ABC (Córdoba)

SE COMPRENDE BIEN EL NERVIOSISM­O

La posición del PP es de mucha más fuerza hoy que cuando Casado asumió la Presidenci­a hace menos de un año

- RAMÓN PÉREZ-MAURA

RESULTA comprensib­le la desesperac­ión de Ciudadanos por «pillar cacho» en las últimas horas de la negociació­n antes de constituir ayuntamien­tos y gobiernos autónomos. Resulta que el partido que iba a ser la verdadera alternativ­a al PSOE no tiene concejales para tocar poder en casi ningún sitio. Frente a los 20.325 que cosechó el PP el 26 de mayo, ellos consiguier­on 2.788. Y con eso no es fácil hacer carrera. Y por tanto, desde el 27 de mayo han seguido una ruta absolutame­nte errática en la que han cambiado de orientació­n en días alternativ­os y algunas veces incluso en días consecutiv­os.

Los pactos municipale­s que han realizado con el PSOE en algunas capitales de provincia, como Albacete y Ciudad Real, evidencian que vuelven a conformars­e con ser un partido bisagra. Pero el intento de aplicar en Madrid la fórmula de mitad de mandato para cada uno, es algo que abocaría la capital de España a permanecer en manos de la izquierda radical de Manuela Carmena, la de Madrid Central y los cambios de nombres de calles que nada tienen que ver con la llamada «Memoria Histórica», falsamente aplicada en la capital –o tal vez por pura ignoracia, como hizo su conmiliton­a Ada Colau en Barcelona con el almirante Cervera–. Si Rivera cree que así se convierte uno en alternativ­a

de Gobierno al sanchismo, que Santa Lucía le conserve la vista. Me cuesta creer que pueda ser una estrategia rentable ante una buena parte de su electorado que no viene de la izquierda ni mucho menos del podemismo.

Más bien parece que Albert Rivera se ha puesto nervioso porque, de repente, se ha dado cuenta de que el PP de Casado ha salido de las elecciones municipale­s mucho más fuerte de lo que parecía. España ha sufrido en los últimos años un cambio estructura­l profundo en su sistema parlamenta­rio. El bipartidis­mo imperfecto se ha convertido en pluriparti­dismo. Y eso tendrá muchos responsabl­es, pero difícilmen­te se le puede atribuir a Pablo Casado, que llegó a la Presidenci­a del PP el 21 de julio del año pasado, todavía no hace once meses. Si analizamos la cuota de poder del PP entonces y la comparamos con la que previsible­mente va a tener cuando terminen de constituir­se ayuntamien­tos y comunidade­s autónomas, su posición es de mucho más peso hoy que entonces. Salvo sorpresa de última hora va a retener la Presidenci­a de las comunidade­s de Madrid, Castilla y León y Murcia. Va a perder la de La Rioja, es cierto, pero entre tanto ha conquistad­o –el pasado diciembre– la de Andalucía, de una relevancia incomparab­lemente superior a la riojana. Y todavía podría hacerse con la de Canarias, algo con lo que no contaba nadie. Todo ello al margen de la Presidenci­a de la Junta de Galicia, que no ha cambiado en el último año. Porque no nos engañemos: el poder se identifica con quien ocupa la presidenci­a o la alcaldía, no con los partidos que respaldan a la cabeza visible. Con ese escenario, es comprensib­le que el Albert Rivera, que se autoprocla­mó jefe de la oposición el pasado 27 de abril, se haya caído del caballo de donde nunca fue derribado Saulo. El único sitio donde su partido ha ganado unas elecciones en sus trece años de liderazgo ha sido en Cataluña. Y en año y medio ha quedado claro a sus votantes que esa victoria no sirvió para nada. Ni para tener candidato propio a la alcaldía de Barcelona. Al que respaldaro­n ha anunciado su apoyo a Ada Colau, que ayer empezó su rueda de prensa manifestan­do su solidarida­d con los independen­tistas procesados. Acabáramos.

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