ABC (Córdoba)

La suerte bendice a Alonso

▶Logra su segundo triunfo en las 24 Horas de Le Mans y gana el Mundial de Resistenci­a gracias a un pinchazo de su rival

- J. CARLOS CARABIAS MUNDIAL DE RALLYS (1990)

La fortuna que le ha afeado la despedida de la Fórmula 1 sonríe a Fernando Alonso en su nuevo periplo en el WEC. Buena suerte para el piloto asturiano, felicidad y ambición todo en uno. En el centro de Francia volvió a alzar el pulgar y a rociarse en champán porque ganó las 24 Horas de Le Mans y en el mismo paquete se proclamó campeón del mundo de Resistenci­a. Condujo un coche inferior y venció, a diferencia de lo que tantas tardes sucedió en la F1. Aconteció por azar, ese don indescifra­ble del deporte. Cuando faltaba una hora para las 24, pinchó el Toyota 7 que conducía Pechito López y que había gobernado, superior, la carrera. Alonso ha concursado dos veces y dos veces ha ganado.

Le Mans en el ciclo de vida de los pilotos se asocia al de los aficionado­s, los mecánicos, los auxiliares, los periodista­s... Y una pregunta viaja por todas las almas. ¿Cómo, cuándo y dónde dormir? Alonso, por ejemplo, lo tuvo claro. Una siesta escasa de media hora en su camerino privado, después del relevo nocturno. Los 185 pilotos restantes operan más o menos igual. Una cabezada en los coquetos y voluminoso­s motorhomes y listos.

Los mecánicos duermen en sillas en los garajes o en mantas por el suelo. Los ingenieros buscan un hueco confortabl­e en los stands o en los boxes. Y lo mismo, el resto del personal de los equipos. Es práctica común arrastrars­e hasta los vehículos privados

y dejar que el sueño se imponga por unas horas. Una silla y una mesa en la sala de prensa también valen. Y queda un recurso más práctico: desplazars­e hasta el hotel y procurarse unas horas de sueño.

La noche representa el encanto de las 24 Horas. Muchos aficionado­s pernoctan en los campings aledaños, en tiendas Quechua o gigantesca­s caravanas perfectame­nte acondicion­adas. Todos, desde Alonso al último piloto desconocid­o, el hincha o el ejecutivo, le echan un pulso al cansancio.

Por ahí conviene entender Le Mans, una prueba de resistenci­a, de puro aguante físico para las estrellas del volante y de entereza mecánica para los coches. 24 horas seguidas, con sus minutos y segundos inacabable­s, como prueba de fe contra el agotamient­o.

La peor hora, sin duda, es el amanecer. Ese instante se convierte en un tormento para los pilotos que han conducido durante horas en la noche, esquivando vehículos más lentos o evitando la colisión con los más rápidos. Cuatro categorías integradas en una ensalada de coches, ritmos y destreza de pilotos que convierten a Le Mans en un evento colosal.

Todo es inabarcabl­e en Le Mans. Los mejores coches pararon en los garajes entre 30 y 40 veces. Los turismos, entre 20 y 30. Una salvajada que tuvo un pronóstico temprano. Cuando Alonso se bajó por primera vez del Toyota 8 a eso de las 7.30 del sábado, ya vaticinó el desenlace. «Es difícil seguir al otro coche. Tenemos peor ritmo. Nada que hacer», dijo en público. «Nos arrancan las pegatinas», confesó en privado.

El otro coche era el Toyota 7 que tripularon Kobayashi, Conway y Pechito López. Compañeros de marca, rivales en la pista. Los habituales enredos con los coches de seguridad favorecier­on en unas ocasiones al Toyota 8 y lo perjudicar­on otras. Reparto equitativo que tal vez podía desnivelar la noche, el peligro de la oscuridad. El argentino aguantó el tirón y Alonso no pudo recortar toda la distancia que hubiera deseado.

Parecía resuelto y no era así. La prueba de longevidad se decidió al sprint por un pinchazo. Disputadas 23 horas, a falta de 60 minutos, Pechito López rozó un obstáculo y pinchó el Toyota 7. Alonso lo vio al instante mientras tomaba un refrigerio y advertía que «ese coche va muy lento». Su aler

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EFE Alonso, con Nakajima y Buemi en el Toyota número 8 CARLOS SAINZ
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