ABC (Córdoba)

Las huertas y casas de campo

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chada y una parte de la estructura, como la escalera y el patio, es ahora el conservato­rio superior de música.

En esta lista está también el Palacio de Viana, un edificio que a lo largo del tiempo se ha transforma­do y ha tenido incorporac­iones modernista­s y hasta en el siglo XX, pero que hunde sus raíces en esta etapa.

En la calle de la Feria, cerca de la Cruz del Rastro, está la casa de los Marqueses de El Carpio, uno de los edificios que todavía llama la atención de muchos cordobeses por su aspecto exterior de castillo monumental.

De ahí se pasa al barroco, que el autor ha datado en la segunda mitad del siglo XVII. No es un libro sólo de arquitectu­ra, y Manuel Ramos cuenta cómo las casas son el reflejo de la evolución social de sus propietari­os. Algo común a todas las épocas es que el noble no sale a pie. «En un momento lo normal es que lo hiciese cabalgando, pero aparece el coche de caballos. Y necesitaba sitio para maniobrar y entrar en la casa», recuerda. Eso condiciona el urbanismo, porque se abren plazas y se ensanchan las calles para que estos vehículos, los que pertenecía­n a las personas principale­s, puedan acceder a su lugar.

Señala por ejemplo una de las casas del Bailío, la que ahora pertenece al hotel, y que es renacentis­ta. Allí se nota perfectame­nte el ensanche y el acceso por el que cabe el coche para llegar hasta el patio. Cuando se baja del vehículo, no lejos está la monumental escalera.

Arqueologí­a y decoración

En esos años empieza el gusto de los nobles cordobeses por la arqueologí­a, y al mismo tiempo que los libros, también se muestran en las casas junto a otras muestras artísticas como pinturas murales o vidrieras. Es la época del Catastro de Ensenada, que en el siglo XVIII fue el primer intento de hacer un registro de la propiedad inmobiliar­ia en España.

Los ejemplos también son muchos, como la Casa de los Mayorzagos de los Tres Aguayos, que está en la calle de La Palma, junto a San Pedro, y cuyo monumental patio se puede visitar

El libro de Manuel Ramos Gil se centra en las casas que forman parte del casco urbano, pero hay un momento en que las clases pudientes y nobles empiezan a buscar las segundas residencia­s, que todavía no se llamaban así, y las casas fuera de la ciudad. «Cuando venía una visita se le ofrecía un almuerzo en la huerta. Era imprescind­ible», cuenta. Entre las más famosas estaba la Huerta de San Antonio, del Marqués de Benamejí. Allí subió la reina Isabel II en su visita y tuvieron que llevarla en parihuelas, porque no había carretera. Un cuadro recoge aquel momento que muestra cómo la búsqueda de zonas fuera de la ciudad era ya constante en quienes podían permitírse­lo. Cuando la nobleza se empobreció y no podía mantener sus casas antiguas, se trasladaro­n aquí y es el origen de la dispersión actual. cada mayo. En el convento de Santa Cruz está la casa de novicias, el llamado palacete barroco, y Manuel Ramos Gil se refiere además a la de los González de Giralt, en la calle Cabezas.

Esta zona entre la Mezquita-Catedral y la calle San Fernando es rica en casas barrocas, y por eso Manuel Ramos Gil señala a la de los Muñoz de Velasco, en la calle Pozo de Cueto, y la muy cercana de la calle Cara, abierta a una plaza para que pasaran los coches de caballos con sus propietari­os.

De ahí llega hasta los llamados tiempos modernos, que ven la decadencia de la nobleza y el ascenso de la burguesía. Las casas lo notan, porque se conservan mal y sus dueños se marchan a la corte y las dejan. Lo cuenta Pío Baroja en «La Feria de los discretos» en la casa que hoy es la escuela de arte Mateo Inurria, como recuerda Manuel Ramos.

Algunas de las casas más perjudicad­as pasan a ser de vecindad, como sucedió el actual Museo Taurino y la Casa de los Caballeros de Santiago. «No era un fenómeno tan malo, porque los vecinos, como tenían poco dinero, no podían destruir y usaban materiales baratos que se han podido quitar después», afirma el autor del libro.

De la última etapa destaca la de los Muñices, en la casa del mismo nombre, la del Conde de Torres Cabrera, que empezaba en las Doblas y terminaba en la que hoy pertenece a la familia Cruz Conde, con patrimonio muy notable, y la del Marqués de Benamejí, en la calle Agustín Moreno. «Para la arquitectu­ra es la época que empieza en el neoclásico y también tiene neobarroco», cuenta.

 ?? FOTOGRAFÍA­S: LIBRO «CASAS SEÑORIALES DE CÓRDOBA» TOMO II ?? Escalera de piedra negra de la casa del Conde de Torres Cabrera
Sala en la casa de los Luna, edificio renacentis­ta en la plaza de San Andrés
Patio de la casa del Conde de Castel, en la plaza de Maimónides
FOTOGRAFÍA­S: LIBRO «CASAS SEÑORIALES DE CÓRDOBA» TOMO II Escalera de piedra negra de la casa del Conde de Torres Cabrera Sala en la casa de los Luna, edificio renacentis­ta en la plaza de San Andrés Patio de la casa del Conde de Castel, en la plaza de Maimónides

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