Plaza de la Corredera La ambición política de Ronquillo Briceño
▶El arquitecto Rafael Cabello Montoro repasa los avatares de este espacio emblemático de la ciudad desde que fue circo romano hasta ahora
E Lpoder y la arquitectura han estado unidos desde antiguo. Por una parte, porque hasta el emperador menos dotado quiso siembre dejar su huella para la eternidad; de otra, porque también en democracia cualquier ministro o alcalde entiende que si logra finalizar una obra arquitectónica o una operación urbanística de amplia aceptación tendrá muchas oportunidades de repetir en el cargo o incluso de aspirar a escalas superiores. Por eso no es extraño que también detrás de la plaza de La Corredera, como ocurre tras tantos otros monumentos, pueda existir una historia de ambición, la de un noble llamado Francisco Ronquillo Briceño.
Al menos, tal es la tesis que sostiene el arquitecto Rafael Cabello Montoro en su libro «La huella de La Corredera». Editado por la Diputación Provincial, se realiza ahí un recorrido exhaustivo por la historia de este recinto. El arquitecto explica en sus páginas que la primera construcción que hubo en esta zona fue el circo romano, con orientación Este-Oeste y que estuvo en uso hasta el siglo II. Tras su abandono, se
convirtió en cantera habitual de los cordobeses de la época, de tal modo que fue un lugar vacío por varios siglos. «Durante la dominación árabe fue una zona de desahogo, y sería tras la entrada en la ciudad de los cristianos cuando comenzaron a construirse los primeros edificios en la zona», explica el autor.
De lo que hoy se ve en ella, dos fueron los edificios que se construyeron en primer lugar: la Casa de Doña Jacinta y la Casa del Corregidor, actual sede del mercado Sánchez Peña y del Centro Cívico. Nacía en esa época, y tras una ordenanza de los Reyes Católicos, una nueva plaza para la ciudad, que aunque de aspecto vetusto comenzó a acoger corridas de toros mientras mantenía su función de mercado, que se le había consignado ya en tiempos de Sancho IV.
Méritos
La historia de la plaza que hoy conocemos nace sin embargo con la llegada a Córdoba de un nuevo corregidor: Francisco Ronquillo Briceño, noble nacido en la ciudad de Milán como hijo que era del virrey de Sicilia pero de familia castellana. Tras ocupar el cargo de mayordomo de Juan José de Austria y otras posiciones destacadas, Ronquillo fue designado corregidor de la ciudad, un cargo similar al alcalde actual pero que se lograba por designación directa de la Corona.
El noble apareció por Córdoba con 38 años, en 1682, y aquí estuvo haciendo méritos durante siete años. Porque su objetivo no era quedarse, sino brillar en la gestión para que eso le permitiese ascender y regresar a la Corte, algo que finalmente ocurriría. Ronquillo Briceño fue años más tarde corregidor de Madrid por dos veces, comandante de los ejércitos borbónicos durante la Guerra de Sucesión y presidente del Consejo de Castilla.
Cabello Montoro sostiene por tanto