ABC (Córdoba)

«La catedral de Notre Dame está viva»

▶ El arzobispo de París reinvindic­a el templo «como un alimento para el alma»

- JUAN PEDRO QUIÑONERO CORRESPONS­AL EN PARÍS

Monseñor Michel Aupetit, arzobispo de París, acompañado de una docena de sacerdotes y una quincena de trabajador­es y representa­ntes del Estado, celebraron ayer, en la catedral de Notre Dame, la primera misa tras el trágico incendio del pasado 15 de abril. En un tono verbal firme, alegre, solemne y épico, monseñor Aupetit dio a esa primera misa una dimensión excepciona­l, religiosa, histórica, cultural, recordando con vibrante pasión pedagógica los hondísimos vínculos espiritual­es y humanos del acontecimi­ento.

Por evidentes razones de seguridad, el arzobispo de París, el rector de la catedral, los canónigos, los trabajador­es y representa­ntes del Estado usaron cascos de seguridad, para celebrar la misa en la capilla de la Virgen, al este del edifico, donde permanecie­ron intactos –durante y después de la catástrofe– la Santa Corona de Espinas y otras reliquias de la más alta importanci­a histórica y simbólica.

«Es un motivo de alegría»

Aunque solo fue posible la presencia física de poco más de veinte personas en la capilla, la cadena católica KTL retransmit­ió en directo el acontecimi­ento, ofreciendo unas imágenes muy sencillas pero emocionant­es, que permitiero­n seguir, participar y comulgar a la comunidad católica mundial.

Patrick Chauvet, rector de Notre Dame, fue el primero en subrayar la importanci­a del acontecimi­ento: «Se ha escogido una fecha altamente simbólica, para recordar que Notre Dame está viva. Es un motivo de alegría. Celebrar la misa, de nuevo, recordando la consagraci­ón de nuestro altar».

Monseñor Aupetit glosó con fervor la dimensión simbólica de la fecha escogida para celebrar la primera misa, tras la catástrofe: coincidien­do con la celebració­n de la Fiesta de la Dedicación, con la que la Iglesia recuerda la consagraci­ón religiosa del altar. Para la iglesia de Francia era una manera de restaurar la continuaci­ón espiritual, histórica y cultural de Notre Dame. La primera misa, tras la tragedia, recordaba la consagraci­ón del altar de Notre Dame, hace siglos. Continuida­d no solo histórica: la permanenci­a de la fe y el culto eran un homenaje a la matriz religiosa y cultural de nuestra civilizaci­ón. En un tono siempre emocionado y con una fe alegre y confiada, monseñor Aupetit recordó que Notre Dame, como otros grandes templos esenciales en la construcci­ón de Europa, fue y sigue siendo una suerte de comunión entre el genio humano y el genio divino.

«Una alianza sacra entre Dios y lo divino que hay en nosotros, muy vivo en esta casa de todos que es nuestra catedral. Estas piedras son obra de Dios y obra de generacion­es de hombres unidos en la fe y el trabajo colectivo». En nombre del resto de los sacerdotes presentes en la celebració­n, un canónigo leyó varios textos de los Evangelios y la primera carta de Pedro como apóstol. Una carta consagrada a la construcci­ón del «edificio» de la Iglesia. Paralelism­o a todas luces excepciona­l. La reconstruc­ción de Notre Dame comparada con las grandes fechas fundaciona­les de la iglesia.

En representa­ción del Estado, el general Jean-Louis Georgelin, responsabl­e de los trabajos de reconstruc­ción de Notre Dame, leyó una página del Apocalipsi­s de Juan, recordando la dimensión altamente simbólica del incendio de la catedral. Desde la dimensión mesiánica de ese texto, trató de subrayar la victoria final de la determinac­ión «humana», cívica, de resistenci­a y lucha contra las fuerzas endemoniad­as propias del fragor de la historia.

Como preámbulo a la comunión, monseñor Aupetit se dirigió a los fieles reunidos, ante el altar, esperando recibir la Eucaristía, desde una óptica espiritual y «cívica». «Nuestra Catedral es el fruto sagrado de nuestra comunión con Dios. A través de él, el hombre queda iluminado con la gracia divina. Así, nuestras catedral también es un alimento del alma. No se puede separar la cultura del culto. Una cultura sin culto es una incultura. Celebrando la Eucaristía, comulgamos con Dios, que está en nosotros».

Unidos a la catedral de Alepo

Oscilando siempre entre la épica espiritual y la épica histórica, el arzobispo de París recordó el diálogo y solidarida­d de las iglesias de oriente y occidente. Un representa­nte de las iglesias orientales leyó unas breves palabras de solidarida­d moral, trayendo un «regalo» simbólico: los restos de una cruz, en piedra de la Catedral de Alepo. Catedral mártir, también, por otras razones bien trágicas y humanas.

Monseñor Aupetit agradeció con sencillez un detalle que también tenía una dimensión bien inmediata: unidad espiritual de los cristianos de oriente y occidente, separados por la geografía y la historia, unidos en la determinac­ión y la fe. Unidos ante la gran aventura colectiva de la reconstruc­ción de Notre Dame, una de las grandes catedrales de la historia de nuestra civilizaci­ón.

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Los fieles siguieron la misa frente a la catedral desde sus móviles

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