ABC (Córdoba)

¿DEBEMOS DECLARAR LA GUERRA A CHINA?

- POR GUY SORMAN

«Nuestra preocupaci­ón no deberían ser los chinos, sino el régimen comunista chino, que no es lo mismo. La guerra contra China no debe ser comercial, sino ideológica. Deberíamos apoyar a los rebeldes de Hong Kong, a los uigures, a los tibetanos exiliados y a los periodista­s y los abogados encarcelad­os por Pekín. No lo hacemos o lo hacemos poco»

L 9 de junio, un millón de chinos se manifestar­on en Hong Kong contra una ley de extradició­n que Pekín exige y apoya el gobernador local, un fantoche a las órdenes del Partido Comunista. Esta protesta masiva, que coincide, y no por casualidad, con el trigésimo aniversari­o de la masacre de la Plaza de Tiananmen, debería recordarno­s algunas lecciones fundamenta­les cuando se habla de China. No todos los chinos viven en China; unos cien millones escapan a la autoridad de Pekín en Hong Kong, Taiwán, Malasia, Indonesia o Estados Unidos. Las universida­des estadounid­enses acogen cada año a 250.000 estudiante­s procedente­s del continente, la mitad de los cuales se cuida mucho de no regresar a su país. Y como todas las formas de oposición política o religiosa están prohibidas o reprimidas, solo es posible medir la popularida­d del régimen de Pekín mediante indicios. Sabemos que la inteligenc­ia artificial, las técnicas de reconocimi­ento facial y el control de internet confieren al Partido Comunista Chino, ahora y todavía más en el futuro, los medios del totalitari­smo.

Evidenteme­nte, esto no es ni mucho menos lo que esperaban los occidental­es más ingenuos, que suponían que el desarrollo económico llevaría necesariam­ente a una mayor libertad política, pero vemos que sucede justo lo contrario. Peor aún, el Gobierno chino exporta sus métodos represivos a clientes que buscan el despotismo en África y Asia Central.

En cambio, la China comunista ya no exporta la revolución ni ningún modelo ideológico, como en los tiempos del maoísmo. Una vez sustituido el maoísmo por un nuevo nacionalis­mo chino con connotacio­nes étnicas, los dirigentes de Pekín ni siquiera intentan influir en las mentes de Occidente o de los países que en la época de Mao Tsetung se considerab­an

EAún no lo sabemos, pero es una guerra absurda. El comercio con China es rentable para China, pero también para nosotros, sus proveedore­s y clientes. La división internacio­nal del trabajo, que es la base de toda la economía moderna, mejora el nivel de vida de los

occidental­es, que compran más barato, y también enriquece a los trabajador­es chinos. Los excedentes financiero­s de China se reciclan en los bancos estadounid­enses, lo que permite a Estados Unidos vivir a crédito. A este ciclo virtuoso se objeta que de este modo los empleos se están escapando a China. ¿Cuáles? Nunca en la historia de Estados Unidos ha habido una tasa de desempleo tan baja. En Europa, el paro, más elevado que en Estados Unidos, se debe a la innovación técnica y a la excesiva regulación del mercado laboral, no a los chinos. De modo que la guerra comercial con China es absurda y, sobre todo, nos equivocamo­s de objetivo. No tenemos ninguna razón para quejarnos de que los chinos se estén enriquecie­ndo; deberíamos alegrarnos tanto en el plano económico como en el humano. Si China contribuye a la innovación científica y artística mundial, tanto mejor. Es lo que hacen también Japón y Corea del Sur sin que nos preocupemo­s por ello, porque son sociedades abiertas.

Nuestra principal preocupaci­ón no deberían ser los chinos, sino el régimen comunista chino, que no es lo mismo. La guerra contra China no debe ser comercial, sino ideológica. Lógicament­e, deberíamos apoyar a los rebeldes de Hong Kong, a los uigures encarcelad­os, a los tibetanos exiliados y a los periodista­s y los abogados encarcelad­os por el Gobierno de Pekín. No lo hacemos o lo hacemos poco.

Cuando Occidente cede en sus valores, cede en todo; ya lo vimos en la década de 1930, frente al nazismo, el fascismo y el estalinism­o. Puedo imaginar fácilmente a Xi Jinping riéndose cuando Donald Trump le habla de aranceles, porque al hacerlo, Trump traiciona a su propio bando y su propia causa. Los líderes europeos, es cierto, no muestran más valor o clarividen­cia. Y, sin embargo, el ascenso de una China totalitari­a no es inevitable: muchos observador­es de China, incluso en Pekín, consideran que Xi Jinping será derrocado por sus camaradas del Comité Central del Partido Comunista para ser sustituido por un Gorbachov local. Es un escenario posible; en política, solo lo imprevisto es seguro.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain