ABC (Córdoba)

HOY EMPIEZA TODO

La democracia, tan aburrida como un domingo de sol y paella, es hacer esas cositas que mejoran la vida en las ciudades y los pueblos

- FRANCISCO ROBLES

«L Aluz lo malo que tiene / es que no viene de ti.» Los versos de Salinas se escapan del poemario y se esparcen por el paisaje. El domingo se presume luminoso, veraniego sin pasarse, un punto caluroso bajo el sol del mediodía y fresco por la noche propicia al velador y la confidenci­a. Hoy empieza todo otra vez. La vida es eso, pero no nos damos cuenta. Buscamos seguridade­s cuando solo hay una certeza que no vamos a nombrar para no llamar al pájaro de la angustia, esa ave de mal agüero que no deja de volar por las cumbres interiores del alma.

Hoy empieza todo. Después de los pactos y los pasteleos, hoy empieza un nuevo mandato, que no legislatur­a, en los ayuntamien­tos de esta España que siempre cae en el error de esperar un milagro que lo arregle todo en 24 horas. O en 48. «Esto lo arreglaba yo en 24 horas». Mentira. La demagogia es tan atractiva que muchos no se resisten a sus encantos. Sin embargo, aquí lo importante es hacer cositas. Una guardería o un tanatorio, un polideport­ivo o un centro de mayores, un campo de fútbol o una biblioteca. Arreglar las calles, podar los árboles, limpiar los husillos.

Que funcionen la policía y las farolas. Eso.

A los revolucion­arios les parece poca cosa, y por eso pretenden cambiar el sistema. De momento, ese cambio les permitiría gobernar de forma indefinida, que es lo que siempre han pretendido los totalitari­os de uno u otro signo. Si tengo la razón y el apoyo del pueblo, ¿para qué voy a convocar elecciones? O como decía Lenin con la frase más cínica de la historia de la humanidad: ¿libertad para qué? Las revolucion­es empiezan un día y ahí se quedan, estancadas en la mecha incendiari­a del odio, en el filo rencoroso de la guillotina, en la boca hambrienta de los fusiles. La democracia es otra cosa.

La democracia, tan imperfecta como el ser humano que la sustenta y se nutre de ella, es el pacto y el reparto, la promesa incumplida, el por aquí te quero ver. La democracia es meter la pata y meter la mano, algo inherente a la condición humana. Pero la democracia también es el cierre de un ciclo y la apertura de otro, la posibilida­d de echar a quien gobierna con malos modos sin necesidad de derramar la sangre del contrario. Ni la propia. La democracia, tan aburrida como un domingo de sol y paella, es hacer esas cositas que mejoran la vida en las ciudades y los pueblos que se hicieron poquito a poco.

Los revolucion­arios, tan identifica­dos con Adán en su obsesión por empezar de cero para siempre, no soportan que las ciudades se hayan hecho a golpe de Gótico y Barroco, de Renacimien­to y Regionalis­mo, de adosados y bloques de pisos, de parques ganados al cemento y de laberintos urbanos ganados al urbanismo islámico. El revolucion­ario quiere planificar­lo todo, empezando por nuestra vida. Convierte la libertad de la idea en el corsé de la ideología. Creen que la democracia se le queda pequeña a su utopía, cuando es justo al revés. Porque la utopía consiste en compartir un domingo de sol y paella con quien quieres. O con quien amas. El resto, como escribió Salinas, es la luz que en ciertos días y a ciertas horas, sí viene de ti. Y entonces, solo entonces, podemos decir con Jorge Guillén que el mundo está bien hecho.

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