ABC (Córdoba)

DOS Y DOS SON CINCO

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es que ninguno de ellos ha sido juzgado a lo largo de estos cuatro meses por ser patriota sino por haber querido imponer –valga la expresión de Orwell– un proyecto identitari­o con métodos totalitari­os e ilegales.

Había una hoja de ruta que pasaba por ignorar a la mitad de la población y saltarse la legalidad. El objetivo era proclamar la independen­cia tras alentar una consulta inconstitu­cional y una serie de movilizaci­ones que se desarrolla­ron en un clima de violencia e intimidaci­ón, como mostraron los videos y los testimonio­s de la Fiscalía.

Todo ello ha sido negado en estas dos últimas jornadas del proceso y, muy especialme­nte ayer, cuando Junqueras y la gran mayoría de los inculpados sostuviero­n que han sido juzgados por sus ideas y no por sus actos. «Se ha buscado castigar y escarmenta­r una ideología», aseguró Romeva.

En un ejercicio de buenismo, Sànchez, Cuixart, Turull y Rull encuadraro­n lo sucedido durante el «procés» como un ejercicio de libertades cívicas. También acusaron al Estado de «entender la crítica como un ataque» y de aplicar un derecho del enemigo a políticos cuyo único pecado ha sido ser coherente con sus conviccion­es.

En un indisimula­do intento de exculparse, Forcadell alegó en su turno que había sido utilizada como un chivo expiatorio y que estaba en el banquillo por ser presidenta del Parlament. Según su versión, carecía de poder político y se limitaba a refrendar lo que habían decidido los partidos.

La intervenci­ón de Junqueras, que comenzó con una cita de Dante, fue inusualmen­te corta y se limitó a subrayar dos ideas: que votar o defender la República no es delito y que resulta un error judicializ­ar los conflictos políticos. Pero ninguno de ellos hizo ninguna autocrític­a ni expresó el menor propósito de la enmienda aunque no faltaron las lágrimas de Turull ni de su abogado Pina, que escuchó a sus clientes visiblemen­te emocionado.

Por el contrario, Turull, Rull, Sánchez y Cuixart dejaron constancia de que volverían a actuar de la misma forma, expresando la velada amenaza de que una sentencia condenator­ia generará una reacción del nacionalis­mo catalán. Romeva formuló esta idea con meridiana claridad: «En este banquillo están sentados dos millones de personas que no van a cambiar de opinión en función de lo que ocurra».

A lo largo de este juicio, hemos visto como los líderes independen­tistas se arrogaban sin el menor pudor la representa­ción de Cataluña que ellos dan por sentado que ostentan. La otra mitad de la población –no hace falta insistir en ello– no son catalanes. Para los inculpados, no lo son quienes no fueron a votar o quienes se oponen a la secesión. Ya lo decían también Orwell en «Rebelión en la granja»: todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Así se sienten los nacionalis­tas.

Contra la lógica más elemental y el peso de las evidencias, Romeva acusó a la Fiscalía y al Gobierno español de construir «un marco mental de odio» contra Cataluña, ignorando que la demonizaci­ón del adversario ha sido una caracterís­tica esencial del «procés». Todavía resuena en los oídos de muchos ciudadanos el «España nos roba», mantra favorito de Artur Mas.

Y es que la naturaleza del discurso nacionalis­ta es esquizofré­nica: por una parte estimula la fractura de la sociedad para cohesionar a sus bases y, por otra, niega toda responsabi­lidad en el conflicto, culpando al Estado de no asumir sus reivindica­ciones. En estas dos últimas jornadas del juicio, los inculpados han incurrido en una contradicc­ión manifiesta, que consiste en decir a la vez que se sienten orgullosos de lo que han hecho para luego enfatizar que el «procés» fue una movilizaci­ón popular espontánea y pacífica de la que fueron espectador­es.

Si todo sucedió de forma imprevista y aleatoria, como sugirió Santi Vila, nadie es culpable de nada y, por ello, estamos ante un juicio político que penaliza ideas y no conductas.

Ya subrayó también Orwell esa flexibilid­ad del nacionalis­mo para interpreta­r la realidad: «Si el líder dice que tal evento no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco. Y eso me preocupa más que las bombas».

Los líderes independen­tistas pretenden que creamos que no vimos lo que vimos y que el desafío al orden constituci­onal fue un simple ejercicio del derechos civiles como la libertad de expresión y reunión. Pero ese relato es tan absurdo como inverosími­l.

En este juicio los inculpados han visto su imagen reflejada en las acusacione­s de la Fiscalía y lo que mostraba el espejo no les ha gustado. Por eso, Turull, Rull y Sànchez reprocharo­n a los fiscales que habían caricaturi­zado al movimiento independen­tista. Y acabaron con la petición de una sentencia magnánima para «solucionar el problema político de Cataluña», en palabras de Romeva, trasladand­o a los jueces una responsabi­lidad que no les correspond­e. No explicaron cómo se va a solucionar si persisten en su desprecio a la ley y en su empeño de subvertirl­a, como recalcaron.

Y nuevamente hay que recurrir a otra cita de Orwell para concluir: «el nacionalis­ta no sólo se niega a condenar las atrocidade­s que comete sino que posee un gran capacidad para ignorarlas». El tribunal tiene en sus manos decidir si esas atrocidade­s quedan impunes. Visto para sentencia.

Último mensaje Los inculpados afirman que volverán a actuar de la misma forma cuando queden libres

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EFE Oriol Junqueras, ayer durante su turno de última palabra en la sesión del juicio del «procés»

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