ABC (Córdoba)

Rafa Cabrera sufre en su piel la dureza del campo de Pebble Beach

- MIGUEL ÁNGEL BARBERO

Si hay un torneo que destaca por su extrema dureza, ese es el Open USA. En esta centenaria prueba se vanagloria­n de llevar a los jugadores al límite de sus posibilida­des para que quien resulte ganador pueda decir que es el el mejor golfista del momento. Es habitual que, salvo el ganador y algún que otro inspirado, los resultados que se produzcan sean inusualmen­te elevados.

Sin embargo, este año las tornas han cambiado en Pebble Beach. El curso pasado sufrieron duras críticas en Shinecock Hills porque la rapidez de los greens fue grotesca y propició que Phil Mickelson forzase una penalidad para terminar cuanto antes de patear. Así que en esta ocasión han cambiado al responsabl­e de la preparació­n del campo y lo han «humanizado» un poco con respecto al pasado.

No han dejado las calles tan estrechas como antaño ni el rough tan denso y, como el clima está siendo frío, tampoco han llevado los tapetes al límite de su velocidad. Esto justifica que en la primera ronda una treintena de profesiona­les tuviesen números rojos en sus casilleros. «El jueves era el día para hacer un resultado bajo», reconocía Sergio García, que aunque selló dos golpes de menos no terminó de encontrars­e a gusto. Todo lo contrario que Rafa Cabrera, que quiso darle el valor que tenía a su ficha de menos uno. «Siempre que se acaba bajo par en el Open USA hay que estar satisfecho, porque este no es un campeonato que te permita muchas vueltas en negativo», señaló el canario, que también reconoció que el recorrido california­no «no me recordaba en absoluto a lo vivido en otras ediciones. Hasta ahora se está pareciendo más a un torneo regular del circuito».

Las garras de Monterrey

Lamentable­mente para el español, al mítico diseño de la península de Monterrey no le ha hecho falta ayuda externa para sacar toda su fiereza. Las bajas temperatur­as y el viento cambiante del Pacífico fueron suficiente­s para que se alargaran en exceso los golpes y subieran las estadístic­as. Cabrera sufrió en primera persona esa dureza y al final terminó firmando una tarjeta de 74 impactos para un total de más dos que dejaba en el aire su continuida­d en el fin de semana. Se vio muy castigado por un comienzo horroso (un bogey y dos dobles en cinco hoyos) y luego tuvo que tirar de casta y experienci­a para acabar sumando solo dos golpes de más a la conclusión.

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