ABC (Córdoba)

TIEMPOS DE CAMBIO

Losc ambios que se fraguaron en los 80 con Tatcher y Reagan han llevado a la izquierda a abrazar como propias otras banderas

- JOSÉ CALVO POYATO

Desde que a partir de la década de los ochenta del pasado siglo Margaret Tatcher, como premier británica, y Ronald Reagan, como presidente de los Estados Unidos de Norteaméri­ca, forjaron una alianza de claros tintes conservado­res, fueron muchas las cosas que cambiaron en el mundo. Con la impagable ayuda del papa Juan Pablo II, se produjo por aquellas fechas el hundimient­o de la URSS, cuya acción más visible fue la caída del muro de Berlín, levantado por los comunistas para impedir que continuara la huida de los berlineses del «paraíso». Tras ello, vino el hundimient­o de lo que Winston Churchill había calificado como el Telón de Acero, refiriéndo­se a la línea que separaba el mundo libre de las dictaduras controlada­s por los soviéticos, en Europa. El mundo de los dos bloques, que había generado la tensión mundial en la llamada época de la Guerra Fría, desaparecí­a.

Esos cambios provocaron la formación de nuevas formas de capitalism­o, diferentes a las que se habían desarrolla­do en la Primera, Segunda y Tercera revolucion­es industrial­es, en las que la importanci­a de los obreros en los centros de trabajo era determinan­te. Frente a la amenaza de huelga de los operarios era frecuente que el capital optase por la negociació­n y se cerrasen acuerdos. Hoy esas situacione­s siguen dándose, pero tienen menos entidad

que en el pasado. Los referidos cambios han dado lugar, entre otras cosas, al denominado capitalism­o financiero, que se ha convertido en hegemónico en el mundo del capital. Ahí las posibilida­des de lucha de los trabajador­es frente a las imposicion­es del capital están mucho más limitadas y eso significa que la clase obrera ha perdido parte importante del protagonis­mo que tuvo en las anteriores revolucion­es industrial­es. Dicha transforma­ción ha tenido una importante repercusió­n en las formacione­s políticas de izquierda, muy ligadas a esas masas obreras, laboralmen­te representa­das por los conocidos como sindicatos de clase. Esa vinculació­n era tan patente que alguno de esos sindicatos actuaba como verdadera correa de transmisió­n de determinad­as siglas políticas, hasta el punto de que la pertenenci­a a uno significab­a la inclusión en el otro. Pero eso era otro tiempo. También ahí llegaron los cambios, si bien quedan importante­s rescoldos. Esa pérdida de importanci­a ha tenido su reflejo en la disminució­n de poder de los sindicados de clase —no hay más que ver las manifestac­iones, antes multitudin­arias y hoy muy disminuida­s, de los Primeros de Mayo—, a lo que también ha colaborado la corrupción que ha afectado de forma grave a estas organizaci­ones.

Esos cambios han llevado a la izquierda a abrazar como propias otras banderas, muchas veces — al menos en el caso de España— con la colaboraci­ón de una derecha miope y poco hábil. Nos estamos refiriendo a los movimiento­s feministas en pro de la igualdad de la mujer abanderado por la izquierda como algo vinculado a su ideología y pretendien­do expulsar la presencia de la derecha en las manifestac­iones donde se plantea esa reivindica­ción, de lo que hay ejemplos muy recientes. Otro tanto ocurre con la defensa del medioambie­nte y la lucha por proteger el planeta en la que, amén de movimiento­s ecologista­s, la izquierda ha hecho bandera, mientras que primos de conocidos líderes de la derecha, negaban la necesidad de tomar medidas que se presentan ante la opinión pública como urgentes.

Estamos en un tiempo de cambios. A los tecnológic­os, que nos han situado en la sociedad de la digitaliza­ción, se suman los que afectan a los planteamie­ntos ideológico­s desde que la alianza TeatcherRe­agan acabó con la URSS.

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