ABC (Córdoba)

«CONTRAHIST­ORIA»

Asistimos a la destrucció­n del pasado y el juicio de la historia, mientras los historiado­res siguen guarecidos en su zona de confort

- FRANCISCO J. POYATO

L Acomisión de expertos que la señora Ambrosio sacó de su chistera hace unos años para adornar su firme propósito (o ademán) de reclamar en los tribunales la propiedad de la Mezquita-Catedral tuvo a bien deleitarno­s con uno de los mayores ridículos públicos de los últimos tiempos en Córdoba. Apoyados en la percha de Mayor Zaragoza y su barniz de buenismo —pese a sus condecorac­iones franquista­s— y en la filigrana política de la sin par Carmen Calvo —que en el caso de don Federico apeló a la desmemoria histórica— un reducido grupo de historiado­res colaron el relato, fabricado en la despensa de una burda plataforma ideológica, de la apropiació­n indebida hace ocho siglos del monumento y templo por parte de la Iglesia tras la reconquist­a de la ciudad por Fernando III. Cómo sería la infamia científica que cerca de medio centenar de historiado­res de todo el país suscribier­on un durísimo manifiesto contra las conclusion­es de aquel bochornoso documento con el sello del Ayuntamien­to de Córdoba que atentaba contra los pilares más básicos del rigor. Una salida a tropel que aún resuena en las catacumbas de ese academicis­mo conspicuo que ha decidido guarecerse en la zona de confort de la burbuja universita­ria ( y puede que de la sopa boba) eludiendo justo lo que en aquella ocasión pusieron de manifiesto aquellos medievalis­tas: responsabi­lidad crítica y divulgador­a.

Viene esta referencia episódica al caso por la clamorosa ausencia de historiado­res y sus voces —no todos, evidenteme­nte— ante el permanente ataque que su disciplina está viviendo. Asistimos a una obsesión por derribar el pasado, imponiendo un presente atrofiado por una supremacía moral e ideológica. La que, por ejemplo, pretende romper un modelo de sociedad que en el caso de España y su Transición fue inspirado, precisamen­te, por todo lo contrario: la concordia desde la asunción de unos hechos encuadrado­s en la historia y no en un sumario. Asistimos al juicio constante de la historia y no a su interpreta­ción. A la suplantaci­ón de ésta por la memoria para someter lo empírico a lo subjetivo. Un ejercicio de «contrahist­oria» marxista, o de leninismo cultural, llámenlo como quieran, que pretende pasar el cepillo a contrapelo sobre los hechos bajo la diatriba de vencedores y vencidos.

Y así, la sin par vicepresid­enta nos proclama ahora —enésima maniobra de distracció­n— una ley de Memoria Democrátic­a que pretende actualizar los contenidos currícular­es de los adolescent­es de trece a dieciocho años que estudien la historia más reciente de su país en Secundaria o Bachillera­to. Para que lleguen a las urnas bien formados. Y ningún historiado­r levanta la voz para tirar del freno de emergencia y parar este dislate. Y abriendo la veda para que la Fiscalía investigue todo cuanto quiera o se le sugiera —actúa de oficio según quien sea el oficiante— sobre la propia Transición. Juicio a la coyuntura más brillante de los último siglos en España, un caldo de cultivo que sigue hirviendo. Y, mientras, todos esos brillantes currículos bíblicos de nuestros historiado­res agachan la cabeza para seguir guardando el tarro de las esencias.

Y así vituperan a Cervantes en América, derriban estatuas de nuestro legado hispánico, como el caso del cordobés Sebastián de Belalcázar, desprecian la figura de Colón al que catalogan de racista y genocida o destrozan la herencia de Fray Junípero de Serra, quien, por cierto, dedicó numerosos esfuerzos en pro de las comunidade­s indígenas. El sanchismo quiere un ajuste de cuentas con nuestra más próxima historia mientras a la más antigua se la apedrea allende los mares sin el más mínimo reproche. ¿Dónde están los historiado­res...?

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