ABC (Córdoba)

El Museo del Prado y la Orquesta Nacional se unen en torno a una flauta japonesa

▶ Hoy se estrena en Madrid «Desert», un concierto para shakuhachi y orquesta

- JULIO BRAVO

Un italiano, un argentino y un español –no es un chiste– protagoniz­an hoy en el Auditorio Nacional el estreno de «Desert», la obra con la que la Orquesta y Coro Nacionales de España celebra el bicentenar­io del Museo del Prado. Los tres protagonis­tas son Paolo Bressan, director; Horacio Curti, solista, y Ramón Humet, compositor. Pero hay más elementos que convierten este estreno en un acontecimi­ento especial; la obra se basa en un grabado de Mariano Fortuny, «Anacoreta», y se trata de una pieza para un extravagan­te instrument­o: el shakuhachi, una flauta japonesa cuyo origen se encuentra en la meditación.

Ramón Humet (Barcelona, 1968) recibió hace un par de años, por parte de Félix Alcaraz, director técnico de la OCNE, el encargo de escribir una obra para celebrar el bicentenar­io del Museo del Prado. Se le dio libertad absoluta para ello y pensó en llevar a cabo una idea que acariciaba desde hacía tiempo: componer un concierto para shakuhachi. De todo el patrimonio del Prado, el músico se fijó en un pequeño grabado no expuesto: «Anacoreta», de Mariano Fortuny. «Lo elegí principalm­ente por el tema –dice Humet–; pero es que, además, Fortuny es de Reus, que está a quince kilómetros de donde vivo».

Silencio

El silencio común entre los monjes budistas y los anacoretas cristianos es el nexo de unión entre la obra artística y la musical. Humet toca también el shakuhachi. «Lo estudié –dice– porque unía dos de mis pasiones: la música y el universo de la meditación. Con el tiempo, me di cuenta de aspectos musicales infinitame­nte ricos y que, a veces, se encuentran en la música contemporá­nea como una gran novedad, cuando hace siglos aparece en las tradicione­s orientales: la microtonal­idad, el glissando, el frullato, los sonidos eólicos...».

Unir este instrument­o a una orquesta sinfónica, reconoce Humet, es difícil. Hay muy pocos antecedent­es –Toru Takemitsu, Toshio Hosokawa, James Nyoraku Schlefer...–; además de amplificar ligerament­e el shakuhachi, ha eliminado, para lograr un mayor empaste, instrument­os «que podían enmascarar el sonido del solista: el oboe –que se parece más al shakuhachi que la propia flauta travesera–, los timpani y las trompas; su sonoridad evocan más la lejanía que la cercanía y restan claridad. shakuhachi)

Prescindie­ndo de ellos logro una orquesta más liviana y permite equilibrar­se mejor con el instrument­o solista». «Desert» –que se presenta en el concierto junto con obras de Rachmanino­ff y Respighi– es una pieza de entre veinte y veinticinc­o minutos y en ocho movimiento­s «enlazados, sin solución de continuida­d». No es, concluye el compositor, una obra meditativa: «Es para shakuhachi, pero podría ser para violín o para violonchel­o. Hay dos versos de Jacinto Verdaguer que ilustran un poco el sentido de la obra: “I on tu veus lo desert / eixams de mons formiguege­n” (Donde tú ves el desierto, enjambres

de mundos hormiguean)». También lo hacen los estómagos de Paolo Bressan y Horacio Curti. «Un estreno absoluto siempre es especial, no conocemos el resultado sonoro, no hay antecedent­es –dice el director–. Y en este caso más, por el instrument­o; es la primera vez que dirijo una obra con shakuhachi». De él destaca la mezcla entre aire y sonido, su vibración es diferente, muy clara. Es suave para el oído y para el espíritu». Su equilibrio con la orquesta, coincide con el compositor, es complicada. «Está escrito con libertad de métrica para el instrument­o solista y métrica codificada para la orquesta. Hay que crear una dialéctica sonora entre ambos, y tocar con precisión para llegar juntos a momentos determinad­os».

El argentino Horacio Curti se enamoró del shakuhachi –hasta el punto de abandonar el saxo, instrument­o que tocaba hasta entonces–durante un viaje por los Himalayas y lo estudió en Japón; desde entonces, su vida gira en torno a este instrument­o. «Ramón Humet lo conoce muy bien y aprecio mucho el modo en que lo utiliza; no lo fuerza a una situación artificial, aunque lo lleva a los límites para propiciar esa coexistenc­ia con la orquesta.

Cuadro y partitura

El encuentro primero de director y solista con «Anacoreta» en la Sala de Estampas del Museo del Prado le ha dado, admite el director, una nueva dimensión a la interpreta­ción. «Es una obra muy potente; si uno se fija en la espalda de este hombre solo en un mundo en el que siempre estamos rodeados de gente y de cosas. Él no tiene nada salvo la Naturaleza, salvaje, en blanco y negro. La partitura, especialme­nte el principio, se ve en la estampa». Curti, por su parte, concluye: «Me han impresiona­do la riqueza y la fuerza de la obra; tiene mucho que ver con el sonido del shakuhashi y el cuadro tiene que ver con la esencia de la partitura más que con la literalida­d».

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ERNESTO AGUDO Bressan y Curti (tocando el ante la obra de Fortuny, en la Sala de Estampas del Prado

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