ABC (Córdoba)

BLANQUEAND­O A LA EXTREMA IZQUIERDA

No da una el Gobierno francés analizando la política española

- LUIS VENTOSO

TALIA y Francia semejan hoy los dos enfermos de Europa. Los italianos constituye­n un episodio aparte, pues en medio de su folclórica e indescifra­ble acracia van siempre flotando. El caso francés es más peliagudo, por tratarse de uno de los motores del continente. Su problema está bien diagnostic­ado: un país que fue referencia­l y rico, donde se vivía de fábula, que se acomodó a la buena vida y se resiste a adoptar el ritmo que demandan las realidades de la globalizac­ión y el cambio tecnológic­o. Francia no ha querido reformarse, peca de exceso de estatismo, ha integrado mal a sus riadas de inmigrante­s y presenta unas menguantes ganas de currar. Se masca un denso malestar social, en especial en las declinante­s provincias, cuyo iceberg son los chalecos amarillos y el tirón del populismo nacionalis­ta de Le Pen, que acaba de volver a ganar las europeas. Pese a todos los problemas que le crea su tontuna «brexitera», el Reino Unido creció un 0,5% en el primer trimestre de este año. España, donde aunque no se diga se trabaja muchísimo, lo hizo al 0,7%. La atribulada Francia se quedó en un 0,3%.

A pesar de su crisis interna, se da la paradoja de que Francia todavía conserva sus ensoñacion­es de «grandeur». Con Merkel casi prejubilad­a, Macron, epítome de gobernante narcisista, aspira a llevar la batuta en Europa. En lugar de centrarse en sus propios y endémicos problemas, el Gobierno galo se permite impartir consejos paternalis­tas a otros países. En un encuentro con varios medios españoles, entre ellos ABC, representa­ntes del Gobierno de Macron han advertido a Ciudadanos que no debe entenderse con Vox, que ese tipo de acuerdos con la extrema derecha «no caben en la UE». Una vez más, estamos ante el camelo del blanqueami­ento de la extrema izquierda (muy galo, por cierto, pues muchos de sus grandes intelectua­les zurdos se empecinaro­n hasta muy tardíament­e en una vergonzosa defensa de Stalin, cuando sus horrorosos crímenes contra la humanidad ya eran bien conocidos).

Resulta incongruen­te que Macron satanice que Cs hable con Vox mientras acepta encantado las alianzas de su nuevo amigo Sánchez con lo más nocivo para la democracia: la izquierda radical antisistem­a, el separatism­o xenófobo y los proetarras. Es Podemos, y no Vox, el partido que aspira a «derribar el régimen del 78», liquidar la Monarquía parlamenta­ria, poner coto a la economía libre de mercado y convertir la unidad nacional en una baratija. Es Podemos, y no Vox, el partido que sale en defensa de la hedionda narcodicta­dura venezolana. Es su líder, y no el de Vox, quien cobra de la teocracia iraní. ERC, que acaba de brindar su apoyo de nuevo a Sánchez, organizó un golpe de Estado en 2017 y su meta declarada es romper España. Bildu son los herederos políticos de una banda terrorista. ¿Son socios válidos? Macron, como Valls, toca de oído cuando habla de España. Y desafina. Sobra también, por supuesto, su pomposo aire de superiorid­ad. A día de hoy, tal vez sean los españoles quienes podrían dar algún consejo a los franceses sobre cómo espabilar en un mundo nuevo.

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