LOS PARTOS DE GOBIERNO
Los acuerdos para las grandes alcaldías pueden gestar fieras ideológicas con cuerpo comunista y cabeza liberal
OS acuerdos están locos. Este barullo de poliarquías municipales que se ha bosquejado en las negociaciones de los últimos días es un escarnio para la integridad del sistema democrático. Un timo al votante. Uso la palabra timo en toda su complejidad semántica: un engaño que requiere la colaboración activa del engañado y que, por tanto, lo humilla. El «dos años tú, dos años yo» que Ciudadanos ha propuesto en Madrid es la consecuencia de un largo proceso de degradación política que afecta a sus cromosomas primarios. Esta es la forma de corrupción más grave porque no se basa en la depravación de individuos concretos, sino de organizaciones colectivas. Y porque no afecta a la conducta, sino a la sustancia. No es un comportamiento, sino un instinto. Es muy denigrante comprobar cómo en Barcelona la Alcaldía se está ofreciendo al mejor postor, esto para ti, esto para mí, un poquito tú, un poquito yo. Los pactos para formar gobierno en muchas ciudades y comunidades autónomas se han convertido en un corral de comedias que desdeña a los votantes, esos pardillos a los que hay que engatusar con demagogia antes de las elecciones y luego olvidar con altivez. Una nueva forma de despotismo, en este caso nada ilustrado. Basta con poner una mínima atención a los argumentos
Lgenerales de cualquier partido para percatarse al vuelo de que en sus estatutos no escritos, que son los más importantes, lo primero es el sueldo, lo segundo el poder, lo tercero el reparto de puestos entre los profesionales de la militancia y lo último, si queda tiempo, el gobierno.
El fundamento sobre el que se levanta cualquier estructura política, que es el servicio a la sociedad, ha quedado relegado a la última posición. La búsqueda del bien común es una mera utopía para románticos. Los debates ideológicos son de cartón piedra, simples escenarios decorativos de un teatro en el que todos los actores quieren interpretar la misma obra, que siempre se titula «¿Qué hay de lo mío?». Por eso en algunas ciudades se van a producir aberraciones que hieden. La propuesta de Colau al PSC de repartirse el Ayuntamiento barcelonés como los niños se reparten una fanta –¡caradura, te has echado un poquito más!–, el turnismo de bicicleta que ha planteado la ciudadana Villacís al popular Almeida –bájate ya, que me toca un ratito– o la sesión de monólogos del aficionado a la jumera de sangría Arnaldo Otegui sobre los pueblos en los que gobernarán los pacifistas de Bildu son una vejación a los españoles que aspiramos humildemente a pagar a nuestros gestores para que nos solucionen nuestros problemas, no a apoquinar pólizas de prejubilación de políticos sin oficio.
En algunas ciudades se están aliando partidos de signo opuesto para firmar el desahucio de alcaldes que ya llevan más tiempo que Franco, cosa que podría tener un pase si se explica bien. Pero en otras se están produciendo asociaciones que sólo buscan moqueta, ese tipo de tela de la que algunos incluso se encargan un traje cuando huelen de cerca el despacho grande. Por eso insisto en que no hay mayor expresión de pudrición política que aquella que se basa en el desprecio a los votantes porque se les está robando algo peor que su dinero. Se les está desvalijando su libertad. Estos pactos que sólo miran por el reparto de poderes suponen un delito de malversación de la confianza que los electores han puesto en sus supuestos servidores. Son partos de gobierno que podrían dar a luz fieras mitológicas como la hidra o el minotauro. Cuerpo comunista y cabeza liberal.