El voto venezolano se vuelca con Trump en la recta final
▶ Dos de cada tres venezolanos dice que va a votar al presidente en noviembre
José Iorio ya ha decidido a quién va a votar en las elecciones de Estados Unidos del 3 de noviembre. Nacido en Venezuela hace 52 años, es ciudadano desde 2010 y reside en Florida. La primera vez que pudo votar en unas presidenciales, en 2012, optó por Barack Obama, según dice por «lo que hizo por los inmigrantes y la reestructuración del sistema de salud». Cuatro años después, en 2016, se abstuvo, porque no le convencía ninguno de los dos candidatos. En esta ocasión, Iorio ha visto suficiente. Su voto será para Donald Trump, por una razón principal: «Este presidente ha sido el único que ha hecho algo concreto y conciso para la causa de Venezuela».
Casos como el Iorio, que es parte de una comunidad de inmigrantes y exiliados venezolanos asentados en Florida, son una de las razones por las que los dos candidatos, Trump y el demócrata Joe Biden, están empatados en ese estado que es decisivo —e incluso necesario— para ganar las elecciones. Una reciente encuesta de la universidad de North Florida y El Diario de Venezuela vaticina que dos de cada tres venezolanos en ese estado votarán por el presidente Trump. De los 421.000 venezolanos que hay en EE.UU., la mitad reside en el sur de la Florida.
Desde que llegó a la Casa Blanca, el presidente Trump ha aprobado varias rondas de sanciones contra los jerarcas del régimen chavista, ha autorizado un embargo del crudo venezolano y ha amenazado con una intervención militar, que no se ha materializado. Las gestiones de la administración estadounidense han sido decisivas para que medio centenar de países reconozca al gobierno de Juan Guaidó como representante legítimo, y gracias a una invitación de Trump, el propio presidente interino visitó en febrero no sólo la Casa Blanca sino también el Capitolio durante el discurso del Estado de la Unión.
A pesar del apoyo de EE.UU. a un pronunciamiento el 30 de abril de 2019, el cambio no ha llegado. Aunque Maduro sigue en el poder, el grueso de esta comunidad venezolana está convencido de que Trump ha hecho todo lo posible, y que con cuatro años más puede cumplir el objetivo que se marcó en el mismo discurso del Estado de la
Unión al que invitó a Guaidó: «La tiranía de Maduro será destruida».
«El presidente Trump se ha comprometido a la causa venezolana usando todos los recursos posibles», asegura Andrés Malave, de 36 años y estratega republicano en Florida. «Está tratando de hacerlo todo de una forma legal y correcta, para asegurarse de que todas las injusticias de la dictadura se vean en todo mundo y se sepa la verdad. Gracias a él más de 50 países reconocen a Guaidó como presidente, y no a Maduro», añade.
Aunque el demócrata Biden lleva ventaja en las encuestas de intención de voto a nivel nacional, estas son mucho más reñidas en estados claves como Pensilvania, Wisconsin o la misma Florida, donde el presidente ganó en 2016. Aquel año, a nivel nacional, Trump obtuvo tres millones de votos menos que su contrincante, Hillary Clinton, pero se llevó la presidencia porque ganó en los estados necesarios para sumar más de 270 votos del colegio electoral, 29 de los cuales corresponden a Florida. La encuesta más reciente en ese estado, de Florida Atlantic University, vaticina un empate al 50%.
Recientemente, un artículo del periodista venezolano Orlando Avendaño, director del diario PanAm Post, reivindicaba el uso de la palabra «magazolanos», uniendo los términos «maga» y «venezolanos». «#MAGA» es el acrónimo de la campaña de Trump en redes sociales, que usa las iniciales del lema «Make America Great Again». Según escribió Avendaño, «Trump ha sido el presidente americano que más ha apoyado la libertad de Venezuela. Punto. Punto, punto, punto. No hay grises en la discusión. El presidente americano y el presidente del mundo, porque hoy hemos logrado lo que logramos gracias a que en la Casa Blanca gobierna el odioso de piel naranja».
Un golpe demoledor
Según explica el periodista a ABC, «la presión que está notando en este momento el régimen es mayor de la que notaba cuatro años antes seguro, sobre todo por la presión a Cuba». Avendaño considera que una derrota de los republicanos sería un golpe demoledor para muchos venezolanos que padecen una crisis humanitaria sin precedentes. «Sería un golpe letal. El exilio aumentaría porque muchos venezolanos hoy en Venezuela han decidido quedarse estos últimos tres o cuatro años precisamente por la postura que asumió la administración republicana. Creo que una victoria de Biden sería algo completamente demoledor, sobre todo por el historial del Partido Demócrata con la causa venezolana y por su blanqueamiento de la tiranía castrista», añade.
«Claro que se cometieron errores», reconoce hoy Wolfgang Schäuble, que como ministro de Interior de Helmut Kohl redactó y rubricó con su firma el Tratado de Reunificación que dio lugar a la Alemania que hoy conocemos. «No estábamos preparados. No podíamos estarlo. Solo unos días antes de la caída del Muro hubiera sido un escándalo, un conflicto internacional, que la República Federal tuviese planes de reunificación», recuerda los sucesos de hace 30 años, «pero, como dijo Bismarck, la política cambia de un momento a otro. Kohl actuó instintivamente y correctamente, actuó con cuidado en Europa y dio mucha esperanza a la gente aquí». «Hoy se podría decir que les dio demasiadas esperanzas», bromeaba Schäuble el pasado viernes, durante la fiesta de su 78º cumpleaños.
Tres décadas después de aquella redención histórica de Alemania y como presidente, ahora, del Bundestag, ha vuelto a ver ondear banderas con la cruz gamada en la escalinata de la fachada del Reichstag, durante una manifestación contra las restricciones de la pandemia, este mismo mes. «Despreciable. No vamos a permitir algo así», sentencia. No es capaz de identificar un error concreto que haya conducido a semejante «vergüenza», pero reconoce que en la reaparición de formaciones de extrema derecha, que tienen sus fuertes en los Bundesländer orientales, subyacen asuntos políticos y sociales no resueltos en la Alemania reunificada, en su papel en Europa y en el mundo, «que han de aclararse cuanto antes».
«El bienestar económico, claro, pero la segunda mayor diferencia que yo veo entre la sociedad de 1990 y la de ahora tiene que ver con la política». «Nos movilizamos entonces contra el sistema comunista y por la libertad, en dirección a la democracia, mientras que ahora quienes se manifiestan contra el sistema democrático lo hacen desde posiciones de extrema derecha». Así ve el principal cambio de los Bundesländer orientales alemanes, los que pertenecieron a la RDA, el profesor Matthias Kluge, que creció en Crimmitschau, Sajonia, y fue uno de los fundadores en Königswalde de Nuevo Forum, la plataforma ciudadana de resistencia pacífica que organizó las manifestaciones populares, el movimiento que terminó derribando el Muro de Berlín. Apenas reconoce el país en el que creció, en el que el PIB per cápita era el 37%
del de la Alemania occidental. Hoy es del 79,1%. «No obstante, la brecha sigue siendo notable en densidad de población y en la ausencia de grandes empresas», señala el comisario para los Nuevos Länder, Marco Wanderwitz, que apunta como principal diferencia el «déficit democrático» que observa en el este. «La tasa de aprobación del sistema democrático y de sus instituciones, que en los estados del oeste se ubica en el 91%, en el este toca techo en el 78%», justifica. Si en la Alemania del oeste el 40% se declara satisfecho con la democracia, en el este el porcentaje es solo el 22%. El 91% de los alemanes occidentales piensa que la democracia es el mejor de los sistemas políticos, pero solo apenas un 78% de los orientales suscribe esa premisa. Las actitudes hostiles hacia los extranjeros son abiertamente declaradas por más de un 20% de la población oriental y el antieuropeísmo se eleva por encima del 30%.
Construir una sociedad civil
«La experiencia democrática lleva su tiempo, la construcción de una sociedad civil sólida cuesta décadas», trata de explicar Wolfgang Thierse, que considera zanjada la equiparación económica, «el Este tenía mayores expectativas y ha tenido menos tiempo, los occidentales tienen más cayo democrático, por así decirlo, y en el este se percibe una pérdida cultural, de identidad, si lo prefiere, que a falta de otro área de expresión le está pasando la factura al sistema político». Thierse fue elegido en las primeras elecciones democráticas de la RDA y pocos meses después pasó a formar parte del Bundestag, que presidiría años más tarde. Cree que hubieran sido necesarias iniciativas de educación política democrática que ocupasen un vacío en el que se ha enseñoreando el partido antieuropeo y antiextranjeros Alternativa para Alemania
(AfD). «La reunificación no es solamente un proceso económico y social, como se ha visto a menudo, sino también un proceso político y cultural», subraya, pero recuerda que AfD está también presente, aunque con menos fuerza, en todos los parlamentos regionales occidentales. «Abordar esto como un problema del Este es un error, todos tenemos un problema, lo que ocurre es que allí donde la incertidumbre y la inseguridad son mayores, se manifiesta con más fuerza, esos ciudadanos son más fácilmente presas del populismo y luchar contra eso es una tarea pendiente».
Steffen Mau, sociólogo y profesor de la Universidad Humboldt de Berlín, es considerado uno de los mejores conocedores de la mentalidad de Alemania del Este. «En su mayoría están satisfechos», dice, «al fin y al cabo, ellos conocían mejor que nadie la vida en la RDA». Mau ha constatado, sin embargo, que la mayoría de los alemanes orientales son más estatistas y menos liberales que los occidentales. «También son menos solidarios, con tendencia más pronunciada a preservar los derechos adquiridos y tienen mayor dificultad para relacionarse con los extranjeros». «Sigue habiendo Ossis y Wessis», reconoce, «todavía hay una identidad del Este, incluso entre los menores de 30 años, una quinta parte se considera más alemán oriental que alemán». «Y eso –insiste–, tiene un precio».