La muerte de la juez Ginsburg sacude la campaña electoral en Estados Unidos
▶Con la renovación del Tribunal Supremo los republicanos quieren asegurarse una línea ideológica conservadora durante muchos años
Las banderas amanecieron ayer a media asta en EE.UU. y las espadas de la política, en todo lo alto. El fallecimiento de Ruth Bader Ginsburg, una de las jueces progresistas del Tribunal Supremo, ha dejado al país entre el luto por una figura venerada y el olor a pólvora de una batalla entre republicanos y demócratas que afectará a la reelección de Donald Trump, a la renovación del Congreso y a la línea ideológica del sistema legal estadounidense.
El viernes por la tarde, la campaña electoral por la presidencia tenía una hoja de ruta clara: mandaba Joe Biden sobre Trump, gracias en buena parte a la pandemia de coronavirus; el presidente, por su parte, centrado en su éxito económico hasta el virus y en un mensaje de
«ley y orden» tras las protestas del verano. Ese armazón saltó por los aires con la noticia de la muerte de Ginsburg, de
87 años, integrante de la minoría progresista del alto tribunal. Hasta ahora, los jueces nombrados por presidentes republicanos gozaban de ventaja por la mínima (5-4), a pesar de que uno de ellos, John Roberts, se ha alineado con los progresistas en asuntos como inmigración, derechos
LGBT y sanidad.
Trump –que tiene la potestad de nominar a un nuevo juez– y los republicanos –que controlan el Senado, el órgano que lo confirmará en su puesto– tienen una oportunidad histórica para reforzar una mayoría conservadora (6-3) en el tribunal que podría alargarse varias generaciones. El cargo de juez del Supremo es vitalicio y el magistrado de más edad es uno elegido también por los demócratas, Stephen Breyer, de 82 años. El juez conservador de mayor edad es Clarence Thomas, de 72 años.
Ideología dominante
Con la renovación del Supremo, los republicanos se asegurarían una línea ideológica dominante en el Supremo durante muchos años, que podría afectar a temas como el aborto, el acceso a las armas o la discriminación por orientación sexual. Pero también se juegan su impacto en la reelección de Trump y en su mayoría en el Senado, ambos amenazados en las elecciones del 3 de noviembre. La principal cuestión es cómo afectaría el proceso de reemplazo de Ginsburg en los votantes.
La posibilidad de un tribunal más conservador podría movilizar al voto progresista –para quien Ginsburg ha sido un tótem–, conseguir el voto de mujeres de estados bisagra –clave en las elecciones– y disparar las donaciones a la campaña de Biden.
Trump, sin embargo, también podría jugar sus cartas. Al presidente le conviene que el debate político se aleje de su
gestión de la pandemia y de los casi 200.000 muertos que acumula EE.UU. La composición del Supremo, de hecho, fue una de las claves de su ascenso al poder. Trump, un urbanita mujeriego, no es un conservador de misa dominical. Pero es un excelente muñidor de acuerdos: en la campaña de 2016, ofreció a los conservadores lo que más desean, más poder en el tribunal. En los mítines, insistió hasta la saciedad que llenaría el tribunal de jueces conservadores. Y cumplió: ya ha colocado a dos y ahora podría ser el tercero.
La experiencia de 2018 demuestra que la elección de un juez conservador también excita a la contra al electorado demócrata. Parte de su avance en las elecciones legislativas de aquel año tuvo que ver con el proceso de confirmación del juez Brett Kavanaugh, que había sido acusado de agredir sexualmente a una joven en su juventud. Pero, sin duda, es un asunto que entusiasma más al votante conservador. En 2016, el 21% de los votantes dijo que su prioridad núme
La posibilidad de un tribunal más conservador podría movilizar al voto progresista el 3 de noviembre
Frente a lo que pasó en 2016 con Obama, Trump animó ayer a impulsar la renovación «sin retraso»
Una tienda de regalos de la avenida Flatbush, en esas zonas gentrificadas de Brooklyn con jóvenes profesionales blancos, ha estado desde hace años llena de baratijas con el rostro de una juez del Supremo. Tazas, camisetas, imanes para el frigorífico. En ellas, la cara arrugada y cubierta de la montura de sus gafas de Ruth Bader Ginsburg. Pocas figuras han conseguido abarcar tanto respeto institucional e idolatría pop como ella. Jueces, ninguno. Acabó por ser rebautizada como «Notorious RBG», una referencia al rapero Notorious BIG. Ginsburg creció no demasiado lejos de esa tienda, en el Brooklyn de la inmigración judía de clase media tras la Segunda Guerra Mundial. En su barrio también jugaron Bernie Sanders y Woody Allen.
Ginsburg creció entre el dolor y la ambición. Su hermana murió de meningitis a los 8 años. Su madre, de cáncer, un día antes de su graduación en el instituto. Fue pionera en la universidad y en el Derecho, azote contra la discriminación de género, la encarnación legal del movimiento para la igualdad de las mujeres. Y un referente desde su desembarco en el Supremo en 1993, la segunda mujer en conseguirlo. Diminuta, de aspecto frágil, su figura no paró de crecer como referente de la igualdad. Donald Trump la calificó tras su fallecimiento de «titán de la ley». En los últimos años, con la bancada progresista en minoría en el Supremo, fue un símbolo de resistencia y un icono progresista, una anciana octogenaria que levantaba pesas en el mismo despacho en el que escribía
opiniones jurídicas.
Foto de familia de los jueces que integran, de manera vitalicia, el Tribunal Supremo de EE.UU. Conformado por nueve jueces, hasta el fallecimiento de Ginsburg, cinco de ellos eran de perfil consevador, frente a cuatro progresistas. Durante su mandato, Trump ha nombrado dos nuevos jueces, que con el que pudiera elegir ahora inclinarán de manera definitiva la balanza conservadora durante las próximos lustros