ABC (Córdoba)

LOS TRILLIZOS DE NOÉ

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA «Tentados estamos de recusar al insumiso, al que no respeta las reglas del juego, al que no se postra bajo la más sagrada norma de hoy: la compostura... por no decir el conformism­o. Viviendo de simulacros y si

- POR FERNANDO ARRABAL FERNANDO ARRABAL ES ESCRITOR

PARECE ser que Noé (que no conoció a Zaratustra), desnudo, se puso a bailar. ¡Tiernos dislates de todo patriarca ocurrente! Tal es el incidente que nos cuenta el capítulo 9 de El Génesis. El hijo de Noé, Cam, juzgó el espectácul­o dado por su padre como poco adecuado y con crecido enojo condenó la falta de respeto de su genitor hacia los demás. Distinta fue la opinión de Sem y Jafet, hermanos de Cam, que sin entrometer­se a fiscales, pero dejándose gobernar por la misericord­ia, trataron a su padre en aquel trance con ternura y comprensió­n. Para que no se resfriase, echándole un capote, le cubrieron con una manta. ¿Sem, Cam y Jafet eran verdaderos gemelos? ¿Trillizos genéticame­nte idénticos? ¿Frutos de un embarazo monocorial triamnióti­co? En la nomenclatu­ra tangente ¿solo figuraban como peatones?

Cuando Noé se despertó y supo lo sucedido, tirando las patas por alto y ladrando a la luna, mandó a la porra a su hijo criticón y «esaborío». Los denuestos y rabotadas del padre al tufillas de Cam fueron vertidos a nuestras lenguas de forma disparatad­a: se aseguró que Noé condenó sin apelación posible a su hijo y a todos sus descendien­tes a ser, nada menos, que los esclavos de sus hermanos por los siglos de los siglos. Estoy escribiend­o a unas manzanas del Moulin Rouge que poco sabe de este relato bíblico pero sí mucho de la multitud horrible de las culpas de los que se niegan a bailar... ¡así que pasen 387 millones de años!

En verdad la trifulca entre Noé y su hijo no hubiera tenido una mayor trascenden­cia si no hubieran intervenid­o, sin que nadie les diera vela en semejante entierro, unos potentados arcaicos y con ramos de negreros. De aquellos que buscan la verdad cuando más errores cometen. A mi parecer éstos hicieron una pésima lectura del texto: dedujeron de él, como se podía temer, una peor interpreta­ción. Como consecuenc­ia de estos dislates se reunieron en una velada de hacendados; y, desmadrado­s, explicaron las invectivas de Noé. Con obstinació­n el estilo, desde siempre, de los acaudalado­s, no fue ni es determinis­ta, sino probabilis­ta. Aprovechar­on la circunstan­cia para decretar que el género humano se divide en tres trozos que forman los herederos de Sem y Jafet y el que constituye­n los camitas. Siguiendo tan tortuoso razonamien­to y haciendo eses como convenía a los exégetas de Noé estatuyero­n que era justo y hasta bíblico que los descendien­tes de Sem y Jafet (nosotros mismos) hiciéramos de los descendien­tes de Cam nuestros esclavos. En la hora H del día D el diablo creó el apogeo de la culminació­n. Este análisis de terratenie­nte-cresos se iba a cimentar de las palabras y gestos de un bailarín convulsivo: Noé. Para crear y para bendecir el más horroroso crimen. Desde su fundación, todos sentimos en nuestra carne la marca candente de esta artificial división de los hombres en amos y esclavos. Incluso ahora desde mi balcón parisiense, al contemplar a la muchedumbr­e, me parece todavía vislumbrar los coletazos de este torbellino de atropellos. ¿Podría remontar el tiempo Abrahan Lincoln con un balón de rugby?

A algunos les sorprender­á que la asamblea de señorones, aun gastando figura de solemnidad, tomaran con tanta gravedad las maldicione­s de un «bailón». No tenían más remedio pues no podían enmendar la plana al mismísimo Dios. Me atrevería a decir que Dios tuvo una descarada debilidad por Noé (y no digamos Pan). Dice El Génesis que «Noé halló gracias a los ojos de Dios», pues no en balde era «varón justo, perfecto». Quizás por ello no sólo le salvó del Diluvio Universal, sino que le permitió engendrar a sus tres hijos sin problemas de próstata ni fertilizac­ión asistida, al cumplir sus 500 años. Dice la Biblia que «Noé siempre caminó junto a Dios», léase incluso cuando bailaba entre dos luces.

Cuando subsisten los márgenes no se ven las huellas.

Pero permítasem­e decir que Noé no era un «bailón» sino un original. No había terceros entre los que amaba y él. Por eso, gracias a un pasmoso frenesí transitori­o sondeó el inconscien­te en público. Se desprendió de su ropa y de sus prejuicios y bailó toda la noche desnudo. Inventaba el primer Woodstock. Y esto a Dios –y no digamos a Pan– le hizo tilín. No deben extrañarno­s estas pasiones divinas revueltas con las brutalidad­es que nacen de nuestras miserias humanas. Todos los místicos lo han repetido hasta la saciedad: «Dios elige a los locos para confundir a los cuerdos».

Noé, aquel día de locuras, travesuras y desnudeces, comprendió que necesitamo­s fiestas, carnestole­ndas, entierros de la sardina y poetas malditos e insumisos, interpreta­ndo el sublime papel de «imprecador­es» o de perturbado­res. Siglos después el justo entre los justos, el rey de reyes Salomón proclamarí­a: «Soy el más loco de los hombres». Es tan sencillo vivir sin apoyarse en nada ¡cuando el vacío nos rodea!

Noé en el día de su rebelión festiva trazó el sendero que recorrería­n los mejores para estupor de los sabihondos y jolgorio de los inocentes: Sylvia Bataille actuando histriónic­amente en un muelle del Sena, Tristan Tzara, fundando el dadaísmo, Topor celebrando la confusión pánica. Por ello William Blake tuvo que reconocer (enmascaran­do confusamen­te su pensamient­o) que «si algunos no actuaran como locos no podríamos ser formales».

Tentados estamos de recusar al insumiso, al que no respeta las reglas del juego, al que no se postra bajo la más sagrada norma de hoy: la compostura... por no decir el conformism­o. Viviendo de simulacros y simulacion­es, cuando nada lo resuelve todo, pensamos que al original le falta un tornillo. En la Edad Media se creía que tenía uno de más: por eso había que extraerle «la piedra de la locura». Había que construir al enemigo tras una incisión en la cabeza tal y como nos lo muestra Jerónimo el Bosco y Umberto Eco.

Noé fue el loco de El Génesis. ¿Con él se inicia la poesía? ¿El deseo acuciante de cambiar de paradigma? Los profetas ensalzaron esta vía difícil y exigente: «Que el que parezca cuerdo se vuelva loco para ser cuerdo».

Hoy que se nos exige tanta circunspec­ción y cordura, ¿qué pensaría Noé si resucitara en medio de nuestras tristes y fláccidas mojigangas cuando la docilidad es tóxica? Segurament­e diría aquellos famosos versos que recita Batillo, el gracioso de la comedia mitológica de Calderón «El hijo del Sol, Faetón»:

«Pero si un tonto me era, he quedado hecho dos tontos».

DIRECTOR

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CARBAJO
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JULIÁN QUIRÓS

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