Una vida dedicada a los demás
▶ Fue, durante quince años, alcalde de El Puente del Arzobispo y farmacéutico en once localidades
Jesús Sánchez Sánchez era, ante todo, un hombre bueno. De esos privilegiados que saben vivir y saben morir. También es cierto que la vida fue generosa con él. Nació en el seno de una familia castellana, que le educó en la disciplina y el trabajo y le inculcó los principios y valores que han guiado su existencia. Fue un privilegiado.
Estudió una carrera universitaria cuando dicha formación solo estaba al alcance de unos pocos. Y fue allí, en la Facultad de Farmacia de la Complutense de Madrid, donde conocería a Áurea, la mujer que le acompañaría durante 62 años.
Tras la Universidad, aquellos dos jóvenes compañeros que compartían inquietudes y principios, se instalaron en la localidad toledana de El Puente del Arzobispo, lugar, junto con La Estrella, en el que desarrollaron su vida profesional durante más de 40 años. Tiempo en el que llegaron a cubrir, como farmacéuticos titulares, un total de once pueblos. En el ejercicio de su profesión se desvivieron por los habitantes de la zona procurando que estuvieran debidamente asesorados y abastecidos. Y velando porque las condiciones socio-sanitarias, de las que
eran responsables, fueran las mejores.
Además del ejercicio de su carrera profesional, Jesús fue durante quince años alcalde de El Puente del Arzobispo. Un tiempo en el que su objetivo fue trabajar por el bien común. Dotó a la población de aquellos servicios de los que carecía la España rural de las décadas de 1970 y 1980
nació el 29 de diciembre de 1925 en Pedro Bernardo, Ávila, y ha fallecido el 28 de mayo de 2019 en Madrid. Dedicó su vida a contribuir al bienestar de las personas en el ámbito rural, como farmacéutico durante más de cuarenta años, quince de los cuales, ejerció de alcalde de El Puente del Arzobispo, Toledo. (pavimentación de calles, abastecimiento de agua, alcantarillado y alumbrado públicos). Impulsó la creación de un colegio público para la zona, piscina municipal y cementerio. Pero durante aquellos quince intensos años logró algo mucho más difícil, ganarse el respeto y el cariño de los ciudadanos, a quienes trató siempre por igual, con independencia de sus ideas o de su condición social.
Pero no todo fue tan idílico en la vida de Jesús. El accidente sufrido por su mujer en el año 2000 le situó ante una nueva y nada fácil realidad. Desde el primer día y hasta el último mostró la entrega y el cariño más profundos hacia su compañera de vida. La cuidó, sin queja alguna, hasta que sus fuerzas comenzaron a flaquear, hace unos meses, cuando por primera vez y a sus 93 años, fue él quien necesitó «ser cuidado».
Lector entusiasta del periódico ABC, seguro que allá donde esté, le encantará leer estas letras publicadas en el diario con el que tanto disfrutó y del que tanto aprendió.
Se ha ido con la satisfacción de pertenecer a una familia que le ha dado amor y le ha cuidado hasta el final. Con la paz que da haber vivido por y para los demás. Con el orgullo de haber dejado un legado profesional que continúan su hija María del Carmen y su nieta Carlota. Y se ha ido, con la convicción de saberse un buen cristiano, un hombre bueno. Gracias.