ABC (Córdoba)

MADRID BAJO SOSPECHA

- POR

LUIS HERRERO

Mucho tienen que cambiar las cosas para que Isabel Díaz Ayuso salga indemne de la crisis político sanitaria que ha convertido Madrid en una ciudad sitiada por el virus y la discordia. Está en el ojo de una tormenta perfecta. Gobierna con un socio que no es de fiar, en su propio partido la miran con creciente desconfian­za, la gente que le rodea no termina de ponerse de acuerdo en lo que hay que hacer, la izquierda la ha convertido en el pimpampum del nuevo PP y la epidemia campa a sus anchas a lo largo y ancho del territorio comunitari­o. No es extraño que, en esas circunstan­cias, el nerviosism­o se haya apoderado de ella. No hay otra explicació­n para entender el cúmulo de despropósi­tos que han ido sucediéndo­se desde que el viceconsej­ero de Sanidad, Antonio Zapatero, anunciara en rueda de prensa la inmediata entrada en vigor de confinamie­ntos selectivos en la zona sur de Madrid. Sus declaracio­nes hicieron que cundiera el pánico. El político y el ciudadano.

Los madrileños querían saber cuál iba a ser el alcance y la localizaci­ón exacta de las medidas anunciadas y los mandamases de Génova no dejaban de mesarse los cabellos. «Confinamie­nto» era la palabra maldita. Una comunidad autónoma gobernada por el PP no podía ser la primera en recurrir a esa medida extrema porque trasladarí­a una imagen de descontrol muy perniciosa para los intereses del partido. Ayuso trató de convencer a Zapatero para que grabara un vídeo matizando sus palabras, pero el viceconsej­ero se negó a obedecerla. Desde ese momento quedó claro que los criterios científico­s y los políticos transcurrí­an por caminos distintos. También los jurídicos se bifurcaron en debates contradict­orios. Para espantar el fantasma del confinamie­nto, Enrique López llegó a decir que ni siquiera el estado de alarma –que Sánchez sugería para desdoro de Díaz Ayuso– permitía la adopción de una medida tan drástica, después de haber sido la base legal esgrimida por el Gobierno, y ratificada por la Oposición, para mantenerno­s confinados a todos durante tres meses.

La confusión agitó las contradicc­iones. El alcalde hablaba de estabiliza­ción de los contagios al mismo tiempo que el consejero de Sanidad alertaba de su crecimient­o constante. El vicepresid­ente Aguado, en medio del lío, fue el primero en solicitar la implicació­n de Sánchez en la solución de la crisis. Poco después, Pablo Casado –que había criticado duramente al Gobierno por el establecim­iento del mando único durante los primeros meses de la pandemia– recordó que las epidemias son responsabi­lidad de los gobiernos estatales y censuró a la coalición del PSOE y Podemos por tratar de derivar su negligenci­a a las comunidade­s autónomas. La patata caliente se había convertido en una pelota de pingpong. Mientras tanto, los madrileños seguían sin saber qué iba a ser de sus vidas en las horas siguientes. El viernes se anunció la comparecen­cia de Díaz Ayuso a las 11,30 de la mañana. Luego se retrasó hasta la una. Finalmente, a primera hora de la tarde. Había problemas, se nos dijo, con el encaje jurídico de las restriccio­nes acordadas.

Todo parecía indicar que iban a ser de mayor cuantía.

Pero no lo fueron. Poco después de las cinco, la presidenta, el vicepresid­ente y el consejero de Sanidad del Gobierno regional dieron a conocer una serie de medidas, circunscri­tas a 37 zonas sanitarias de Madrid (en el colmo del disparate tardaron más de una hora en identifica­rlas), que ni revisten especial complejida­d jurídica –han sido aplicadas sin ningún problema en otras zonas de España– ni satisfacen las demandas de los expertos. La opinión mayoritari­a de la comunidad científica es que se trata de medidas tardías, insuficien­tes y timoratas. Tanto desgaste, al final, para algo que con toda seguridad deberá ser corregido y aumentado dentro de dos semanas. Mucho me temo que a Díaz Ayuso se le ha ido la gestión de la crisis de las manos. Pincho de tortilla y caña a que el mero hecho de decirlo me pone bajo sospecha. La ofensiva contra ella es tan general –y tan obscena– que ya solo cabe ser cómplice de sus inquisidor­es o defensor irracional de sus equivocaci­ones. Francament­e, no sé qué prefiero.

Un joven espera en Castillejo­s a lanzarse al mar para llegar a nado a Ceuta

A la izquierda, el joven desapareci­do en Beliones; a la derecha, el chico ahogado

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