BLANQUEANDO A LA EXTREMA IZQUIERDA
No da una el Gobierno francés analizando la política española
TALIA y Francia semejan hoy los dos enfermos de Europa. Los italianos constituyen un episodio aparte, pues en medio de su folclórica e indescifrable acracia van siempre flotando. El caso francés es más peliagudo, por tratarse de uno de los motores del continente. Su problema está bien diagnosticado: un país que fue referencial y rico, donde se vivía de fábula, que se acomodó a la buena vida y se resiste a adoptar el ritmo que demandan las realidades de la globalización y el cambio tecnológico. Francia no ha querido reformarse, peca de exceso de estatismo, ha integrado mal a sus riadas de inmigrantes y presenta unas menguantes ganas de currar. Se masca un denso malestar social, en especial en las declinantes provincias, cuyo iceberg son los chalecos amarillos y el tirón del populismo nacionalista de Le Pen, que acaba de volver a ganar las europeas. Pese a todos los problemas que le crea su tontuna «brexitera», el Reino Unido creció un 0,5% en el primer trimestre de este año. España, donde aunque no se diga se trabaja muchísimo, lo hizo al 0,7%. La atribulada Francia se quedó en un 0,3%.
A pesar de su crisis interna, se da la paradoja de que Francia todavía conserva sus ensoñaciones de «grandeur». Con Merkel casi prejubilada, Macron, epítome de gobernante narcisista, aspira a llevar la batuta en Europa. En lugar de centrarse en sus propios y endémicos problemas, el Gobierno galo se permite impartir consejos paternalistas a otros países. En un encuentro con varios medios españoles, entre ellos ABC, representantes del Gobierno de Macron han advertido a Ciudadanos que no debe entenderse con Vox, que ese tipo de acuerdos con la extrema derecha «no caben en la UE». Una vez más, estamos ante el camelo del blanqueamiento de la extrema izquierda (muy galo, por cierto, pues muchos de sus grandes intelectuales zurdos se empecinaron hasta muy tardíamente en una vergonzosa defensa de Stalin, cuando sus horrorosos crímenes contra la humanidad ya eran bien conocidos).
Resulta incongruente que Macron satanice que Cs hable con Vox mientras acepta encantado las alianzas de su nuevo amigo Sánchez con lo más nocivo para la democracia: la izquierda radical antisistema, el separatismo xenófobo y los proetarras. Es Podemos, y no Vox, el partido que aspira a «derribar el régimen del 78», liquidar la Monarquía parlamentaria, poner coto a la economía libre de mercado y convertir la unidad nacional en una baratija. Es Podemos, y no Vox, el partido que sale en defensa de la hedionda narcodictadura venezolana. Es su líder, y no el de Vox, quien cobra de la teocracia iraní. ERC, que acaba de brindar su apoyo de nuevo a Sánchez, organizó un golpe de Estado en 2017 y su meta declarada es romper España. Bildu son los herederos políticos de una banda terrorista. ¿Son socios válidos? Macron, como Valls, toca de oído cuando habla de España. Y desafina. Sobra también, por supuesto, su pomposo aire de superioridad. A día de hoy, tal vez sean los españoles quienes podrían dar algún consejo a los franceses sobre cómo espabilar en un mundo nuevo.
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