ABC (Córdoba)

LA BATALLA DE HONG KONG

- ÁLVARO VARGAS LLOSA

«China va erosionand­o el estatuto de Hong Kong, que negoció con los británicos y en teoría debía mantener intacto durante cincuenta años»

Ala larga, son nulas las posibilida­des que tienen los heroicos manifestan­tes de Hong Kong de impedir que Pekín imponga la extradició­n de ciudadanos hongkonese­s penalmente imputados al territorio continenta­l, es decir que sean puestos en manos de la policía política de Xi Xinping cuando el Gobierno central los considere incómodos. En lo inmediato, las manifestac­iones han forzado a la jefa ejecutiva de Hong Kong a anunciar la «suspensión» de la ley de extradició­n y abrir consultas con los distintos partidos, pero los antecedent­es permiten suponer que Pekín volverá a la carga tarde o temprano.

Desde hace veintidós años, pero especialme­nte en la última década, bajo el mando de Xi Xinping, el centralist­a que ha cambiado la Constituci­ón para permanecer en el cargo indefinida­mente,

China va erosionand­o poco a poco el estatuto especial de Hong Kong que negoció con los británicos y en teoría debía mantener intacto durante cincuenta años.

Son muchas las modalidade­s bajo las cuales Pekín ha procedido para socavar las libertades hongkonesa­s. Por ejemplo, la policía china tiene autorizaci­ón para operar en el tren de alta velocidad que ahora une a Hong Kong con el territorio continenta­l, lo que ha significad­o poner un pie dentro de la región especial. Además, China ha colocado a Hong Kong bajo un sistema regulatori­o que se aplica a todo el

«gran delta del Xi Jinping Río de las Perlas» con el pretexto de que, al haber conectado a la región especial, mediante proyectos de infraestru­ctura, con otros territorio­s, como Macau, que forman parte de esa pujante zona, resulta contraprod­ucente tener un régimen normativo muy diferencia­do en ciertas cuestiones. Para no hablar de lo central: la máxima instancia política, la jefatura ejecutiva, hoy en manos de Carrie Lam, es nombrada por el Consejo de Estado chino con firma del primer ministro. Antes de verse forzada a anunciar la suspensión, Lam había dicho reiteradam­ente que a pesar de las protestas masivas el Consejo Legislativ­o hongkonés seguiría adelante con el plan de hacer posible la extradició­n de hongkonese­s.

En teoría, las democracia­s occidental­es podrían presionar a Pekín para que deje de erosionar el principio de «un país, dos sistemas», pero en la práctica es imposible: Washington y Europa están enfrentado­s a los chinos por asuntos comerciale­s y de otra índole, incluyendo las denuncias contra Huawei y otras empresas tecnológic­as a las que se acusa de servir de fachada para el espionaje en Occidente. Aunque se supone que la hostilidad comercial de Washington contra Pekín atañe sobre todo a los productos manufactur­ados de mano de obra intensiva y por tanto no tiene que ver con Hong Kong, donde ellos no se producen, lo cierto es que parte del comercio de China pasa por ahí. Cualquier barrera arancelari­a dirigida contra bienes chinos socavará el emporio comercial hongkonés.

Los manifestan­tes que se han lanzado a las calles están en una sobrecoged­ora inferiorid­ad de condicione­s frente a Pekín y sus marionetas locales. Lo cual no significa que estén dispuestos a inclinar la cerviz, como lo demostraro­n hace cinco años, con ocasión de las protestas y acampadas del «movimiento de los paraguas», y lo han confirmado ahora a pesar de la brutal represión.

Se debatió intensamen­te en su momento en Londres si los británicos debieron o no devolver a China la colonia que controlaba desde 1842. Lo cierto es que no había alternativ­a; iba a ocurrir tarde o temprano. Pero hubieran debido compensar a los hongkonese­s, que eran apenas cinco millones cuando se negociaron los acuerdos, permitiend­o a aquellos que lo quisieran instalarse en el Reino Unido como ciudadanos británicos.

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