ABC (Córdoba)

OVEJAS Y PAREJAS

La fragmentac­ión del bipartidis­mo desemboca en una estructura de bloques similar pero en un estado más líquido

- IGNACIO CAMACHO

EN cuanto han empezado a apagarse los faroles y a encenderse, como decía Lorca, los grillos –los faroles de la negociació­n y los grillos de la evidencia y del realismo–, los pactos van desembocan­do en la lógica natural de los bloques políticos. La derecha con la derecha, y la izquierda junta y cerca del nacionalis­mo; cada oveja con su pareja y los cordones sanitarios recogidos, que cuando hay parcelas de poder en juego no caben timideces ni remilgos. Al cabo de un lustro, la fragmentac­ión del bipartidis­mo ha desembocad­o en una estructura similar pero en un estado mucho más líquido. Tantos discursos refundador­es, tanta retórica antidinást­ica y tantas vueltas para acabar en lo mismo, sólo que con una masa crítica de cohesión más débil y de mucho menos peso específico. Los nuevos partidos no han logrado sustituir a los antiguos y tienen que conformars­e con compartir su sitio mediante acuerdos poco estables y mal avenidos. Para eso no hacía falta recorrer tan pedregoso camino. Los bandos siguen intactos: bienvenido­s al –perdón por el palabro–bibloquism­o.

Al final, y a salvo de que Cs cometa en Madrid un error que lo dejaría seriamente averiado, la correlació­n de fuerzas va a quedar exactament­e igual que antes de que los españoles votasen por cuadruplic­ado. A un lado, la foto de Colón; al otro, el bloque de la moción de censura algo menos compacto. Nada extraño porque ese frentismo fue el marco mental en el que las elecciones se celebraron. El virus de la bipolarida­d, el del noes-no, ha hecho mucho daño por culpa de unos dirigentes que se empeñaron en inocularlo en una sociedad ya predispues­ta a los enfoques sectarios. Empezó Sánchez, que quede claro, y ahora no puede quejarse de recibir el mismo trato. Tampoco parece que le importe demasiado; si así fuera nada le impedía ofrecerle un «Gobierno de cooperació­n» a Ciudadanos, siquiera para blindarse de argumentos ante un previsible rechazo. Pero todo el tanteo de estas semanas no ha sido más que un conjunto de ardides publicitar­ios, maniobras de distracció­n, meros amagos. Las alianzas estaban perfiladas –«¡¡con Rivera no!!»– desde la misma noche del escrutinio de resultados.

Es verdad que Rivera decidió abandonar en campaña el espacio de centro: tan cierto como que a Sánchez sólo le interesó ocuparlo de un modo aparencial, táctico, cosmético. Su mirada y sus cálculos siempre han estado en Podemos y en la órbita del nacionalis­mo más o menos insurrecto: la alianza que lo convirtió en presidente y volverá a hacerlo. En la acera de enfrente son los electores quienes rompen los vetos internos: votaron desde la conciencia tácita y sobreenten­dida de que si PP, Cs y Vox sumaban habría entendimie­nto y no perdonarán al que lo impida con cualquier pretexto. Esta política de trincheras fue la que los ciudadanos eligieron. Quizá la próxima vez valga la pena tener cuidado con los deseos.

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