cubano era mucho menos importante que un «vargas» fresquito.

Cuando por fin se recuperó el Teatro de la Axerquía

hubo cordobeses reaccionar­ios e inmovilist­as que echaron de menos el acodarse en la barra del Alcázar para machacarse el hígado con el conciertit­o de fondo, como si después de todo aquello fuera una entrada con consumició­n para una buena discoteca con música en vivo. Y para esos recitales se había abonado entrada: en este para el que no se paga, aunque haya costado el esfuerzo nada pequeño de hacer la cola, habrá que pedir que nadie le haga caso a Facua y no se permita la entrada de comida y bebida de la calle. Con un concierto de balde habría quienes hicieran un botellón en el albero, con las bolsas de hielos, refrescos y whisky, y hasta se quejaran de que la música está tan alta que no les deja ni hablar.

Puede parecer exagerado, pero no es improbable que el concierto que da tema de conversaci­ón a los jubilados que van todos los días a la farmacia, a los estudiante­s universita­rios en plenos exámenes y a las madres que llevan a los niños al colegio termine con una buena parte del público en la retaguardi­a, trasegando dyc-cola y «lirios» con tónica y haciendo alguna foto con el teléfono para dar envidia a los que no tienen pase. Es lo que merece el empeño en convertir la cultura en un ornamento por el que no es necesario pagar, porque eso de hacer música y bailar no deja de ser un hobby. La Noche Blanca en buena medida se enmascara con algo así: hay muchos que dicen que no les gusta el flamenco, y desde luego no pagarían una entrada modesta por escuchar cante por derecho en una peña, pero esa madrugada se la pasan en vela desde el Potro a San Agustín para disfrutar del ambiente, y con más empeño en diferencia­r el ron blanco del moreno que la petenera de la soleá.

Y todo puede ir a peor. El Ayuntamien­to no sólo da ideas de dudosa legalidad con eso de prestar el DNI, sino que se ha reservado mil entradas entradas para protocolo y colaborado­res, que es la palabra fina que equivale a amiguetes, y que a saber si podrán distribuir en tan poco tiempo. Después de tres semanas con los cordobeses más nerviosos que los almonteños antes de saltar la reja, lo único que falta es ver decenas de sitios vacíos.

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