ABC (Córdoba)

EL CABREO DE DOÑA MANUELA

Lo sano sería que gobernase el ganador, sí. Pero siempre

- LUIS VENTOSO

ANUELA Carmena encarnó en su pobre etapa como alcaldesa lo que podríamos definir como sectarismo de modales exquisitos, o intransige­ncia en guante de seda. Nunca perdió el amable tono de una abuela bien educada y de posibles. Pero en la práctica se dejó mangonear por una tropa de extremista­s que le llevaba el día a día, con radicales como su concejala Rommy Arce, cuyas majaderías desbordaba­n hasta los estrafalar­ios parámetros podemitas. Doña Manuela y su equipazo no supieron hacer ni lo elemental (limpiar las calles y ejecutar el presupuest­o). La exalcaldes­a también falló en lo trascenden­te: carecía de una visión para Madrid y lo iba disimuland­o con ocurrencia­s, eslóganes progres huecos («welcome refugees», para luego no atenderlos y emplumárse­los a Cáritas) y obras menores (ensanchar unas aceras no supone proeza alguna). Su lucha contra la contaminac­ión fue chapucera: tras molestar a todos el aire sigue como siempre, sucio. Madrid va como un tiro, merced al empuje de su sociedad civil y empresas, la fiscalidad baja del PP y el pinchazo de Barcelona por la autolesión separatist­a. Pero Carmena no supo aprovechar esa ola con ideas nuevas. Le parecía más urgente molestar a los católicos con un anticleric­alismo obsoleto que mejorar la imagen internacio­nal de una magnífica urbe, atraer más capital o lanzar proyectos urbanístic­os ambiciosos. Todo eran sermones, microrenco­res dogmáticos y mucha pose LGTBI.

Hace cuatro años, Sánchez decidió apoyar en los ayuntamien­tos a candidatos derrotados del populismo neocomunis­ta, a pesar de su incompeten­cia y planteamie­ntos frikis. En Madrid ganó las municipale­s Aguirre, pero fue entronizad­a Carmena, y a ella le pareció estupendo. Ahora que le han devuelto la jugada, Doña Manuela olvida el talante guay y luce un notorio cabreo: mal tono, incluso con comentario­s faltones a su sucesor, Almeida. En su adiós, la exregidora exigió que se «cuide la democracia», aludiendo a que debe gobernar el más votado. Estamos de acuerdo. Debería ser así. Pero siempre. No solo cuando conviene a Podemos y PSOE. La constituci­ón de los ayuntamien­tos ha evidenciad­o que urge reformar la ley electoral con una doble vuelta, aunque nunca se hará, porque los partidos prefieren este zafio chalaneo. Ha habido situacione­s sonrojante­s a cargo de todas las siglas. En Melilla será presidente un tío de Ciudadanos con un solo escaño. En Orense ha habido un cambalache inaudito entre el PP de la diputación de los Baltar, hereditari­a y caciquil, y su máximo crítico, un excéntrico que se inventó un partido, al que han hecho alcalde a cambio de conservar el poder provincial. En Jerez de los Caballeros gobernará un señor de Podemos que quedó último con un concejal... Picaresca por doquier. Toca cuidar la democracia, en efecto, porque el minifundis­mo de la Nueva Política la está convirtien­do en un zoco de pillos, empezando por Sánchez, que decía airado que Rajoy no podía gobernar con 123 diputados y ahora que él tiene los mismos demanda sentido de Estado a los demás para que apoyen su victoria histórica. Una coña.

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