Patrias a millares
Son dos cosas distintas, una es la calidad y fidelidad con la que el creador de la serie, Aitor Gabilondo, le ha puesto imágenes, rostro y emociones a la novela de Fernando Aramburu, y otra es el influjo, la onda expansiva, que verla ahora puede tener en la sociedad vasca y en la política de jaboneo del Gobierno a Bildu, al mundo abertzale y a cuestiones como la aprobación de los Presupuestos y el acercamiento de presos al País Vasco. No pudiendo medir lo segundo con otro metro que el de la suposición y la sospecha, habrá que agarrarse a la solidez inequívoca de lo primero, al levantamiento público y notorio que hace la película del cadáver de un pueblo atemorizado, silencioso, connivente (cómplice), seducido y dominado por la secta criminal, sus tentáculos y sus alucinaciones.
La serie, como la novela, comprime toda la sociedad en dos familias que monopolizan a todo el paisaje moral y personal del último medio siglo: el etarra asesino, su víctima inocente, la esposa rota, la madre del asesino entregada al cultivo del odio y el prejuicio, el marido claudicante y amigo cobarde, pero intuitivo del horror que comparte y calla, los hijos abotargados de pasiones infectas, anormales, incomprensibles más allá del agujero insalubre en el que han crecido, estudiado y vivido… Una pequeña población en la que todo se piensa, se detecta y se autoriza con el dominio y primacía del condicional sobre el subjuntivo, «si estaría en otra parte, no tendría estos pensamientos…».
La serie, como la novela, es una buena oportunidad para el exorcismo, para revolverse individual y socialmente contra el conjuro que los ha inmovilizado de pies, manos y cabeza durante décadas… La historia está ahí para que se vean, se reconozcan, se analicen y se resuelvan. Los demás podemos apreciar las tramas, sufrir la indignación, sentir el policromado de emociones y de hilos que mueven las ideas y los comportamientos de los personajes, pero los vascos, o muchos vascos, tienen que reflexionar sobre la verdad que «Patria» les escupe a la cara y cotejar y digerir la infinidad de sutilezas y mentalidades que les han llevado a vivir miles de historias como la de «Patria».