ABC (Córdoba)

«Espero sentir en Córdoba lo que soñaba al entrenar en Los Califas»

Juan Ortega Torero ▶ El diestro vuelve el próximo 12 de octubre al coso que lo vio forjarse y que recuerda con orgullo. Una faena en esta plaza es, asegura, «un sueño»

- VÍCTOR MOLINO

Han pasado algunos años desde que Juan Ortega quiso hacerse torero. En ese periplo, hay una parada, Córdoba, donde estuvo muchos años esperando a que el tren formativo taurino y universita­rio le dejase poso. De esos años dice «no olvidar nada» y «agradecer todo lo aprendido y vivido». Ahora, regresa a Los Califas, la plaza que le vio ejercitars­e antes de doctorarse como torero. Ortega es un tipo templado, íntimo, tranquilo, que habla con pausa, como torea. Que quiere tratar de igual al toro, «le trato como a mí me gustaría que me trataran». Alude a «mirarle a la cara, darle el pecho, hablarle de frente» y, en consecuenc­ia, dignificar cada acto delante de la fiera como si fuera lo último bueno que haría en su vida.

—Hábleme de su regreso a la plaza de toros de Córdoba.

—Es un sueño. El sueño de cualquier torero es verse anunciado con una figura del toreo, en un escenario importante, simbólico para mí. Morante ha sido uno de los espejos en los que me he mirado. No sabría definir bien qué siento al verme anunciado con él. Es algo más que una ilusión. Es algo distinto a lo que he podido vivir en mi vida. Y si encima es en Córdoba, con lo que significa para mí esa plaza, esa ciudad… Con todo lo que he aprendido allí… Me siento muy afortunado.

—¿Podríamos decir que tiene doble pasaporte taurino, sevillano y cordobés?

—Yo aparecí en Córdoba con diecisiete años. En la vida y en el toreo nunca se termina de aprender. Los años que he pasado en esa ciudad me han marcado mucho. Igual que los de la niñez. Donde te crías, donde creces, donde vives, donde aprendes. Todo influye. Me hice matador en esa provincia (Pozoblanco).

—¿Qué aprendió en su etapa en tierras cordobesas?

—Siempre me enseñaron a tratar al toro como a mí me gustaría que me tratasen. Despacio, con suavidad, de verdad, sin violentar a los animales. Con pureza; hacer las cosas naturalmen­te. Me gusta que me que no haya forzamient­o, brusquedad­es. Con el toro tienes que estar igual. Le tienes que ofrecer el pecho, mirarle de cara. Tiene que haber armonía. Considero que la vida con armonía es mucho mejor. Es lo que me han inculcado siempre.

—Si le digo que eche la vista atrás, ¿le da un poco de vértigo su evolución? Ha pasado de ser un torero emergente a un atractivo para la Fiesta.

—(Piensa) ¿Vértigo? El toreo, es lo que tú… Vamos madurando y vamos cambiando. Pero siempre hay cosas que te van pasando y personas. Toros en concreto, que te pone Dios en el camino y significan un punto de inflexión. Para mí, fue un punto de inflexión dar con el maestro Pepe Luis Vargas. Uno tiene sus maneras, su concepto… Pero cuando conocí al maestro Pepe Luis es como si hubiera empezado percibir el toreo en su plenitud. Uno tiene sus maneras y sus formas. Y al final, son las personas que te encuentras las que te ayudan a cambiar. Solo pienso en eso, y así miro al futuro.

—¿Cómo vive su situación actual en el toreo?

—Siempre, en calidad de aficionado, cuando voy a ver una corrida de toros me motiva que haya algo, que exista algo que me mueva a ir. Esa es una de las cosas que siempre me han generado preocupaci­ón, ofrecer a la gente cosas que esperan de uno. Es muy triste cuando te sientas en un plaza de toros y no ves nada nuevo. De niño me preocupaba mucho. Recuerdo en mis primeros tentaderos que pensaba en mostrar cómo soy y que la gente percibiera que puede esperar siempre algo de mí. Ahora percibo que el aficionado espera algo de mí, en realidad, no me siento preocupado. Es lo que siempre he soñado.

Juan Ortega, matador de toros, durante la entrevista

—Un torero, ¿cómo cohabita en una pandemia como esta?

—No hay mal que por bien no venga. Al principio, mal, porque tenía una temporada con compromiso­s en Sevilla, Madrid, también en Francia… Eran siete u ocho corridas donde te juegas la temporada. Y todo ves que se cierra y suspende. Pensaba que todo lo que había conseguido hasta el momento se iba a desmoronar. Pero fíjese lo que son las cosas. Entro en un cartel (Linares), televisado y todo sale bien. Ha generado repercusió­n y todo lo que antes me parecía malo ahora se ha vuelto bueno. En la vida, si eres capaz de amoldarte a todo lo que te pase, puedes ser feliz.

—¿Qué espera de el paseíllo del 12 de octubre en Córdoba?

—Lo que más espero es sentir aquello que soñaba cuando entrena en la plaza. Esa ilusión; en aquella época, de novillero, te imaginas aquello lleno, toreando con figuras del toreo.

—Si tuviera que resumir su estancia en Córdoba, ¿qué sería aquello que más le marcó?

—Sin duda, mi asistencia los lunes a la tertulia Tercio de Quites. Porque recuerdo aparecer por allí muy joven. Fue bonito. Iba con un amigo (Carlos); recuerdo que nos acogieron como becarios. Se nos iban los ojos con los flamenquin­es (bromea).

Relación con el animal

«Al toro le tienes que ofrecer el pecho, mirarle de cara. Tiene que haber armonía»

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VANESSA GÓMEZ

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